Si Italia ha tenido al escritor Roberto Saviano, desde hace dos decenios, como la gran figura nacional contra las mafias y el narcotráfico, Francia está otorgando un perfil parecido a Amine Kessaci, el joven marsellés de 22 años que encarna el drama de la segunda ciudad del país. Dos hermanos fueron asesinados y él, como Saviano, se mueve con escoltas y vive en un lugar secreto.
Emmanuel Macron, que realizó ayer una visita a Marsella, comenzó la jornada en el cementerio de Saint-Henri para rendir homenaje a Mehdi Kessaci, enterrado allí. El hermano pequeño de Amine cayó abatido por seis balas el pasado 13 de noviembre. Le dispararon dos sicarios sobre una moto en una rotonda. Tenía solo 20 años y se preparaba para entrar en la escuela de policía. Se cree que lo mataron como advertencia al hermano e intimidación general a todos lo que osen interponerse en el floreciente negocio del tráfico de estupefacientes. Fue una escalada criminal sin precedentes que conmocionó a Francia.
Amine Kessaci, habitante de uno de los barrios populares del norte de Marsella, se dio a conocer de muy joven, menor de edad y aún en la escuela, fundando una modesta asociación de activismo ciudadano, Conciencia, para recoger basura en las calles e incitar a los jóvenes a votar. Un hecho trágico la transformó. El cadáver de su hermanastro Brahim, implicado en el mundo de la droga, fue hallado carbonizado en la carcasa de un Audi en una autopista. El típico ajuste de cuentas. Era diciembre del 2020. Un año después, con 17 años, Kessaci tomó la palabra en un coloquio cuando Macron estuvo en Marsella para anunciar un ambicioso plan de inversiones y de mejora urbana.
Desde entonces, Conciencia se ha dedicado a ayudar a las familias que han perdido a hijos –cada vez más jóvenes– en las guerras entre las bandas de narcotraficantes. Kessaci publicó en octubre pasado, un mes antes de perder a su hermano , un libro titulado Marseille, essuie tes larmes. Vivre et mourir en terre de narcotrafic (Marsella, seca tus lágrimas. Vivir y morir en tierra de narcotráfico).
El Estado, pese a las inversiones, se muestra impotente para contener el auge del narcotráfico
Antes de los últimos acontecimientos, a Amine Kessaci le llamaban en casa, cariñosamente, el presidente . Fuera, algunos le han dado otro mote, a menudo peyorativo: Amine Macron . Lo cierto es que el joven activista ha establecido un vínculo directo con el presidente de la República, que quedó impresionado por su trauma personal y su coraje. No hace mucho lo recibió en el Elíseo y –según el diario Libération– le presentó al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, que estaba en París para una de sus habituales reuniones con Macron.
Es sabido que el jefe del Estado, natural de la norteña Amiens, siente una debilidad por Marsella y también por Nápoles. “Amo las ciudades mediterráneas trágicas”, confesó a uno de sus biógrafos, Arthur Berdah. En varias campañas electorales ha escogido Marsella como escenario de sus mítines más importantes.
El objetivo de su nuevo viaje ha sido comprobar los avances de su plan “Marsella en grande”, lanzado en septiembre del 2021 y dotado con 5.000 millones de euros de inversiones en la mejora de escuelas, transporte público, vivienda y seguridad policial. El presidente reivindicó los avances y aprovechó para inaugurar una comisaria en el norte de la ciudad y anunciar que la multa por consumir droga subirá de 200 a 500 euros.
A pesar de los esfuerzos, el narcotráfico sigue causando estragos en Marsella y en muchas otras ciudades francesas, pequeñas y medianas, contagiadas totalmente por el fenómeno. El exministro del Interior Bruno Retailleau habló hace unos meses del peligro de “mexicanización”. La ciudad mediterránea es la cuna del bandidismo francés, por su histórica conexión con los clanes corsos. Pero hoy la organización criminal más potente es la DZ Mafia, con delincuentes de ascendencia argelina. Ante los continuos ajustes de cuentas, el ministro de Justicia, Gérald Darmanin, ha evocado la amenaza de revivir lo que ocurría en Palermo a principios de los años ochenta del siglo pasado.
El presidente, de visita en la segunda ciudad francesa, sube de 200 a 500 euros la multa por consumir droga
Algunos expertos sostienen, sin embargo, que las redes francesas del narcotráfico no son exactamente como las históricas mafias italianas –la Cosa Nostra siciliana, la Camorra napolitana y la N’Drangheta calabresa–, que cultivan sus rituales y dan una importancia capital al control del territorio. Los jefes de la DZ Mafia suelen esconderse lejos de Marsella, en el norte de África o en Dubai, por ejemplo, desde donde dirigen el negocio. A los mafiosos italianos les gusta ocultarse casi siempre muy cerca de sus pueblos de origen, a veces durante muchos años, en auténticos búnkeres. Su apego a la tierra es tribal.
Las especificidades del bandidismo a la francesa, aunque no se le quiera llamar propiamente mafia, son un magro consuelo para familias como la de Amine Kessaci y todos quienes sufren a diario sus sangrientos zarpazos.
