Quien pierde aprende
A nadie le gusta perder en un debate, pero, si lo planteamos como un diálogo socrático, apunta Callard, perderlo es imposible; porque quien es rebatido es quien más gana, puesto que será también quien más haya aprendido al ser corregido e irse con sus puntos de vista mejorados: más cerca de la verdad. Quien en principio demuestra al otro su error, en cambio, se va con las mismas ideas con que llegó. Sin embargo, la mayor virtud del diálogo radica en que no serán exactamente las mismas, porque, al contrastar lo que cada uno cree cierto escuchando a los demás, puede ir progresando hacia otra verdad que cada vez más personas dialogantes harán también suya. Callard, además, se hace tres preguntas eternas: ¿cómo enfrentarnos a la muerte?, ¿qué es el amor?, ¿cómo actuar en política? Dialoguemos, pues.
¿Qué sigue enseñando Sócrates?
Que puedes darle un sentido a tu vida; pero solo si lo buscas...
¿Obvio?
No lo es. Solo encuentras sentido a tu vida si lo buscas activamente y no si te limitas a vivir sin más. Y ese sentido de la existencia solo lo encontrarás si investigas, si aprendes; y no lo lograrás nunca solo, sino en el diálogo con otras personas.
¿Por qué no puedo pensar yo solito?
Porque, si te sientas solo en una habitación a buscar respuesta a las grandes preguntas, te limitarás a poner un sello de “correcto” en tus propias creencias; no te las cuestionarás.
En cambio, nos encanta corregir a otros.
Solo otros humanos verán los errores que cometes y podrán hacerte rectificar y mejorar en esa búsqueda de sentido. Sócrates creía que solo las personas tienen el poder de hacer razonar a otras personas y que nadie piensa solo. Sin diálogo nadie es capaz de razonar hasta llegar a la verdad.
¿No le molestaba la cháchara de otros?
Sócrates no se refería a la mera charla sino a razonar juntos en la búsqueda de sentido. Y esa búsqueda requiere dos condiciones: tener creencias verdaderas y evitar las falsas.
¿Y si evito tener creencias?Así seguro que no me equivoco.
No es lo mismo evitar la falsedad que alcanzar la verdad. Si no afirmas nunca nada, puedes evitar el error, en efecto, porque, si suspendes el juicio y no afirmas nada, evitarás al 100 % equivocarte. Y eso sería ser escéptico.
Pero también supone no acertar nunca.
Si tienes una creencia, en cambio, y la afirmas siempre, acertarás alguna vez. Y eso sería ser dogmático.
¿Y combinar ambas actitudes?
Eso es el raciocinio: alternar ambas actitudes en busca de la verdad. Y no es fácil, porque una nos empuja al escepticismo y la otra al dogmatismo. Y eso enseña Sócrates.
¿Siempre dialogando?
Menón: ¿qué es la virtud? Eutifrón: ¿qué es la piedad? Laques: ¿qué es el valor? Y todos tenían que responder; debían afirmar algo y seguir la regla socrática de tener una verdad. No podían decir: “Pues no lo sé”.
Eso que parece tan sabio tantas veces.
Si no sabían, tenían que adivinar. Y en ese punto se producía una división del trabajo intelectual: uno buscaba respuestas con dogmatismo y otro las cuestionaba con escepticismo hasta llegar a la verdad incuestionable. Así que no era una mera charla.
¿Era la mayéutica? ¿Sócrates te hacía las preguntas hasta guiarte a la verdad?
No exactamente. Sócrates no creía tener la verdad para dártela, sino que se definía como una comadrona, una partera que ayuda a su interlocutor a sacarla de su mente.
¿No era él mismo hijo de una comadrona?
Por eso, él se define como partera de ideas, no como un gurú iluminado que nos revela la verdad. Él solo se ofrece a ser el socio de alguien que pregunta en busca de la verdad.
¿Qué hace el partero socrático?
Su papel es decir al socio: “Eso no es verdad, no funciona, busca otra respuesta”. Va matando las ideas que no son ciertas hasta que su interlocutor llegue a parir la verdad. “Soy una partera de ideas”, llega a decir Sócrates, “pero yo mismo no soy fértil”.
¿Y sigue sirviendo hoy en filosofía?
Funciona en todo. Cuando discutimos con seriedad imitamos a Sócrates. Tenemos la sensación de que pensamos para demostrar que el adversario se equivoca.
¿Buscábamos la verdad o afirmar el ego?
Si usted demuestra que me equivoco en un razonamiento: ¿quién saldría beneficiado?
De momento, derrotarle sería estupendo.
Pero si usted me ha hecho aprender algo y acercarme así a la verdad, entonces la principal beneficiaria de mi error soy yo. Usted se irá sabiendo tanto como ya sabía; yo, más.
La verdad por delante del ego después de todo: ¿cómo seguir a Sócrates hoy?
Dialogando. Si alguien le dice “No estoy seguro de que lo que usted ha dicho sea cierto”.
¿Me llama mentiroso con educación?
En cualquier caso, usted puede interpretarlo como objeción; pero también como la concesión de que tal vez usted acierte en algo, y la puede esgrimir para rebatir las objeciones del otro. Razone y explíquese. Y así, a través del diálogo, verá destellos de otra verdad más allá de la que creía tener antes de hablar.
¿Y si solo discutimos por imponernos?
Perderán la oportunidad de progresar .
¿Y del amor socrático y luego platónico?
Son diferentes. Sócrates demuestra que la cúspide de la pasión erótica es la conversación; no el sexo.
Resulta consolador oírlo a cierta edad.
Los varones más bellos de Atenas perseguían a Sócrates...
¿No era más bien poco agraciado?
Estaban obsesionados con él y el más guapo, Alcíbiades, estaba enamorado de Sócrates. Todos perseguían a Sócrates...
¿Y Sócrates perseguía la verdad?
Y eso era lo que le hacía irresistible.