La transición, en principio, es de carácter técnico: la designación de un nuevo arzobispo para Nueva York. Sin embargo, la trayectoria del prelado que se marcha hace que esta noticia sea sumamente notoria. Timothy Dolan es el cardenal con la relación más estrecha con Donald Trump. No se trata de una remoción inesperada: Dolan alcanzó los 75 años en febrero pasado y, siguiendo el protocolo, presentó su dimisión. Lo significativo no es la sustitución en sí, sino la celeridad con la que se ha producido. Generalmente, el Vaticano otorga extensiones considerables a los cardenales de sedes importantes, en ocasiones extendiéndose hasta por dos años. En esta oportunidad, no obstante, se ha decidido aplicar las normativas sin concesiones: diez meses han sido suficientes para concluir un periodo.
El Papa Francisco ha procedido con prudencia, particularmente dada la delicada situación de sus vínculos con la Casa Blanca, y ha sopesado con detenimiento el momento y la relevancia de la determinación. La selección se ha dirigido hacia un eclesiástico de 58 años, de perfil moderado, cuya carrera evoca la del propio Robert Francis Prevost: oriundo de Chicago y con una extensa trayectoria como misionero en México. Esta maniobra es de índole estratégica. La archidiócesis de Nueva York congrega a aproximadamente dos millones y medio de fieles católicos y mantiene su estatus como uno de los escaparates más influyentes del catolicismo en Estados Unidos.
El nuevo arzobispo es visto como una figura de centro, pero con una postura sólida en la protección de los inmigrantes, un asunto crucial en las discusiones políticas y sociales de Estados Unidos. El propio León XIV ha censurado recientemente las tácticas crueles empleadas en las deportaciones promovidas por el gobierno de Trump.
Dolan es una figura central del ala tradicionalista del episcopado estadounidense y desafió abiertamente al papa Francisco. Su ofensiva no nace con la irrupción de Trump en la política, sino antes. “En 2010, bajo la presidencia de Barack Obama, Dolan logra ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal y pone en marcha una guerra cultural que hoy Prevost intenta cerrar con este nombramiento”, explica Massimo Faggioli, profesor del Trinity College Dublin y uno de los mayores expertos en catolicismo estadounidense. “No hay ninguna duda de que Trump ha perdido a un aliado”.
Por mucho tiempo, Dolan se destacó como una de las figuras eclesiásticas más prominentes del trumpismo católico, buscando influir también en el cónclave. Trump, en una intervención sin precedentes, llegó a afirmar: “Estoy animando por él”. Sus ambiciones sufrieron un golpe irreparable cuando, a escasos días de comenzar el cónclave, el mandatario difundió una imagen manipulada donde se le veía ataviado como Sumo Pontífice. El cardenal, quien ofició la misa de investidura presidencial en 2017, se distanció entonces —“no fue algo bueno”—, pero el perjuicio simbólico ya era considerable.
La elección de Prevost va en otra dirección. Sin gestos estridentes ni discursos de ruptura, el nuevo Papa consolida una línea que rehúye la polarización. En Estados Unidos, esa claridad pasa hoy por devolver centralidad a quienes viven en los márgenes. Y esos márgenes, ahora, tienen nombre y rostro: el de los migrantes.
