Juan Dávila,cómico y actor:

“La gente con problemas está cansada de que la traten con pena”

Tengo 46 años. Madrileño. Vivo con mi perra Masha. Fui policía y estudié Arte Dramático. Nos separan por clases políticas, sociales y económicas y yo trato de unir a través de la risa que saca las miserias que todos tenemos y nos aleja del victimismo. Mi creencia es dejar el mundo mejor de lo que lo he encontrado. (Foto: Dani Duch)

Nació en un bajo de Moratalaz.

Sin ventanas, había que encender la luz desde las ocho de la mañana.

¿Por qué se hizo policía?

Tenía 25 años y era hora de que saliera de casa, y como estaba tan mal la cosa un amigo me dijo que en la policía tienes sueldo y te puedes pedir una excedencia cuando quieras.

Pero lo suyo era el teatro.

Llevaba siete años haciendo teatro amateur cuando entré en la policía y, con lo que cobraba, me apunté a la escuela de teatro.

Hábleme de esa época.

Muchos policías me hablaban de sus sueños que se habían quedado por el camino. Uno quería ser cantante, otro dibujante, otro poeta, y me dije: “O lo intento ahora o ya lo dejo”. En tercero me lancé al vacío: “Mamá, papá, voy a dejar la policía”.

¿Qué aprendió patrullando?

Lejos de la parte represora, aprendí mucha empatía y a observar: por la actitud corporal, por cómo se mueve la gente, sabes si ese va bebido, si tiene ansiedad o está perdido, y eso me ha ayudado mucho a conectar con los demás. Ahora la gente me trae regalos al show.

¿Regalos, bromeando de sus debilidades?

Sí, desde una pata de jamón, tortillas, muñecos de peluche y chaquetas, todas las que llevo­ en el show son regalos.

¿Cómo se los gana?

Todo empezó por una mujer con depresión que veía los vídeos que cuelgo a diario. Un día me escribió: “Mira, yo no puedo salir de casa, pero irá mi hija al espectáculo con un regalo, porque me alegras la vida”.

Empezó viviendo en una despensa.

Sí, volví a empezar como si tuviera 20 años. Pero la ilusión puede prácticamente con todas las trabas, con todos los nos.

Montó una compañía de improvisación.

Improclan, que fue la ruina pero duró diez años y es la base de lo que hago: medito, me centro en el presente, salgo e improviso.

¿El lugar más extraño en que has actuado?

Pleno verano, cinco de la tarde, calor abrasador, en un pueblo de Albacete. Nadie. Llamo al alcalde: “Oiga, que no hay nadie”, “No importa, está en el programa de festejos y hay que hacerlo”, y actué para nadie.

¿La actuación más memorable?

Un matrimonio, ella con cáncer terminal; un día el marido la escucha reír en el baño, estaba viendo un vídeo mío en Instagram. El marido me escribe y me dice que era la primera vez que la oía reír. Los invité al Show de Valencia. La recuerdo con el pañuelo y la mascarilla, y la veía con los ojillos sonrientes. Al cabo de un mes me escribió el marido diciéndome que había muerto y dándome las gracias por aquellas risas.

¿Y ahí hizo de las suyas?

Sí, bromear con la enfermedad, con la discapacidad, con todas las miserias humanas, y con los negros, los chinos, gais, lesbianas... La hice reír hablando de la muerte.

Usted va fuerte.

Yo creo que es un momento de alivio, porque la gente con problemas está cansada de que los traten con pena, como diferentes, y al estar en lugar en el que nos reímos de todos con todos, se sienten uno más, eso me escriben. ¿Sabe de qué me he dado cuenta?

¿De qué?

En España hay mucha gente enferma, pero preferimos no verlo. Y esa gente ha encontrado un lugar donde desinhibirse. Yo bromeo con el tumor, con la depresión, y luego con una pareja, un joven... Y tienen la entrada cogida con ocho meses de antelación.

Hay muchos que critican su humor.

Porque se sienten en un lugar de superioridad y siguen tratando a esa persona enferma o discapacitada con pena: “¡Pero cómo se puede reír de ese pobrecillo!”, y esas personas se han cansado de que les digan pobrecillos. De hecho todo empezó con cinco ciegos.

¿Qué pasó?

Bromeé con ellos, y al acabar me dijeron: “Es la primera vez que nos sentimos incluidos en un espectáculo de comedia y nos hemos podido reír de nuestra ceguera. Gracias”.

¿De dónde sale su estilo?

Siempre me ha interesado la terapia, he hecho mucha, y he entendido que no hay que esconder nuestras sombras y que a través de la risa podemos transformarlas en luz.

Contrató un teatro de 300 localidades.

Fue mi primera actuación en solitario y como no venía nadie me vestí de monje y me fui a la Gran Vía con un megáfono a invitar a venir a los pecadores. Estaba desesperado.

Y de repente, de nada a todo.

Empecé a subir vídeos a TikTok y se hicieron virales. Muchos chavales piensan que con subir vídeos basta, por eso he hecho el documental, para que sepan que es el resultado de años de muchísimo trabajo y perseverancia.

¿Por qué llena estadios?

Creo que tiene que ver con no perder mi esencia, que es la cercanía con la gente.

¿Su humor tiene límites?

Sí, que la persona con la que estoy interactuando sea la primera en reírse.

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