No hay ninguna razón objetiva por la que israelíes y palestinos deban luchar entre sí. Aunque ambos pueblos reclamen la misma tierra entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, esa tierra es, de hecho, lo bastante grande y rica para permitir que sus actuales habitantes vivan en ella con seguridad, prosperidad y dignidad.
Si dejamos de lado todos los juicios morales y las afirmaciones ideológicas, y nos limitamos a contar los kilómetros cuadrados de territorio que tiene la tierra, los kilovatios de electricidad que puede producir, los kilos de trigo que puede importar y las moléculas de agua que puede bombear o desalinizar, descubriremos que no tendría dificultad para sostener cómodamente a todos los israelíes y palestinos.
Lo que alimenta el conflicto israelo-palestino no es una escasez objetiva de territorio o recursos, sino las falsas certezas morales producidas por relatos históricos simplistas. Demasiados israelíes y palestinos están convencidos en el fondo de que tienen la razón al 100% y de que la otra parte está equivocada al 100% y, por lo tanto, no tiene derecho a existir.
Incluso cuando las circunstancias obligan a firmar tal o cual acuerdo, ambas partes tienden a considerarlo como una medida temporal y esperan que al final acabe por imponerse la justicia absoluta y lograr entonces la posesión de toda la tierra. Además, ambas partes son conscientes de la certeza moral del otro bando, y eso las aterroriza. Ambas temen que el otro bando quiera destruirlas, y ambas tienen razón al temerlo.
Funeral por el soldado estadounidense-israelí que luchó en la defensa del kibutz Nir Oz
El ciclo de violencia y sufrimiento solo podrá romperse cuando las personas abandonen sus certezas morales y apoyen soluciones prácticas y generosas. Para comprender de dónde provienen esas certezas morales falsas y destructivas, debemos examinar la larguísima historia de la tierra que se extiende entre el Jordán y el Mediterráneo, así como a los relatos históricos distorsionados que israelíes, palestinos y muchas otras personas en todo el mundo han cultivado durante demasiado tiempo.
El relato que da lugar a la certeza moral palestina es más o menos el siguiente: los palestinos son el pueblo autóctono original del territorio situado entre el Jordán y el Mediterráneo. La tierra siempre les perteneció, hasta que llegaron los judíos y se la robaron. Esos judíos, según el relato palestino, son colonialistas europeos. Llegaron a Oriente Medio a finales del siglo XIX como parte del proyecto colonialista europeo más amplio. Al igual que los cristianos europeos conquistaron y colonizaron Sudáfrica, los judíos europeos conquistaron y colonizaron Palestina. La debilidad política podría obligar a los palestinos a transigir con los colonos judíos durante un tiempo, pero los palestinos saben en el fondo que los judíos no tienen ninguna conexión con la tierra y ningún derecho a vivir allí.
El relato que da lugar a la certeza moral israelí es más o menos el siguiente: los judíos son el pueblo autóctono original del territorio situado entre el Jordán y el Mediterráneo. Fueron expulsados de allí por los romanos. Durante su exilio, los judíos nunca dejaron de anhelar el regreso a la tierra de sus antepasados, pero las potencias imperiales hostiles se lo impidieron. Finalmente, a finales del siglo XIX, el movimiento sionista movilizó a los judíos para superar enormes obstáculos, regresar a la tierra y reclamar su antiguo patrimonio.
Funeral de un joven palestino de 17 años, en Ramala
En cuanto a los palestinos, muchos israelíes creen sin más que no existe tal cosa como un pueblo palestino. Supuestamente, cuando a finales del siglo XIX los judíos sionistas empezaron a regresar a su patria, esta se encontraba en gran medida desierta. Había, es cierto, algunas tribus nómadas y algunos poblados muy pobres, pero su número era reducido y no constituían nada parecido a una nación palestina reconocible.
Ambos relatos entran en contradicción con numerosos hechos históricos. Repasemos algunos de los más destacados y luego consideremos el modo en que sería posible conciliar los dos relatos.
Los errores del relato israelí
La afirmación de que los judíos son el pueblo autóctono original de la tierra situada entre el Jordán y el Mediterráneo es claramente falsa, ya que esa tierra no tiene un “pueblo autóctono original” reconocible. Como la mayoría de las otras tierras del planeta Tierra, también fue colonizada y vuelta a colonizar por numerosos pueblos diferentes miles de años antes de que allí viviera el primer judío (o el primer palestino). Es cierto que hubo unos pocos siglos en el primer milenio antes de la era común (a. E. C.) Durante los cuales los judíos constituyeron la mayoría de la población del lugar. Sin embargo, incluso entonces no fueron sus únicos habitantes; los precedieron los cananeos, los natufienses y los neandertales, y no hay ninguna razón de peso para privilegiar el primer milenio a. E. C. Como punto de partida de la historia de ese territorio.
