Pocas veces se había creado tanta expectativa por la visita de un alcalde electo, aunque sea el de Nueva York, la mayor ciudad del país, a la residencia del presidente de Estados Unidos. Se pronosticaba una confrontación y se dio una imagen de amistad y cordialidad. El presidente Donald Trump bendijo a Zohran Mamdani. “Hemos coincidido en más cosas de las que pensaba”, confesó a los medios.
“Será un gran alcalde, tengo plena confianza de que puede hacer un muy buen trabajo”, sostuvo el anfitrión, sentado ante la mesa de trabajo, mientras el invitado, de pie, escuchaba a su lado, dando la imagen más bien de un nieto agradecido. Y fue a más. Si bien hay multimillonarios que temen a Mamdani, Trump contestó de nuevo con otro aval. “Me sentiría muy cómodo viviendo en Nueva York después de hablar con él”, recalcó.
“Ha sido una reunión productiva centrada en un lugar que los dos admiramos y queremos como es Nueva York, y la necesidad de ofrecer asequibilidad en la ciudad más cara de Estados Unidos”, terció el alcalde electo.
“Hemos hablado del precio de los alimentos, de las utilidades, de cosas que hacen que la gente se vea expulsada y aprecio el tiempo que me ha dedicado el presidente y vamos a mirar de trabajar juntos”, insistió Mamdani. Además, le doró la píldora a Trump al decir que había hablado con muchos de sus votantes y estos se decantaron por el republicano por lo mismo que él reclama. Subrayó que “los problemas de Nueva York vienen de mucho antes de que Trump fuera presidente”, frase acogida con una sonrisa por el anfitrión. La disputa sobre inmigración se tocó muy por encima, al menos de puertas para afuera.
Uno y otro eran conscientes de que el resultado de esta visita podría tener grandes consecuencias para la Gran Manzana. Sus finanzas están amenazadas por la posible retirada de fondos federales, avisó Trump; también el despliegue policial contra la inmigración, otro de los objetivos del presidente, circunstancia que Mamdani condena.
La reunión se había descrito en las horas previas como un par de trenes que corrían por la misma vía y estaban condenados a chocar. En el Despacho Oval se iban a encontrar dos líderes diametralmente opuestos, uno nacionalista de la extrema derecha y otro un inmigrante que no se esconde al reconocerse socialista demócrata. Dos visiones separadas por varias generaciones, uno de 79 años y otro de 34. Dos neoyorquinos muy diferentes, uno de cuna y otro sobrevenido tras salir de Uganda y llegar a la ciudad cumplidos los siete. En definitiva, dos concepciones del mundo en las antípodas.
Mamdani visitó Washington en son de paz, sabedor que la ciudad necesita de los fondos federales para poder afrontar el gran reto de que la metrópoli sea asequible y no expulse a los ciudadanos o les obligue a malvivir. Pero también era consciente de que Trump había querido arrodillarlo durante la campaña electoral y había tratado de aniquilar su candidatura.
Los equipos de la Casa Blanca y de Mamdani trabajaron entre bambalinas para asegurar un buen encuentro entre los dos dirigentes que por primera vez se vieron cara a cara. “Voy preparado para lo que sea”, había dicho el futuro alcalde cuando le recordaron la encerrona que le hicieron al presidente ucraniano Volodimir Zelenski el pasado febrero.
La reunión ha sido el colofón a una semana en la que Trump ha tirado de “franqueza”, según su portavoz Karoline Leavitt. Llamó “cerdita” a una periodista, a otra la descalificó también con insultos por hacer las preguntas correctas, justificó el desmembramiento de un periodista del Washington Post para ensalzar “la inocencia” del príncipe saudí que le visitaba, Mohamed bin Salman, y pidió la pena de muerte “por traición” para un grupo de congresistas demócratas.
Así que todo era posible. Trump se ha pasado meses menospreciando a Mamdani, llamándole peyorativamente “comunista”, “lunático” o “loco”, aunque unas horas antes de la reunión el presidente vaticinó en la Fox que “seremos bastante civilizados”, a lo que añadió: “Le doy mucho crédito por su carrera electoral, creo que nos llevaremos bien”.
No hubo choque, más bien admiración mutua, pero sobre todo de Trump. Cuando le recordaron que su aliada Elise Stefanik, congresista que quiere ser gobernadora de Nueva York, calificó de yihadista a Mamdani, contestó que su invitado “es una persona racional, muy capacitada, que quiere hacer la ciudad grande de nuevo”. Y añadió que “no es uno de esos líderes habituales, es diferente” y pronosticó que “va a sorprender a muchos conservadores”. Sin olvidar que “los dos tenemos una cosa en común, queremos nuestra ciudad, a la que amamos, le vaya bien”. Si hace unas semanas pronosticó el apocalipsis si ganaba el “comunista”, ahora matizó que “no quiero atacarlo, quiero ser una ayuda”.
