José Manuel Sánchez Riera,exmiembro del CNI:

“Aquella noche lloré porque me sentía un cobarde por sobrevivir”

Tengo 58 años. Nací y vivo en Madrid. Casado, 3 hijos. Soy suboficial del ejército. Presido la Asociación de Víctimas del Terrorismo de la Comunidad Valenciana. Los políticos no hablan de las verdaderas crisis, hablan de su mundo, y el ciudadano es algo muy alejado a ellos. Soy más cristiano que católico. (Foto: Mané Espinosa)

¿Qué hacía usted en Irak?

Llegué seis meses después de la invasión. La situación de seguridad era muy complicada, y para los miembros del CNI más.

¿Por qué?

Estábamos señalados como objetivos de la insurgencia, mataron a nuestro compañero destinado en la oficina de Bagdad.

¿Cuál era su misión?

Darle las herramientas al gobierno de turno para que las decisiones que se toman estén basadas en la mejor información posible.

Deme un ejemplo.

Quince días antes de llegar uno de los contactos que teníamos nos avisó de que iban a poner un artefacto explosivo en el camino de entrada a la base militar.

¿Ustedes son civiles?

Sí, dentro de un contingente militar pero independientes, por eso vamos de civiles y nuestros vehículos también lo son.

¿Qué pasó el 29 de noviembre del 2003?

Éramos dos equipos del CNI, íbamos cuatro en cada coche. Al pasar por un pequeño pueblo escuchamos el ruido de un potente motor de coche y antes de que pudiéramos darnos cuenta los teníamos al lado disparándonos.

¿Pánico?

Sí, hasta que te invade una sensación de frialdad. Alfonso, especialista en conducción evasiva, aceleró a tope y consiguió pasar al carril izquierdo de la carretera.

¿Y el otro coche?

Delante, nos pusimos a su altura para decirles que nos estaban atacando. Un disparo alcanzó a Alfonso, que dio un volantazo y nos salimos de la carretera.

Los atacantes seguían disparando desde unas casas, nuestros proyectiles nada podían hacer contra sus kaláshnikov, capaces de descargar 600 cartuchos por minuto y hacer blanco a doscientos metros.

¿Y el coche de sus compañeros?

En el arcén, más adelante. Me fui a pedir ayuda, conseguí llegar a un punto donde había una aglomeración de personas.

¿Le ayudaron?

Me golpearon brutalmente, me tiré al suelo dispuesto a morir, pensé en que no volvería a ver a mi familia y me levanté de un salto.

¿Qué le salvó?

Un tipo vestido con una túnica azul petróleo que jamás he olvidado. Vino hacia mí lentamente y me dio un beso en la mejilla. No preguntó, no dijo nada, se fue por donde había venido, la gente se apartaba a su paso. Había vuelto a salvar la vida.

¿Cómo acabó el día?

Horas más tarde una patrulla americana me llevó a su base, mis siete compañeros habían muerto. Aquella noche lloré porque me sentía un cobarde por haber sobrevivido. Después de años sin fumar, fumé un cigarrillo detrás de otro durante 24 horas.

Estaba en shock.

Fue la peor noche de mi vida. Al cabo de un mes me enviaron tres años a Nueva York con toda la familia, y a la vuelta empecé a tener problemas en casa.

¿De qué tipo?

Me aislé, me alejé de mi mujer y de mis hijos, me molestaba su presencia, y le dije a mi mujer que ya no los quería. Isabel me dijo que debía ir al psiquiatra.

¿Lo hizo?

No, pero mi mujer aguantó pese a que yo estaba de patada en la boca. Un día mi hijo mayor, que tenía entonces 15 años, me dijo: “Aquí contigo estamos cuatro personas más, a ver si das un pasito”.

Se fue directo al psiquiatra, supongo.

Sí, con terapia conseguí mejorar mi vida familiar, pero la laboral se fue al traste: llegaba al trabajo y me quedaba mirando al techo o me ponía a llorar; pero no quería medicarme.

¿Cuáles eran sus síntomas?

Depresión, ataques de ansiedad, ataques de pánico, insomnio, hipervigilancia, impermeabilidad emocional, flashbacks y desesperanza: miraba hacia atrás y no me gustaba, y miraba hacia delante y era todo negro.

¿Por fin se medicó?

Sí, pero acabé con una baja por incapacidad permanente con 47 años. Nos fuimos a vivir a Valencia donde empezó mi segunda vida. En 2016 me nombraron presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de la Comunidad Valenciana. Allí, compartiendo experiencias, me di cuenta de que yo era uno más.

¿El bajón le vino 5 años después?

Cuando accedí a medicarme el psiquiatra me explicó que el estrés postraumático que aparece años después es el que se cronifica, y que lo voy a tener toda la vida.

¿Qué miedo ha arraigado?

La soledad, sientes un frío interior terrible, quieres estar en tu rincón, en tu mundo; pero se va mitigando porque mis hijos y mi mujer son muy insistentes y compartir y ayudar a otros que han sufrido lo mismo te ayuda a ti.

¿A qué conclusión le ha llevado?

Lo más importante que tenemos es la red social, sin ella no hubiera sobrevivido.

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