Lo que alimenta el conflicto son relatos excluyentes que niegan al contrario
Tampoco es cierto que los judíos fueran expulsados de allí por los romanos, ni por ningún otro imperio posterior. Tras la gran revuelta judía (66-70 e. C.) Y la rebelión de Bar Kojba (132-136 e. C.), muchos judíos fueron esclavizados por los romanos; también se les prohibió vivir en lugares específicos de Judea, sobre todo en la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, ningún emperador romano promulgó jamás un decreto que prohibiera de modo permanente a los judíos vivir en la tierra entre el Jordán y el Mediterráneo, como lo pone de manifiesto el hecho de que algunos judíos (como los autores de la Mishná y el Talmud de Jerusalén) siguieran viviendo allí durante todo el período romano. Con todo, la mayoría de los judíos acabó viviendo en otros lugares porque emigraron de forma voluntaria en busca de unas condiciones de vida y unas oportunidades económicas mejores. Ya antes de la gran revuelta judía, alrededor del 50% de los judíos vivía en otras partes, en lugares como Egipto y Mesopotamia.
Una feligresa, durante la procesión del día de la palma en Jerusalén
Después de que la mayoría de los judíos abandonara el territorio, nadie les impidió regresar. Los imperios romano, árabe y otomano que gobernaron aquella tierra durante la mayor parte de los últimos dos milenios no prohibieron la inmigración judía y, en el caso de los otomanos, en ocasiones la acogieron positivamente (por ejemplo, cuando en la década de 1560 la empresaria judía Gracia Nasí recibió el apoyo oficial otomano para su intento de establecer a los judíos en la ciudad de Tiberíades). Sin embargo, antes del auge del sionismo moderno, pocos judíos quisieron vivir en la tierra entre el Jordán y el Mediterráneo y, por lo tanto, solo llegaron a constituir en torno al 5% de la población.
Los israelíes insisten en que, aunque fueran pocos los judíos que regresaran, todos los judíos del mundo rezaban para volver algún día a esa tierra. Ahora bien, las oraciones difícilmente constituyen un derecho sólido sobre la propiedad de un bien inmueble. Si mi vecino tiene una casa hermosa y yo rezo todos los días para que esa casa acabe siendo mía, ¿al cabo de cuántas oraciones podré ir al registro de la propiedad y obtener su titularidad?
En cuanto a lo que dice el relato israelí acerca de los palestinos, cuando llegaron los primeros sionistas a finales del siglo XIX, el lugar distaba mucho de estar desierto. La tierra no solo contaba ya con centenares de poblados además de la ciudad de Jerusalén, sino también con otros centros urbanos importantes, como Acre, Jaffa, Gaza, Nablús y Hebrón.
Un niño gazatí entre los escombros en el barrio de Zeitún, en Gaza
Cabría debatir hasta qué punto los habitantes de la tierra en el siglo XIX (musulmanes, cristianos y judíos) se consideraban una nación palestina independiente. Sin embargo, incluso si los partidarios de la línea dura israelí tienen razón y no existía una identidad nacional palestina fuerte y diferenciada en el siglo XIX, eso no socava las reivindicaciones de la nación palestina en el siglo XXI. Todas las naciones se crean con el tiempo, y dos siglos son suficientes para que una nación alcance la madurez.
Quienes viven en una casa de cristal no deberían tirar piedras contra los vecinos. Tampoco tenían los judíos en el siglo XIX una identidad nacional fuerte y diferenciada. La gran mayoría de los judíos de finales del siglo XIX y principios del XX rechazaba la idea sionista y no deseaba abandonar su país de residencia para fundar un Estado nación judío. Los judíos que decidieron abandonar sus hogares en lugares como Polonia debido al antisemitismo y la guerra prefirieron emigrar a Estados Unidos, Canadá o Argentina antes que a la tierra entre el Jordán y el Mediterráneo. Entre 1880 y 1924, solo se estableció allí un 3,5% de los inmigrantes judíos.
