Al embajador egipcio Naser Kemal le quedan cuatro meses al frente de la Unión por el Mediterráneo. Entonces habrá cumplido dos mandatos, ocho años dirigiendo una institución que ha ido perdiendo impacto a medida que se agravaban los problemas en Oriente Medio y el norte de África y escaseaban los recursos financieros que llegaban de Bruselas.
Kemal, sin embargo, no quiere hablar de fracaso, sino del empeño en seguir construyendo puentes, aunque sean frágiles y salten por los aires al menor temblor. Hablamos con él en la Llotja de Mar, con motivo del Foro Económico Euromediterráneo, que esta semana ha organizado el Instituto Europeo del Mediterráneo y la Cambra de Comerç de Barcelona.
Diálogo
“Israelíes y palestinos dialogan sobre proyectos técnicos en el marco de la UpM”
Treinta años después del Proceso de Barcelona que dio pie a la Unión por el Mediterráneo (UpM) como organización en la que israelíes y palestinos podrían colaborar en pie de igualdad, ¿cuál es el balance? ¿Qué ha hecho la UpM a favor del entendimiento de dos pueblos que hoy parecen más enfrentados que nunca?
Es una pregunta muy difícil de responder. El Proceso de Barcelona se lanzó en 1995 después de los acuerdos de Oslo, que debían haber llevado a la creación de un estado palestino. No pudo ser y ese fracaso culminó con la masacre del 7 de octubre y la tragedia de Gaza, dos años de brutal agresión a la población civil palestina. Sin duda, la aportación del Proceso de Barcelona a la paz entre israelíes y palestino ha sido limitada. Aquí sus diplomáticos han podido hablar cara a cara, así como con otros nueve países árabes, en varias mesas en las que se han planteado proyectos de cooperación, pero está claro que no ha sido suficiente. No hemos tenido el impacto que buscábamos, como tampoco lo ha tenido nadie en la comunidad internacional. Nadie ha sido capaz de razonar con Israel para que acepte una vía hacia el Estado palestino.
La UpM, en todo caso, no tiene el mandato para mediar en el conflicto, pero sí para impulsar proyectos de cooperación.
Sí, y tengo que decirle que las discusiones técnicas sobre estos proyectos, en general, son muy buenas.
¿El nivel técnico es más productivo que el político?
Todo es político, pero el 90% de lo que hacemos es en sectores como el medio ambiente, el papel de la mujer, las energías renovables, etcétera. En estos temas se impone el pragmatismo.
¿Pragmatismo para corregir problemas estructurales?
Sin duda. Pragmatismo para corregir, por ejemplo, las disparidades socioeconómicas, desigualdades que pueden provocar conflictos. Pragmatismo para reducir la tensión. No debemos olvidar cómo las desigualdades provocan conflictos. Lo vimos en Siria en el 2013, cuando la sequía causó graves problemas en la sociedad siria y el régimen respondió con violencia a demandas que eran sociales y económicas.
Uno de los objetivos clave de la UpM en sus 15 años de existencia ha sido conseguir una mayor integración de los países mediterráneos, pero muchos tienen problemas con sus vecinos, por no decir con sus ciudadanos, y esta integración va con retraso.
Construimos puentes sobre tensiones muy fuertes y reconocemos que la integración va con retraso. Hay problemas persistentes que impiden la circulación de personas, capitales y servicios.
La relación con la Unión Europea, además, no ha sido muy buena.
Hoy es mucho mejor que hace unos años. La UE tiene una comisaria para el Mediterráneo, Dubravka Suica, con la que me he reunido muchas veces. La colaboración es buena y de ella ha salido el Pacto por el Mediterráneo que presentaremos el día 28, aquí en Barcelona, y que hemos elaborado a partir de una consulta muy amplia.
¿En qué consiste?
En conectar a la gente y las economías estrechando la cooperación entre la UE, Oriente Medio y el Norte de África para favorecer el crecimiento económico y fortalecer la seguridad. Es una puesta al día del Proceso de Barcelona.
La migración es un problema que no se resuelve con decretos y vigilancia policial
¿El Mediterráneo está hoy mejor que cuando usted se puso al frente de la UpM?
Depende. La situación geopolítica es mucho peor que hace ocho años. Basta con mencionar Gaza.
La migración sigue siendo un problema grave.
No está peor, aunque tampoco mejor. Es un problema que no se resuelve con decretos y vigilancia policial. Se necesita un espacio común de prosperidad en el Mediterráneo y crearlo aún llevará su tiempo.
¿En qué área incidiría usted para construir este espacio común?
En las energías renovables, sin duda. Aquí sí que hemos avanzado. El norte de África tiene un potencial enorme para producir electricidad con placas solares y aerogeneradores, y suministrar a Europa toda la que necesita.
¿Qué ha aprendido usted al frente de la UpM?
La importancia de colaborar para solucionar problemas que son de todos, como el de la migración, que seguirá agravándose debido al desequilibrio demográfico y económico entre el norte y el sur, o como la contaminación del Mediterráneo, uno de los mares más sucios del mundo, por el que pasa el 20% del comercio mundial. ¡Juntos podemos hacer tanto más y tanto mejor!


