Sergio Peris-Mencheta,actor y director teatral:

“He desmontado al macho alfa y voy más ligero por la vida”

Tengo 50 años. Nací y vivo en Madrid. Estoy casado y tengo 2 hijos. Empecé Derecho, Empresariales y Periodismo, hasta que di con el teatro. No les presto mucha atención a los políticos, mi manera de hablar de lo que pasa es en el escenario. Hijo de ateos, creo que si Dios existe, está dentro de cada uno de nosotros. (Foto: Àlex Garcia)

Tenía todo lo que se puede desear: una familia perfecta y trabajaba en Hollywood sin haberlo buscado.

Bien, ¿no?

Eso digo yo, pero me sentía profundamente insatisfecho, era como pasar por la vida sin que la vida pasara por mí. Y a los 49 años llegó la confirmación del diagnóstico.

Leucemia.

Hay un sueño que me acompaña: es de noche, corro por un pasillo lleno de escaparates apagados, al fondo hay uno iluminado pero nunca llego. En el hospital una noche me paré en uno de los escaparates y lo que vi fue mi reflejo. Ahí me cayó la ficha.

¿…?

Supe que tocaba parar y mirar hacia mí. Hacía un año me habían dado muy poca esperanza de vida y decidí probar terapias alternativas, hacer ejercicio y comer sano.

El diagnostico debió de ser un bombazo.

No era capaz de asimilarlo, no paraba de pensar en Marta y en mis hijos de 11 y 9 años. Mi hermano me salvó dándome parte de su médula. Un proceso de dos años.

¿Cómo le ha cambiado?

Tengo los mismos ojos pero me fijo en cosas distintas. Ya no me preocupo, me ocupo de lo que me importa. Mi cuerpo me retiene en el presente porque me duele, tengo calambres, náuseas, estoy fatigado.

Eso suena muy duro de sobrellevar.

Es curioso que antes mi cuerpo solo fuera una herramienta. Soy mucho más consciente de su estado, de cuándo me altero, de cómo respiro; no tengo prisa, camino despacio.

¿Se sentía solo?

Tenía el apoyo incondicional de Marta, pero necesitaba hablar con gente que estuviera pasando por lo mismo que yo, así que, en contra de todo lo que me recomendaron, lo hice público.

¿Pesó más lo bueno en ese gesto?

Recibí una avalancha de mensajes de personas que habían vivido o estaban viviendo algo similar, me sentí querido y acompañado. Yo antes despreciaba las redes.

¿Qué más se desmontó?

El macho alfa (ser siempre autónomo, no pedir nunca ayuda), y voy más ligero por la vida; ese avatar que he habitado durante tantos años en la realidad y en la ficción, porque muchos de los personajes que me daban iban subidos a un caballo y con armadura.

¿Qué había debajo de la armadura?

Una vulnerabilidad que no sentía desde niño, y eso me llevó a despertar la empatía.

¿Era egocéntrico?

Mucho, pero de repente lo que contaba el otro me interesaba mucho. Me siento muy afortunado tras leer todos los testimonios de los que han sobrevivido como yo y de los familiares que me hablan de los que han muerto. Antes pensaba que yo solo era un tío con suerte, un fraude con patas.

¿Así se sentía?

Yo no era capaz de tomar un café cara a cara con alguien, me sentía vulnerable, prefería el grupo. Tantas noches en vela mirando el techo en la habitación del hospital me llevaron a conversar conmigo, un Sergio del que llevaba huyendo toda la vida sin ser consciente.

¿Cómo ha llevado la posibilidad de la muerte?

Me han ocurrido tantas cosas mágicas durante el proceso de la enfermedad que he pasado de ateo a creer en algo superior. Viví el síndrome del calendario.

¿En qué consiste?

Yo pierdo a mi padre el mismo día pero diez años antes de que me trasplanten. Mi padre pierde al suyo por leucemia a los 12 años, y me dan el diagnóstico de mi enfermedad el día que mi hijo cumple 12 años.

¿Por qué se sentía un fraude?

Consideraba que no había estudiado lo suficiente para ser actor y mucho menos para dirigir; convertía mis sentimientos en enfado, no me permitía fallar.

El perfeccionismo es corrosivo.

Ahora soy un fallo con patas, necesito dirigir sentado, ni puedo ni quiero poder con todo. Mi padre me repetía: “No trabajas lo suficiente, tienes que sacrificar cosas en la vida”.

¿Y usted lo asumió?

Yo no he hecho nada en la vida que no sea jugar, y eso mi padre lo llevaba muy mal; era economista, ejercía una profesión que no le gustaba nada, como su padre.

Usted ensayaba con el gotero puesto.

Me sacaba de los dolores, como si me pusiera un anillo de poder. Sin la expresión, me hubiera costado mucho atravesar ese desierto.

¿Ha pasado miedo?

He podido asumir que esta peli, la vida, siempre acaba mal. Yo he decidido contarme que somos información energética que se encarna y que luego vuelve a la fuente, eso me ayuda a mantenerme alejado del miedo.

¿Le gusta más ahora su vida que antes?

Me gusto más yo, incluso físicamente, ya no soy grandote, ya puedo hacer Hamlet. Ahora ya no me levanto con prisa, no puedo, tardo más, me acepto como un ser lleno de grietas.

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