Los errores del relato palestino
Sin embargo, las flagrantes incongruencias del relato de la certeza moral israelí no significan que el relato de la certeza moral palestina sea correcto. La afirmación palestina de ser el pueblo autóctono original del territorio situado entre el Jordán y el Mediterráneo adolece del mismo problema que la afirmación judía. Como se ha señalado más arriba, la tierra no tiene un “pueblo autóctono original”, a menos que quiera defender los derechos de los neandertales que vivieron allí durante cientos de miles de años antes de la llegada de los primeros colonos Homo sapiens procedentes de África. A lo largo de los siglos, ese territorio fue conquistado y repoblado en repetidas ocasiones.
En ningún momento de su larga historia, la zona geográfica situada entre el Jordán y el Mediterráneo ha coincidido nunca con un Estado independiente conocido con el nombre de Palestina. El nombre Palestina es, desde luego, antiguo y se remonta a los filisteos bíblicos y a la decisión del emperador romano Adriano de renombrar la provincia romana de Judea como Siria Palestina, como castigo por la rebelión de Bar Kojba. Sin embargo, el territorio que ese nombre ha acabado designando fue habitualmente un mosaico de entidades mucho más pequeñas o una provincia de un imperio mucho más grande. Desde la caída del reino de Judá ante el Imperio neobabilónico en 586 a. E. C. Hasta la creación del Estado de Israel en 1948, solo en dos ocasiones reinaron durante un tiempo prolongado reinos locales independientes en la mayor parte del territorio: el reino judío de los asmoneos (c. 140-37 a. E. C.) Y el reino cruzado de Jerusalén (1099-1291).
Batalla de los Cuernos de Hattin, en 1187, momento decisivo de las cruzadas.
En el siglo VII, el imperio árabe conquistó el territorio al imperio romano de Oriente, pero no cabe decir que el imperialismo árabe fuera mucho más digno de elogio que el imperialismo romano anterior o el imperialismo británico posterior. Quienes creen que el imperio británico no tenía derecho a conquistar Sudáfrica en el siglo XIX y Palestina a principios del siglo XX deberían reconocer que tampoco el imperio árabe tenía derecho a conquistar el territorio entre el Jordán y el Mediterráneo en el siglo VII.
De hecho, fue el imperio británico y no ninguno de los imperios musulmanes anteriores el que decidió en gran medida quiénes serían considerados hoy palestinos. A finales del período otomano, las tierras entre el Jordán y el Mediterráneo estaban divididas en varias unidades administrativas, y Acre y Gaza, por ejemplo, pertenecían a provincias diferentes. Tras la primera guerra mundial, británicos y franceses rediseñaron el mapa de Oriente Medio, y fueron en gran medida los británicos quienes decidieron que los habitantes de Acre y Gaza pertenecerían en adelante a una misma unidad política nueva: el territorio del Mandato Británico de Palestina.
A Israel le conviene que Palestina sea un país seguro y próspero, no simples enclaves
En cuanto a la afirmación palestina según la cual los israelíes son descendientes de colonizadores europeos, hace caso omiso del hecho de que el territorio situado entre el Jordán y el Mediterráneo ha tenido una importante población judía durante los últimos 3.000 años, y de que la conexión judía con la tierra no es una invención moderna. Cuando en Sudáfrica los colonos británicos excavaron el suelo, nunca encontraron inscripciones en inglés de hace 2.000 años. Sin embargo, cuando los israelíes cavan el suelo para hacer los cimientos de una casa o construir una autopista, en ocasiones encuentran inscripciones hebreas de hace dos milenios.
Inscripciones hebreas (arriba a la izquierda) justo encima de frases en árabe
Eso no otorga a los judíos la propiedad absoluta de la tierra, que también alberga numerosas inscripciones antiguas en árabe, latín, griego, arameo, cananeo y otras lenguas; pero sí da a entender que resulta falaz tomar la historia del colonialismo europeo moderno como modelo para interpretar la vida judía en Oriente Medio. Y es especialmente hiriente describir a los judíos israelíes como colonizadores europeos, dado que aproximadamente la mitad de los judíos actuales son descendientes de refugiados de Oriente Medio expulsados de sus hogares ancestrales en países como Egipto, Irak y Yemen después de 1948, en venganza por las repetidas derrotas árabes a manos de Israel.
