La lista de directores ejecutivos de compañías tecnológicas presentes en la toma de posesión presidencial de enero del 2025 evidenció la apuesta del sector por la convicción de que Trump cumpliría muchos de los objetivos económicos tradicionales del sector: bajar los impuestos, desregular y limitar el Estado. Desde esa fecha, ningún director ejecutivo tecnológico ha sido más visible en su colaboración con el Gobierno que el fundador de Tesla y SpaceX, Elon Musk, que ha dirigido el Departamento de Eficiencia Gubernamental (conocido como DOGE) cuyo objetivo es recortar el gasto público y reducir el número de empleados federales. Para que nadie se equivocara con respecto a sus intenciones, Musk empuñó en febrero una motosierra durante una intervención en la Conferencia de Acción Política Conservadora y anunció: “¡Ésta es la motosierra para la burocracia! ¡Motosierra!”.
El marco intelectual del MAGA
Si bien Musk ha acaparado recientemente la atención blandiendo su motosierra, otros magnates tecnológicos como Peter Thiel y Marc Andreessen también se han convertido en importantes promotores del tecnolibertarismo en los círculos trumpianos. Los vínculos entre tecnolibertarios y republicanos MAGA pueden parecer sorprendentes dado que, en apariencia, sus marcos intelectuales tienen poco en común. El movimiento MAGA está impulsado por el deseo de construir un Estado étnico blanco con una inmigración limitada, ya sea mediante la construcción de un muro en la frontera con México, como en el primer mandato de Trump, o mediante la instauración de un régimen de miedo que deporta indiscriminadamente a estadounidenses indocumentados y documentados e insiste en desobedecer las órdenes judiciales. Además, el movimiento MAGA se centra en un relato basado en la victimización; en particular, que la clase trabajadora blanca fue la perdedora de la globalización y la desindustrialización de la economía estadounidense a finales del siglo XX. Trump y MAGA suponen, de hecho, una ruptura con el republicanismo conservador de la tradición de Ronald Reagan, que alababa la primacía de los mercados libres, defendía los valores familiares conservadores tradicionales y buscaba extender al extranjero la democracia liberal estadounidense. Aunque Trump sigue defendiendo parte del legado de Reagan con su apoyo a la desregulación y la reducción de impuestos, el giro hacia políticas proteccionistas en materia económica supone una política fundamentalmente nueva que busca reconstruir la economía nacional, en parte mediante el retorno de la industria manufacturera a EE.UU.

Musk ha sido uno de los grandes aliados y por momentos opositores a Trump y sus políticas MAGA.
El tecnolibertarismo
En marcado contraste, los tecnolibertarios y los directores ejecutivos tecnológicos han sido algunos de los mayores beneficiarios de la globalización y sus más ardientes defensores. El auge de Silicon Valley a mediados de la década de 1990 se benefició de la transformación de la economía estadounidense, que pasó de ser una economía manufacturera a una economía del conocimiento, así como de la introducción de las nuevas formas de contratos laborales y de trabajo por encargo que las empresas tecnológicas han explotado. Los tecnolibertarios incluyen a buena parte de la élite orientada a la tecnología que fue clave en la transformación de Silicon Valley, que pasó de ser una zona rural atrasada a un motor de la economía estadounidense. En el fondo, aspiran a un mundo tecnológico, impulsado por la innovación y libre de restricciones gubernamentales que, según consideran, aumentará la libertad individual. Sin embargo, la visión del tecnolibertarismo se basa en una ocultación deliberada del papel del Estado: aunque los tecnolibertarios suelen deplorar sus excesos, han aceptado su dinero siempre que les ha convenido. Como escribe la historiadora Margaret O’Mara, Silicon Valley se construyó sobre un plan del complejo militar-industrial; y, en la década de 1990, muchos empresarios tecnológicos lograron sus avances gracias a la financiación del gobierno federal. Las grandes hipocresías del tecnolibertarismo son hoy más pronunciadas que nunca: mientras Musk intenta recortar el Gobierno federal, sus empresas Tesla y SpaceX reciben más fondos federales que el servicio de radiodifusión pública, NPR.
Las diferencias
Las recientes informaciones aparecidas en los medios de comunicación acerca de enfrentamientos entre tecnolibertarios y republicanos MAGA dan a entender que esos dos grupos mantienen una relación frágil que podría romperse pronto bajo el peso de sus diferencias. Las noticias destacan que MAGA representa abiertamente a la clase trabajadora, mientras que el tecnolibertarismo se nutre de la élite; que MAGA abraza el sentimiento nativista y la inmigración limitada, mientras que los tecnolibertarios apoyan la llegada al país de las mejores y más brillantes mentes del mundo; y que MAGA aboga por aranceles proteccionistas, mientras que los tecnolibertarios siguen apoyando la libre circulación de capitales y mercancías. Para algunos, el destacar las diferencias entre los dos grupos no deja de ser una forma de ilusión que trasluce las esperanzas apenas veladas de un colapso interno del Gobierno de Trump. Sin embargo, y de un modo más fundamental, esos análisis revelan una miopía que pasa por alto la larga historia de la derecha estadounidense, en la cual libertarismo y conservadurismo han sido durante mucho tiempo tradiciones interconectadas. Analizando la trayectoria de la derecha estadounidense a lo largo del siglo XX, se observa que los conservadores y los libertarios han mantenido una tumultuosa relación amorosa salpicada de momentos de convergencia y de divergencia. Analizar dónde se han formado históricamente las alianzas entre conservadores y libertarios, o dónde y cuándo se han roto, puede ser instructivo para comprender el momento actual.

