La más rápida del Congreso
Asegura que ver nacer la Constitución fue mágico. Luego vinieron momentos intensísimos: el 11-M, la crisis democrática, la covid... Fue premio Martí a la taquígrafa más veloz de España, así que vio nacer la Constitución en el Congreso y su mano ha recogido más de 17.000 discursos, el nombramiento de 7 presidentes y un sinfín de murmullos, gestos y silencios. No eran tiempos fáciles para una mujer emprendedora. Las sesiones de Rivero eran largas: “Cuando me casé y me planteé tener un bebé, entraba a trabajar a las 9 de la mañana y salía a medianoche. No había modo de conciliar”. Estudió Derecho mientras trabajaba, por el placer de entender mejor lo que se decía. Publica Luz y taquígrafa, 50 años transcribiendo la historia de España (Plaza & Janés). Se jubiló en el 2024, ha visto nacer y crecer la democracia en primera fila.
¿Recuerda la primera frase que taquigrafió en el Congreso?
Aquel primer día ocurrieron dos cosas que me hicieron pensar que me había equivocado de profesión.
¿Qué pasó?
Me tocó transcribir a Martín Artajo, exministro de Exteriores, muy mayor, que no vocalizaba. Cuando acabó la comisión, el letrado se acercó y yo, medio llorando, le dije: “No he entendido nada”. Y me dio unas frases.
¿Algún otro percance?
Me llamaron la atención por ir con un poco de escote. “¡Cómo se atreve usted a venir con ese atuendo!”, me reprochó una procuradora. Yo iba como una monja, se lo prometo.
¿Nervios?
La pluma se me resbalaba, me sudaban las manos. Durante años tuve un sueño recurrente: me había olvidado las cuartillas y me decía: “Tranquila, lo apuntas en la mano”, pero el sudor me lo borraba todo.
Vivió en directo el ocaso de la dictadura.
Sí. En noviembre de 1975 se aprobó la ley para la Reforma Política. Me dicen ahora que aquello ya estaba pactado. No. Adolfo Suárez y tantos otros tuvieron que pelear. Algunos procuradores no querían irse: “¿Y nosotros qué hacemos después?”, decían. Hubo mucha resistencia.
¿Dónde estaba el 23-F?
Justo en el cambio de turno la sesión se cortó y no pude entrar. Pensé que la democracia nos había durado dos telediarios.
¿Nunca se le escapó una lágrima?
Me ocurrió con la intervención de Pilar Manjón, madre de una víctima del 11-M. Me tocó profundamente. Disimulé.
¿Y una risa?
Risa no, pero sonrisa muchas veces. Tenía que bajar la cabeza para que no se notara.
¿Alguna vez pensó “menudo tostón”?
¡Claro!, pero otras veces terminaba el turno y me subía a la tribuna para seguir escuchando maravillada. Ahora eso no se da, no hay nivel.
Usted hacía algo más que transcribir 190 palabras por minuto.
Sí, recogía gestos, silencios, miradas. Si un diputado se mete la mano al bolsillo y dice “mire lo que tengo aquí” –ocurrió–, hay que describirlo. Si le hace el gesto a otro de que está loco –ocurrió–, también.
Aquel era un mundo de hombres…
Totalmente. Cuando entré, a los 22 años, en el cuerpo de taquígrafos eran casi todo hombres. Ahora hay solo cuatro. Muchas veces me han preguntado: “¿Eso significa que la mujer es más rápida?”. “No –les digo–. Significa constancia, rigor y que valemos mucho”.
¿Ha sufrido acoso?
Sí, dos veces. En una, un diputado me llamaba de noche, jadeando. Horrible. Otro me arrinconó en el Museo del Prado, quiso besarme, yo le empujé y salí corriendo. No los denuncié: no me sentí con fuerzas, no creía que nadie me escuchara en ese mundo masculino en el que vivíamos.
¿Algún político le pidió modificar una intervención?
Sí. Un ministro quería reescribir una frase cambiando totalmente el sentido. Le dije: “No lo cambio. Si quiere que lo haga, tendrá que hacer una solicitud oficial por escrito”. No lo hizo.
¿Su anécdota preferida?
Cuando Peces Barba le dice al ministro Boyer –que estaba empezando su romance con Isabel Preysler–: “Señor ministro, no le funciona el aparato”. Se puede imaginar el cachondeo. Y lo intenta arreglar y dice: “El aparato, me refiero al micrófono”. Y más risas.
¿Qué observó cuando las mujeres empezaron a asumir puestos públicos?
Que algo estaba cambiando. Las pocas mujeres que había al principio iban recatadas, con colores apagados. Pero recuerdo a Pilar Bravo cuando bajó a la tribuna con una blusa de seda y sin sujetador. El murmullo del hemiciclo fue brutal. También lo apunté. Era otra época.
¿Alguna mujer que la impresionara?
Dolores Ibárruri. Cuando presidió la mesa de edad con Alberti en la constituyente, bajó vestida de negro, con el pelo blanco recogido. Dicen muchas cosas de ella, pero verla allí con esa autoridad me marcó.
¿Cómo ha evolucionado el ambiente en el hemiciclo?
Para mí, mal. Menos cultura, menos respeto. Se buscan titulares, más golpes de efecto que argumentos. Hoy el Congreso es un plató de televisión.
¿Qué nuevas palabras ha recogido?
Cabrón, chorizo, sinvergüenza, gilipollas, filoterrorista, hooligan … De salón ilustrado hemos pasado a taberna ruidosa. Estas palabras son ya habituales en el hemiciclo.
¿Qué ha aprendido del poder?
Que el poder deshumaniza. Que el ego puede más que la razón. Que cuanto más tiempo se está en el Parlamento, más desconectado se está de la gente. Los políticos olvidan que el Parlamento no representa intereses, representa a personas.
