Desgaste y resistencia

Diplomacia

Desgaste y resistencia
Senior Editor

Cada político tiene un manual de resistencia. Lo necesita para mantenerse en el poder. Si gobierna en un sistema democrático, las instrucciones son atacar al adversario, no reconocer ningún error, no asumir ninguna responsabilidad y cerrar filas con los suyos para sostener la ofensiva. Si gobierna en un sistema autoritario, el manual se reduce a una palabra: represión. Unos y otros, demócratas y autócratas, utilizarán la mentira y la seducción para cautivar a la población. Esta estrategia es tan obvia que la conoce hasta el más inocente de los ciudadanos.

Según EE.UU., en el mundo hay más 
de un millón de presos de conciencia

Esta resistencia frente al desgaste del poder poco tiene que ver con la verdadera resistencia de los ciudadanos frente al empuje de este mismo poder. La población resiste el alza de precios y la deficiencia de los servicios públicos, resiste la corrupción, la inseguridad y la carestía, las arbitrariedades del nepotismo y las injusticias políticas y sociales. La mayoría de las veces lo hace en silencio, quejándose para adentro, en su entorno familiar y de amistad.

A veces, muy pocas, estalla y lo hace en la calle, a voz en grito. En estos casos se le reprende. No siempre, pero con frecuencia. Si vive en una democracia, los medios oficiales lo descalificarán. Podrá ser procesado y multado. A veces, incluso, encarcelado. Hay democracias europeas que encierran a los artistas que critican al jefe del Estado.

Si la protesta es en una dictadura, el ciudadano audaz se juega el cuello. Será un prisionero de conciencia más, enchironado por sus ideas políticas, por defender las libertades y los derechos humanos, por ser, simplemente, quien es o por creer en un determinado dios. En el mundo hay más de un millón de presos de conciencia, según un recuento del Departamento de Estado de Estados Unidos. La mayoría están en China, Rusia, Irán y Arabia Saudí. Son voces silenciadas.

Young women wearing masks of Soviet dictator Josef Stalin and Soviet state founder Vladimir Lenin attend a street musicians' concert in the center of Saint Petersburg on October 27, 2025. (Photo by Olga MALTSEVA / AFP)

Dos chicas camufladas como Stalin y Lenin atienden un concierto callejero en octubre en San Petersburgo 

Olga Maltseva / AFP

El silencio es una condena, pero también puede ser un privilegio. El escritor húngaro Gyula Illyés creía que era una buena estrategia para resistir los ataques del gobierno. No estaba de acuerdo con la idea de quien calla otorga. Él creía que no responder a un ataque era un triunfo porque impedía al atacante saborear el daño que transmites con tu réplica. Si no gritas, no hay dolor. “Así, a quien critica –escribió en 1957– le pasará lo mismo que al hacedor de lluvia, que la lluvia no le llega”.

Cientos de miles de jóvenes ucranianos 
han salido del país o se han escondido 
para no luchar

Quien resiste vence, suelen decir los revolucionarios y también los soldados atrincherados, como es el caso de los ucranianos en el frente de Pokrovsk, donde aún resisten a pesar de que el atacante ruso los supera en ocho a uno.

Es una heroicidad que ha quebrado a la sociedad ucraniana. La mayoría no quiere ceder el Donbass a Rusia, pero muchos tampoco quieren arriesgar su vida para defenderlo.

Las deserciones se han disparado desde que el Gobierno redujo la edad militar de los 25 a los 23 años. Cientos de miles de jóvenes han salido de Ucrania o se han escondido para no ser llamados a filas.

A principios de verano, llegaban a Alemania una media de 19 jóvenes ucranianos por semana. Tenían entre 18 y 22 años. Ahora, según datos del ministerio del Interior alemán, llegan entre 1.400 y 1.800. A Polonia, desde mediados de agosto, han llegado 121.000.

Si, a pesar de todo, estos jóvenes son reclutados, muchos desertan. No hay manera de hacerlos combatir. Hay más de 311.000 desertores desde el inicio de la guerra y, al menos, 70 han muerto huyendo del frente.

Este es el desgaste de un país en guerra que lucha por su existencia y que, aún así, resiste. El ejército ucraniano cuenta con 900.000 soldados en activo y más de un millón en la reserva.

Menciono a los militares ucranianos como ejemplo máximo del desgaste y la resistencia a los puede estar obligado un ciudadano. 

Cada sociedad, aunque no esté en guerra, vive entre el desgaste y la resistencia. Es ley de vida y son los ciudadanos anónimos los que llevan el peso de esta resistencia. El país no se sostendría de otra manera. 

A menudo se nos preguntamos qué podemos hacer por nuestro país cuando también estaría bien preguntarnos cómo podemos resistir para vivir de acuerdo con una conciencia del bien común.

Illyés se hizo esta pregunta. El 2 de noviembre de 1956, publicó un poema que hoy es muy apreciado. Lo tituló Una frase sobre la tiranía . Dos días después, los tanques soviéticos entraron en Budapest para aplastar la revolución democrática que había estallado dos semanas antes. La represión lo mantuvo en silencio durante décadas. Fue un triunfo personal pero también una derrota colectiva.

Él mismo dijo que un país podía estar feliz si en una generación tenía a diez escritores que explicaran la verdad. Sin embargo, bastaba un abuso del tirano contra diez personas para que la nación quedara muda durante una generación.

Así de frágil es el equilibrio que nos sostiene. Tan frágil que me cuesta nombrar a diez escritores españoles vivos, verdaderos y reconocidos. ¿Qué dice de nosotros que los mejores apenas tengan impacto mientras los peores, los poderosos y mediáticos, copan las listas de ventas?

El poema de Illyés sobre la tiranía es un manual de supervivencia para los que no tienen poder. Les alerta del peligro de acomodarse a ella porque ella, cuando se acerque a nuestra tumba, dirá lo que fuimos, si resistimos o desertamos.

Leo a Illyés y pienso en los músicos callejeros que el Kremlin ha encarcelado por cantar canciones de protesta, jóvenes como Diana Loginova y su novio Alexander Orlov, encarcelados desde octubre por tocar La cooperativa del Lago de los Cisnes junto a una boca de metro en San Petesburgo. Su resistencia debería ser la nuestra.

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