Restos de una gorra quemada del movimiento MAGA
Precedentes conservadores
Los conservadores estadounidenses lograron formar un movimiento nacional coherente tras la Segunda Guerra Mundial. El horror de los conservadores ante las atrocidades cometidas por los regímenes totalitarios de mediados de siglo, así como su temor a que la expansión del Estado de bienestar estadounidense se convirtiera también en un “camino de servidumbre”, los impulsó a actuar. Los destacados intelectuales conservadores William F. Buckley Jr. y Frank Meyer aglutinaron en la década de 1950 a tres grupos que darían lugar a lo que se conocería como la nueva derecha: los conservadores tradicionalistas, que valoraban la virtud, el orden y las costumbres; los libertarios o liberales clásicos, que defendían un Estado mínimo, el libre mercado y el individualismo; y los anticomunistas acérrimos. Siendo director de la revista conservadora National Review, Meyer abogó por el fusionismo, que uniría la preocupación de los conservadores por la tradición y la creencia del libertarismo en la primacía del mercado. Muchos intelectuales y activistas cuestionaron la coherencia del fusionismo: por un lado, los conservadores argumentaban que los partidarios del libre mercado no reconocían adecuadamente que la lógica del mercado corrompía la cultura y la moral; por otro, los libertarios desconfiaban del paradójico apoyo de los conservadores a un Estado limitado en el ámbito nacional, pero a un aparato estatal fuerte para luchar contra la guerra fría en el extranjero. No obstante, la mayoría reconoció que la búsqueda de un movimiento unificado era un objetivo valioso dado que conservadores y libertarios seguían siendo una minoría en el panorama político estadounidense. Ahora bien, las fricciones nunca se resolvieron por completo y reaparecerían continuamente en el seno de la alianza.
En contraste con la clase trabajadora blanca, los tecnolibertarios y ejecutivos tecnológicos están entre los mayores beneficiarios de la globalización y entre sus más ardientes defensores
Durante la década siguiente, los activistas de la nueva derecha crearon revistas, medios de comunicación, editoriales, bufetes de abogados y organizaciones estudiantiles; y sentaron de ese modo las bases de lo que hoy se conoce como el movimiento conservador. Los conservadores también encontraron el apoyo del Partido Republicano en la figura de Barry Goldwater, que fue candidato a la presidencia en 1964. La potente mezcla de conservadurismo fiscal, anticomunismo militante y apoyo a los derechos de los estados de Goldwater fue el catalizador en el seno del Partido Republicano de un conservadurismo insurgente que se opuso al ala más moderada y liberal. Sin embargo, la espectacular derrota de Goldwater frente a Lyndon B. Johnson en 1964 llevó a conservadores y libertarios a replantearse los métodos de su activismo.
Los activistas conservadores redoblaron esfuerzos e invirtieron tiempo, energía y fondos en la construcción de un contrapoder que esperaban que algún día fuera aceptado por una mayor parte de la población. Aún no lo sabían, pero esos esfuerzos culminarían en la elección de un primer presidente conservador en 1980, Ronald Reagan, y en el establecimiento de una larga tradición conservadora.
Inspiración contracultural en los libertarios
Los libertarios, en cambio, buscaron caminos alternativos. Los miles de jóvenes descontentos que protestaban en la década de 1960 por la justicia racial, los derechos de las mujeres, los derechos de los homosexuales, el fin del servicio militar obligatorio y la retirada estadounidense de Vietnam inspiraron a los libertarios que deseaban defender los derechos individuales y aplicar una política exterior no intervencionista. Además, gran parte del lenguaje de la floreciente contracultura con su llamamiento a la expresión individual, la autorrealización y la resistencia a la autoridad también coincidía con el libertarismo. Ese nuevo contexto hizo más evidentes las preocupaciones libertarias por los derechos individuales y puso de relieve sus diferencias con los conservadores. En última instancia, fueron los tecnolibertarios (también conocidos como ciberlibertarios) quienes más difuminaron las fronteras entre el libertarismo y la contracultura. Combinaron el compromiso del libertarismo con la libertad individual y el utopismo digital, convencidos de que el cambio social no surgiría de la acción política, sino del desarrollo de nuevas tecnologías y la transformación de la conciencia. El historiador Fred Turner ha rastreado cómo un grupo dentro de la contracultura, los nuevos comunalistas, se inspiraron en “la noción cibernética del mundo como un patrón único e interconectado de información” y más tarde contribuirían al desarrollo del ordenador como máquina personal, las redes en línea como comunidades virtuales y el ciberespacio como frontera electrónica.
