Dios, el chef y el arzobispo
El chef Andrés define su encuentro con el arzobispo de Damasco como la experiencia en guerra que más le ha dado que pensar: “Entré en Siria, que ya había cerrado fronteras, gracias a mi equipo allí para encarrilar una campaña de entrega de comida y ropa. Entonces me dijeron que el arzobispo en Damasco quería hablar con ese español cocinero que regalaba alimentos. El arzobispo me recibió y me preguntó qué me había llevado a Siria y yo le contesté que si Dios tenía tanto poder, por qué no hacía algo para que los niños no sufrieran ni murieran en aquella guerra. Él me respondió: “Ya lo está haciendo: le utiliza a usted y a otros como usted para ayudarlos”. “Y cuando me salvo de alguna situación arriesgada –concluye Andrés–, me acuerdo del arzobispo y pienso que tengo suerte, porque Dios me utiliza.”
¿Cómo fue su misión en Gaza?
Fuimos a Jordania cuando empezó la ocupación de Gaza y conseguimos un avión militar jordano para lanzar 30 toneladas de alimentos en paracaídas...
¿Con permiso de Israel?
Los jordanos lo obtuvieron. Estuve seis horas encerrado en una base secreta jordana hasta que al final los israelíes nos dieron ese permiso, Y despegamos.
¿Y sobrevolaron Gaza?
Con cinco militares jordanos y no sabes la satisfacción que tuvimos todos cuando abrimos la compuerta de atrás y lanzamos la comida. Y quisimos seguir ayudando.
¿Cómo?
Recaudamos fondos con mi organización y el restaurante y enviamos el dinero a las cuentas que tenemos en Gaza y allí los nuestros compran comida.
¿A qué precio?
Una lata de leche cuesta 40 euros, pero al fin conseguimos negociar con algunas pequeñas tiendas y proveedores y nos cobran comisiones... Pero al final conseguimos que la comida llegue a los gazatíes.
¿Mucha?
Y con un enorme poder transformador. Me gusta considerarme un alimentador de almas y eso es lo que intento compartir en mi restaurante: solidaridad.
Al fin y al cabo comer viene del latín cum edere : comer con alguien.
Cuando vienen a mi restaurante, el Casa Nova, les enseño cómo hacemos todo km. 0, pero con alma solidaria con todo el planeta.
¿Y mientras sigue en sus misiones humanitarias?
Es parte de la restauración. Cogí un camión de comida y ropa y lo conduje desde Barcelona hasta Jersón, en Ucrania, después de la invasión rusa.
¿Le esperaban?
Se habían cortado los suministros y había ucranianos esperando aquella ayuda, porque habíamos avisado.
¿No temía las bombas?
Fue muy fácil. Avisé del reparto y me respetaron. Es todo más sencillo de lo que parece cuando ves a los que mandan discutir guerras y paces en un hotel. Por eso fundé Global Humanitaria...
¿Para repartir comida?
Para ejercer el poder transformador de la gastronomía y desde hace 30 años en comunidades pobres, pero que si tienen tierra la aprovechan incluso en conflictos y guerras, por ejemplo en Colombia.
Ha mejorado muchísimo.
Seguimos con nuestro proyecto en Tupamaco, una zona a la que aún tenemos que llegar en avioneta.Cooperamos en educación, sanidad y comedores escolares allí y en otras comunidades.
¿Cómo empezó su solidaridad gastro ?
Nací en l’Hospitalet de Llobregat. No estudié. Siempre fui autodidacta en todo con una gran curiosidad por lo que pasa en el mundo. Yo empecé siendo periodista internacional...
La información es un derecho.
Y me fui a Libia con 18 años para la revista Panorama . Recorrí Marruecos, Túnez, Argelia y Libia haciendo reportajes.
¿La Libia de Gadafi?
Por eso me enchironaron unos días para deportarme a España, pero me gustó la experiencia y vi que además de informar podía ayudar y con la gastronomía solidaria unir esas inquietudes.
¿Su plato estrella?
La carne de cordero o costilla de cerdo. Es nuestro homenaje a la fiesta familiar. Encendemos una gran hoguera con cepas viejas y piedras del río y echamos tierra encima y cocinamos allí la carne envuelta en hojas de plátano. Esto nos ha llevado a tener la estrella roja Michelin, la estrella verde y el sol Repsol.
¿Qué bebida?
Nuestro vino con uva que cogemos nosotros, pisamos y dejamos fermentar en tinajas de barro que hizo un amigo. Lo bebemos y cocinamos con él y cuando ya es vinagre. El pan lo elaboramos como los aymaras y quechuas en Perú, que usan la papa, el chuño y la hidratan y deshidratan a 5.000 m de altura.
¿Traen el chuño?
Hacemos 50 panes pequeños en 6 horas con harina y hierbas aromáticas de nuestra huerta y lo servimos semicaliente.
¿Solo?
Con un atún del que hacemos mojama en unos secadores también aquí al aire libre de forma natural. Es nuestro pequeño homenaje a esas comunidades que ayudamos y nos ayudan en Perú, Colombia, Guatemala, Bolivia, India, Camboya, Costa de Marfil, Siria, Líbano, Gaza, Jordania...