Las noticias sobre el rearme de la Unión Europea se suceden una tras otra, con Rusia siempre en el horizonte: recuperación de servicios militares, creación de una unidad de inteligencia europea, desarrollo de fábricas de armamento o maniobras conjuntas.
La incursión de drones en el espacio aéreo de la UE fue un punto de inflexión para Bruselas, aunque no está claro todavía si se trató de una escalada en las provocaciones de Putin, un error de cálculo o una operación de falsa bandera. El reciente sabotaje ferroviario en Polonia constituye una nueva vuelta de tuerca en la estrategia de tensión.
Putin se cobra una venganza que estaba esperando que se le sirviese en un frío plato
Las autoridades europeas insisten en que Rusia pronto podría atacar a un país de la Unión. Según estas, Rusia, el oso del este, ha regresado cual maldición histórica ¿Pero, se trata de una amenaza real?
Hasta ahora, buena parte de las predicciones europeas sobre Rusia desde la caída de la URSS han sido erróneas. La UE despreció a la nueva Rusia durante sus primeras dos décadas. Creyó que la democracia al estilo occidental se asentaría cual fruta madura. No se tomó en serio sus advertencias sobre la necesidad de preservar la neutralidad de Ucrania dada su especial relación cultural, histórica, religiosa y territorial con Rusia. La UE vaticinó el colapso ruso en una larga guerra sin atender a su legendaria resiliencia ni al rol que China e India podían jugar como alternativas a sus compras de gas y petróleo.
Putin, como Trump, tiene un interés evidente en la desestabilización de la UE, que perciben que se encuentra en un momento de debilidad. Putin, en este sentido, se cobra una venganza que estaba esperando que se le sirviese en un frío plato, que es lo que hizo Trump amenazando con cerrar el grifo militar americano. Sus provocaciones, sin embargo, no deben hacernos perder de vista la extrema debilidad de Rusia, un gigante con pies de barro. La ilegítima invasión de Ucrania ha sido un fracaso, como lo fueron anteriormente su intervención en la guerra civil en Siria y en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, dónde sus aliados perdieron estrepitosamente.
Escena cotidiana en la plaza Roja de Moscú con el telón de fondo de la torre Spasskaya y la muralla del Kremlin
Pese a lo que pregonan algunos países miembros de la UE del antiguo bloque soviético, imbuidos con razón de miedos atávicos que hunden sus raíces en la sangrienta historia de los siglos XIX y XX, Rusia no tiene ningún interés específico en territorios de la UE. Tampoco quiere empezar una guerra con uno de sus estados miembros, tras el desangramiento militar, económico y en vidas que ha supuesto la invasión de Ucrania. China, su gran valedor, es menos partidario si cabe de nuevas aventuras militares. Es por ello por lo que la UE, en vez de seguir pregonando a los cuatro vientos la inevitabilidad de un conflicto armado con Rusia que ninguna de las dos partes desea, debería tratar de cerrar diplomáticamente, con las mínimas cesiones territoriales posibles, el conflicto en Ucrania y buscar un pacto de seguridad a largo plazo con Rusia (que incluya las aguas del Mar Negro y el Ártico, auténticas obsesiones rusas y aquí sí, casus belli). De lo contrario, si prosigue la escalada verbal y militar, la guerra abierta podría terminar siendo inevitable.