Una paz generosa
Tal como estaban las cosas a principios de la década de 1920, cuando los británicos trazaban las fronteras de su nueva provincia de Palestina, las personas que vivían en esa entidad política tenían un derecho mucho más fuerte sobre la tierra que cualquier inmigrante procedente del extranjero. En aquel entonces, solo un 10% de la población de la Palestina británica era judía. El hecho de que 2.000 años antes un reino judío gobernara gran parte del territorio no daba al pueblo judío el derecho a poseerla en el siglo XX. Del mismo modo, el hecho de que en el siglo XX los judíos fueran perseguidos en muchos países constituyó un problema importante, pero no fue un problema causado por los palestinos, ni un problema que los palestinos tuvieran la responsabilidad de resolver.
Abdullah el-Tell y Moshé Dayan llegan a un acuerdo de alto el fuego, Jerusalén, 30 de noviembre de 1948.
Sin embargo, ha pasado más de un siglo desde 1920. En la historia, el tiempo lo cambia todo. Tal como están las cosas en la década de 2020, tanto los israelíes como los palestinos tienen un fuerte derecho sobre la tierra por la sencilla razón de que ambos viven en ella y ninguno tiene otro lugar al que ir. La tierra que se extiende entre el Jordán y el Mediterráneo es hoy el hogar de más de siete millones de judíos, la mayoría de los cuales han nacido ahí y no tienen otro lugar al que ir. La tierra es al mismo tiempo el hogar de más de siete millones de palestinos, que también han nacido ahí y tampoco tienen otro lugar al que ir.
Todo eso significa que ni los israelíes ni los palestinos tienen la razón al 100% ni están equivocados al 100%, y que ninguna de las dos partes tiene motivos suficientes para desear la destrucción total de la otra. Ninguna dosis de violencia actual puede devolver la vida a los muertos ni hacer desaparecer retroactivamente antiguos dolores. Sin embargo, es posible prevenir las guerras y las atrocidades del futuro.
Para ello, no basta con que las partes beligerantes alcancen un acuerdo temporal. Ningún compromiso temporal se mantendrá mientras cada bando esté convencido de que tiene el 100% de la razón y de que la justicia exige la desaparición definitiva del otro. El ciclo de guerra y sufrimiento solo puede terminar cuando ambas partes abandonen sus certezas morales, reconozcan el derecho a existir de la otra parte y ofrezcan una paz generosa en lugar de un alto el fuego mezquino. Ambas partes deben preguntarse: “Si estuviera en el otro bando, ¿qué necesitaría para vivir con seguridad, prosperidad y dignidad?”.
Por encima de todo, ambas partes deben mostrar generosidad. Los israelíes deben dejar de disputar cada colina y cada manantial. Una buena paz para Israel no es una paz que les dé un kilómetro cuadrado más de desierto o un oasis más. Es una paz que les dé buenos vecinos.
A Israel le conviene que Palestina sea un país seguro, próspero y digno, y eso solo puede suceder si Palestina es un país real y no una colección de enclaves cercados.
Los palestinos también deben ser generosos. Lo que pueden dar a Israel no es otro valle ni otro árbol, sino algo mucho más preciado: legitimidad. Los israelíes viven con el temor constante de la aniquilación, y sus temores están justificados.
Un prisionero palestino liberado es recibido en Ramala
El actual equilibrio de poder favorece a todas luces a Israel, pero el mundo árabe y el mundo musulmán son mucho más grandes, y el futuro cambiará sin duda el equilibrio, quizás en detrimento de Israel. Si los palestinos reconocen de verdad el derecho de Israel a existir, eso abrirá el camino para que todo el mundo árabe y musulmán haga lo mismo. Sólo entonces podrán los israelíes respirar libremente, lo que permitirá a los palestinos disfrutar por fin también de tranquilidad.
El actual equilibrio de poder favorece a Israel, pero el mundo árabe es más grande
Ambas partes deben mostrar generosidad, porque sólo así se podrá garantizar la paz antes de que sea demasiado tarde. A los fanáticos les gusta hablar de eternidad y creen que tienen todo el tiempo del mundo. Pero la eternidad es una ilusión y el tiempo se acaba para todos. Hace millones de años, no había ni israelíes ni palestinos. Ni siquiera había seres humanos. Ahora, el futuro de todos los seres humanos está en peligro debido a las nuevas y poderosas tecnologías que estamos desarrollando, desde bombas nucleares de última generación hasta enjambres de drones con inteligencia artificial y ejércitos totalmente autónomos. Durante décadas, el mantra para resolver el conflicto entre israelíes y palestinos fue “dos Estados para dos pueblos”. Si los dos pueblos no pueden ser más generosos, la solución a su conflicto quizás acabe siendo “cero Estados para cero pueblos”.