Suharto, otro dictador que murió en la cama, volvió a perturbar Indonesia la semana pasada, al ser proclamado “héroe nacional”. Una distinción de mérito relativo, teniendo en cuenta que se la concedió quien fuera su yerno, el actual presidente Prabowo Subianto. Pero que ha levantado indignación entre los perseguidos por su régimen.
Más aún que las protestas simbólicas, pesa el silencio de un millón de muertos. Los que causó la instauración de su Nuevo Orden, en apenas seis meses de 1965 y 1966. Pero la represión nunca cesó, en una dictadura que habría de durar más de treinta años, que moriría matando y que, en realidad, nunca se fue del todo.
Cada 10 de noviembre, diez indonesios reciben a título póstumo la distinción de “héroe nacional”. Desde 2010, Suharto era nombrado candidato por parte de su antiguo partido, Golkar, pero ha sido su exyerno quien, a la primera oportunidad, lo ha distinguido. Como compensación, en la lista se ha incluido a un joven sindicalista, Marsinah, que fue torturado y asesinado. Una hermana de este no sabía muy bien qué cara poner ante un palmarés que mezcla víctimas y verdugos.
Tienen las ideas más claras en Aksi Kamisan, un grupo de gente vestida de negro que se concentra desde hace veinte años frente al Palacio Presidencial para exigir que aquella dictadura rinda cuentas. Muchos siguen buscando a sus desaparecidos. “Ahora resulta que Suharto es el héroe y nosotros, con todo lo que pasamos, somos los traidores”, exclamaba Utomo, uno de los manifestantes. Los laureles para Suharto también han soliviantado a 500 activistas e intelectuales, en una carta abierta: “Es una distorsión de la historia peligrosa para las nuevas generaciones, además de una traición a las víctimas y a los ideales democráticos”.
Ahora resulta que Suharto es el héroe y nosotros, con todo lo que pasamos, somos los traidores
Grupos de derechos humanos, tanto indonesios como occidentales (Amnistía Internacional, Human Rights Watch) clamaron en vano contra la concesión del título a Suharto. Alguien casi sin parangón, no solo como matarife, sino también como ladrón, ya que su familia esquilmó 35.000 millones de dólares según Transparency International, aventajando incluso a los Marcos en Filipinas.
Pese a todo, el exgeneral Prabowo entregó hace dos lunes una placa honorífica a la hija del dictador -a la postre, su exposa y la madre de su hijo- en una ceremonia en el Palacio Estatal. Para más inri, también fue nombrado “héroe nacional” el general Sarwo Edhie Wibowo, que orquestó las matanzas anticomunistas. Al mando de las mismas unidades de élite, por cierto, que años más tarde encabezaría el propio Prabowo durante la sangrienta ocupación de Timor Oriental.
Prabowo Subianto estuvo casado con la hija de Suharto durante quince años, hasta su divorcio en 1998, cuando se desmoronó el Nuevo Orden. Su carrera militar se detuvo, pero su carrera política estaba a punto de empezar.
El presidente de Indonesia, Prabowo Subianto, entrega en el Palacio Estatal de Yakarta una placa a su exesposa, Siti Hardijanti Rukmana, en tanto que hija del dictador Suharto, desde este 10 de noviembre un contestado “héroe nacional”
Volviendo a los acontecimientos de 1965, están considerados como una de las peores matanzas políticas del siglo XX, que exterminó entre medio millón y un millón de militantes simpatizantes del Partido Comunista de Indonesia (PKI, en sus siglas en malayo). También a meros sospechosos de serlo. En algunas fábricas con fama de ser nidos sindicales se asesinó a todos los trabajadores. Algunos pueblos con la misma reputación fueron arrasados.
El desencadenante fue el 30 de septiembre de 1965, cuando los seis generales indonesios de mayor rango fueron secuestrados y asesinados. El crimen fue atribuido al PKI, pese a que no tenía un frente armado. Un pretexto para su su ilegalización y aniquilación, cuando era el mayor partido comunista fuera de China y la URSS, con tres millones de militantes.
Hoy en día tiende a pensarse que fue un atentado de falsa bandera, que permitió el ascenso del general Suharto, un anticomunista furibundo que ya estaba en contacto con embajadas clave. Suharto sería el hombre encargado de apartar a Indonesia de la vía no alineada y antiimperialista trazada por el carismático Sukarno en la conferencia de Bandung. A este último, como “padre de la patria”, Suharto no se atrevió a eliminarlo, pero lo suplantó en la presidencia al cabo de poco.
La CIA desclasificó hace siete años 30.000 documentos sobre aquella época, retratada en el film de Peter Weir, “El año que vivimos peligrosamente”. Revelan que la embajada de EE.UU. Suministró listas con 5.000 nombres de militantes comunistas que debían ser eliminados. También, a menor escala, la embajada británica, a la greña con Sukarno a cuenta de Malasia. La Guerra de Vietnam quedaba cerca y temían que el gigante del sudeste asiático inclinara la balanza.
Matanzas de 1965
La minoría china, sospechosa de maoísmo, sufrió de forma desproporcionada
El 2% de la población de origen chino, sospechosa de maoísmo, sufrió de forma desproporcionada, con más del 10% de las víctimas. Los caracteres chinos fueron prohibidos. Para estos y otros desmanes, Suharto captó a jóvenes ultranacionalistas e islamistas. Hubo matanzas espontáneas, pero en su mayoría fueron planificadas.
Uno de los lugares donde más se asesinó fue en Bali -donde las castas altas hindúes se ensañaron con los izquierdistas- y el centro y este de Java. No bastaba la muerte. Muchas víctimas eran vejadas, destripadas, decapitadas o castradas. Las violaciones y torturas debían traumatizar durante generaciones.
Entre las víctimas, la flor y nata de la intelectualidad laica. Pramoedya Ananta Toer pasó diez de sus doce años de reclusión en una isla de las Molucas. Sin derecho a lápiz ni papel, concibió de viva voz la obra mayor de la literatura indonesia: El cuarteto de Buru.
El estigma continuaba incluso tras 14 años de cárcel, sin juicio, con el veto a la función pública. La brutalidad del régimen volvió a expresarse en la invasión de Timor Oriental y contra sus propios ciudadanos, en Aceh y Papúa. Pero la guerra fría tocó a su fin y con ella la utilidad del régimen. Suharto cayó, tras llevarse por delante a quinientos manifestantes. Pudo más su impopularidad, acrecentada por los efectos de la crisis asiática de 1997, que décadas de amedrentamiento.
Cuando falleció diez años más tarde, en 2008, el presidente era otro exgeneral, Yudhoyono, y la primera dama era la hija del otro represor en jefe, Wibowo. Pero si la impunidad es grave, ser declarado “héroe nacional” por el exyerno bordea la burla.
