Inés Martín Rodrigo,escritora:

“Si no te amas a ti misma, no sabrás amar a nadie”

Tengo 42 años. Soy de Peralada de la Mata (Cáceres, Extremadura) y radicada en Madrid. Soy escritora y periodista. Soy soltera y comprometida (con mi pareja, Laura). Sin hijos. ¿Política? Soy progresista. ¿Creencias? Las tuve... Pero dejé de tenerlas al morir mi madre. (Foto: Xavier Cervera)

Creía en Dios... Y murió su madre.

Yo tenía 14 años. Le pedí explicaciones al Dios de mi madre y mío... Y no se me dieron.

Y entonces...

Sigo sin tenerlas hoy: soy, pues, atea.

¿No cree en nada?

En la duda. Y en la sombra de mi madre.

¿Cómo era su madre?

No lo sé.

¿No? Tenía usted 14 años...

Tenía diez años al ser ella diagnosticada de cáncer. Fui su preocupada cuidadora durante cuatro años... Todo lo anterior se ha evaporado, no lo recuerdo.

¿Qué ha sabido de su madre?

La herida abierta que su ausencia me dejó me ha llevado a una indagación que he plasmado en un libro...

¿Qué ha entendido escribiendo?

Mi familia, por protegerme, no me dejó ver morir a mi madre. Me apartó de ella al morir: ¡inmenso error!

La intención fue buena...

Y equivocada. Con catorce años, y con muchos menos, una niña tiene derecho a ver morir a su madre, a entender que muerte y vida van juntas, a despedirse de lo que más ama. Hurtarle eso... ¡qué crueldad! Conlleva consecuencias.

¿Qué consecuencias?

Yo amaba tanto a mi madre que, muerta ella, minusvaloré mi propia vida: procedí a machacarme sistemática y minuciosamente. Fui anoréxica, me autolesionaba...

Uf.

Me negué la alegría, me prohibí la vida.

¿Qué es la vida?

Estar alegre y feliz sin más, por cualquier minucia. Yo he sido implacable conmigo, autoexigente: no me permitía un error, y tampoco la menor alegría.

Hace un rato la he visto sonreír...

Ahora ya sí.

Y se le ilumina la cara, es usted otra.

Sí: escribir el libro me ha ayudado. Empecé al morir mi padre. Y de él ya comprendo lo que de adolescente yo condené.

Se refiere a...

A que mi padre pensó en él. Yo no podía entender: ¿cómo era tan egoísta? ¿Cómo pensaba en él con mi madre muerta? Hoy entiendo que hizo lo correcto: ¡vivir!

¿Y usted ya vive?

¡Al fin sí! Cumplí la edad, 41 años, que mi madre tenía al morir y sentí vértigo: ahí estaba la muerte... Y entendí que debía vivir lo que ella no pudo vivir y vivir por todos os que me aman. ¡Y ahora, al fin, vivo!

¿Qué es vivir?

Lo que ahora estamos haciendo tú y yo: vamos a comer juntos ¡y voy a disfrutar eligiendo un plato de pasta! Algo impensable para mí hace muy poco...

¡Cuánto me alegro!

Me enorgullece mucho haber alcanzado esta alegría... ¿Sabe qué rasgo de mi madre me dicen que más le distinguía?

¿Cuál?

¡La alegría!

Buena lección.

Siempre reía y estaba alegre. Acabo de verla en un vídeo, publicado ya mi libro. Buscar cómo era ella ha sido un modo de buscarme, no he sabido quién soy yo.

¿Y ahora?

Ya lo sé: alguien que aspira a ser libre escribiendo. En ese libro me lo he permitido, por fin. Y ya sé que seguiré así, construyéndome al escribir, ¡escribiéndome!

¿Qué ha aprendido de la memoria?

Que es una verdad construida, fabulada, bella: ayuda a vivir. ¡Bendita memoria! No busques ahí verdad factual, se trata de otra categoría de verdad.

La más alta verdad es la verdad poética.

¡Esa verdad! La verdad del arte.

¿Para qué sirve el arte?

Para sacar belleza de la herida.

¿En qué más es distinta de la de antes?

Mi autoexigencia se ha relajado, me he soltado, no soy ya perfecta, me permito la imperfección, perdono mis errores.

Benditos sean.

Y, por fin, he aprendido a dejarme llevar.

¿Y si la otra Inés intenta volver?

Me repito “hacemos lo que podemos”.

El que hace lo que puede no está obligado a más.

Como mi padre, he comprendido que pensar en mí ¡no es egoísta! Si no te amas a ti misma, no sabrás amar a nadie.

¿Un día dará sepultura a su madre?

Mi madre va a estar siempre a la mesa conmigo. Está aquí.

“Toda mujer busca en su pareja a su padre”, se dice.

“Yo a mi madre”, dice Milena Busquets, y yo he buscado en mis parejas a la madre cuidadora que me faltó. Cada pérdida me destrozaba, reabría su ausencia.

¿Y ahora?

Ya sé que perder no es tan catastrófico. Vivo alegre, ya sé dejar marchar.

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