Los tecnolibertarios combinaron la libertad y el utopismo digital, convencidos de que el cambio no surgiría de la acción política, sino del desarrollo de nuevas tecnologías y la transformación de la conciencia
La exploración por parte de los libertarios de alianzas con la contracultura y la izquierda durante ese período frustró a los conservadores, que se burlaban de los izquierdistas en tanto que antipatriotas por su oposición a la guerra de Vietnam, libertinos en su estilo de vida e irreverentes con la tradición. Los libertarios rompieron finalmente con los conservadores en 1969 debido a las crecientes diferencias, y se dedicaron a construir un propio movimiento independiente con sus centros de estudio, revistas, institutos universitarios y un Partido Libertario. La década de 1970 resultó ser una década de gran productividad y exploración para los libertarios, ya que desarrollaron su propia sensibilidad de base amplia que abarcaría las múltiples corrientes del libertarismo, ya fuera el tecnolibertarismo, el anarcocapitalismo o el feminismo libertario. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que volvieran a contemplar una alianza con los conservadores. En 1980, cuando la revolución Reagan arrasó en EE.UU., los libertarios no pudieron resistirse a las posibilidades inherentes al nuevo mandato conservador. En solo unos años, libertarios como los multimillonarios David y Charles Koch dieron la espalda a las instituciones libertarias para alinearse con los republicanos, financiar organizaciones conservadoras, apoyar a candidatos republicanos al Congreso y garantizar que Reagan se adhiriera a su visión económica libertaria de una política de libre mercado, desregulación y reducción de impuestos.
Convergencias en los noventa
A lo largo de la década de 1990, libertarios y conservadores convergieron de formas nuevas y sorprendentes. Dos convergencias son especialmente dignas de ser mencionadas.
En primer lugar, con el auge de Silicon Valley y el amanecer de la época digital a mediados de la década de 1990, la visión tecnolibertaria ganó un nuevo impulso en la vida estadounidense. Dentro de la política republicana, republicanos insurgentes como Newt Gingrich compartían el deseo de los tecnolibertarios de empoderar a las élites tecnológicas, crear nuevas empresas y limitar el gobierno tradicional. Tras conseguir aliados en el Congreso, los tecnolibertarios lograron que internet no quedara bajo un control centralizado, ya fuera del gobierno federal o de un monopolio privado.
En los noventa, tras reunir aliados en el Congreso, los tecnolibertarios lograron que internet no quedara bajo un control centralizado, ya fuera del gobierno federal o de un monopolio privado
En segundo lugar, los libertarios de derecha también encontraron aliados dentro del Partido Republicano. Murray Rothbard, un destacado libertario que se decantaría por la extrema derecha, apoyó a Pat Buchanan en su candidatura a la nominación presidencial del Partido Republicano en 1992 a través del paleolibertarismo que ambos compartían: una mezcla de creencias proteccionistas, antiintervencionistas, antisemitas y xenófobas. Aunque Buchanan no consiguió la nominación, introdujo en la política nacional una retórica xenófoba que serviría de modelo para los movimientos de extrema derecha, incluido el movimiento nacionalista blanco Alt-Right de finales de la década de 2000 y, según algunos, el republicanismo MAGA.
Dos tradiciones entrelazadas
La historia de la derecha en el siglo XX evidencia cómo conservadurismo y libertarismo han sido durante mucho tiempo tradiciones intelectuales y activistas entrelazadas. No debería sorprender la reciente convergencia de tecnolibertarios y republicanos MAGA, que indica que entramos en otro capítulo de la tumultuosa historia de la derecha estadounidense. Libertarios y conservadores llevan mucho tiempo unidos en su oposición al progresismo y a cuanto asocian con él: poder centralizado, Estado expansivo, movimientos por la igualdad social y justicia social, y políticas económicas redistributivas. Aunque, en apariencia, tecnolibertarios y republicanos MAGA tienen poco en común en términos ideológicos, en la base de su relación se halla una aversión común hacia el progresismo liberal y el Estado. Las preguntas que nos quedan son: ¿qué pasaría si fuéramos testigos del colapso del capitalismo liberal hegemónico y esos grupos perdieran a sus enemigos comunes? ¿Seguirían libertarios y conservadores encontrando una causa común, o resultaría demasiado pesada la carga de sus contradicciones? Aunque aún es pronto para saberlo, lo que está claro es que el segundo mandato de Trump provocará luchas nuevas y reavivará las antiguas entre las distintas corrientes de la derecha estadounidense.
Whitney McIntosh es historiadora del siglo XX estadounidense y profesora de Historia Contemporánea de Estados Unidos en la Universidad Politécnica de Worcester. Su investigación explora la derecha estadounidense, el libertarismo, la cultura democrática y el radicalismo político