Hans Geilinger,arquitecto, con su mujer ha dado la vuelta al mundo en un velero de doce metros:

“La vida empieza cuando sueltas el miedo”

Tengo 64 años. Nací en Zurich, Suiza, y vivo en Barcelona desde hace 35 años, menos los 12 que mi mujer, Imma, y yo pasamos embarcados. Tenemos una hija, aunque no sea el padre biológico, y una nieta. He sido arquitecto y profesor de arquitectura, pero ya no trabajo. Me preocupa el cambio climático. Me interesa el budismo. (Foto: Ana Jiménez)

Zarpar es como enamorarse, sabes que no va a ser perfecto, pero todo lo racional se desvanece y solo piensas en lo bueno. Para zarpar es lo que necesitas.

Y se fueron a dar la vuelta al mundo.

En un velero de 12 metros y sin prisa, tardamos en regresar 12 años. Dejamos nuestra vida segura y nos lanzamos a lo desconocido.

En el mar hay de todo menos seguridad.

Quería recuperar el asombro. El mar puede ser muy hostil, sufres temporales, olas gigantescas; pero también hay una belleza emocionante. No hay filtro.

¿Lo salvaje se adentra en ti?

Sí, y aprendes que todos los temporales pasan. Sales a cubierta, el mar está en calma, ves el sol brillar y piensas: ¡qué bella es la vida! Todo pasa, los malos y los buenos momentos, y has de vivirlos con plenitud y esperanza.

En los días y días oceánicos, ¿qué le pasaba por la cabeza?

Te calma totalmente el alma. Estás en la inmensidad de la amplitud, en tu pequeño barquito, te sabes insignificante y eso te recoloca en el mundo. Somos una mierdecita, pero también formamos parte de la inmensidad.

12 años en 12 metros con una persona...

Es muy fácil, porque tienes un objetivo común y todo lo que pasa lo vivís juntos, y eso une.

¿Qué entendió del amor y la pareja?

Que tiene que ver con la confianza: uno duerme mientras el otro navega. Esa certeza de que el otro lo hará bien… es bellísima. Y te complementas.

Cuénteme.

En los momentos clave, en nuestra sucesión de desastres, cuando yo ya no podía procesar, Imma me decía: “Hagamos esto”. Ella tiene esa faceta intuitiva que yo no tengo. Cuando navego solo noto que me falta, me siento inseguro.

¿Vivieron un tsunami?

Casi. Preparamos el barco, nos pusimos los chalecos, la radiobaliza y nos abrazamos. Pero el tsunami se desvió. Comprendí que tener miedo es una elección. En la vida solemos temer muchas cosas que al final no ocurren, y perdemos ese precioso tiempo.

¿Qué cultura le ha impactado más?

Los indígenas de las islas del Pacífico viven sin móvil, ni internet ni televisión. Nosotros estamos estresados porque lo queremos todo, ellos viven con muy poco y sin ningún estrés. Ellos son los ricos, porque el verdadero lujo es el tiempo y la tranquilidad.

¿No ambicionan?

Un australiano quiso hacer un complejo hotelero, prometió trabajo para todo el pueblo, red eléctrica, wifi. El jefe del pueblo le dijo que preferían vivir sin todo esto. ¿No le parece que era un sabio?

¿Una escuela de vida, el Tuvalu ?

Me enseñó la perseverancia interior, saber que estás en un proceso y que todo lo que pasa te ayuda a ser mejor. No es un problema que hayamos embarrancado y que nos rodeen cocodrilos, lo bueno es que seguimos adelante y nos sentimos más fuertes.

¿En el mar se encontró a sí mismo?

Sí, seguro, si navegas despacio y te mezclas con maneras totalmente diferentes de vida. Todos sabemos que existen, pero en realidad no te lo puedes imaginar.

¿Y eso te cambia?

Te amplía lo que es ser humano. Y relativizas todo más. Cuando zarpamos pensé que este viaje me iba a responder a las preguntas importantes, pero ahora tengo más preguntas que nunca. La mente se te abre.

¿Y?

Descubres otra manera de relacionarte con la vida, sientes que formas parte de todo. Ver salir el sol es un espectáculo del que tú formas parte, lo sientes, ese es el mundo real, no es Instagram. La meteorología no es un parte, es parte de ti: te mojas, tienes frío, calor.

¿Volvió otro Hans?

Soy arquitecto, un planificador. Navegando, quería planificarlo todo. Hasta que entendí que el mar hace lo que quiere. Así que volvió un Hans más fluido.

¿A qué se refiere?

Ahora estoy contigo, y eso es lo más importante ahora. En tierra es más complicado, pero intento mantenerlo porque eso es lo que me hizo sentir intensamente vivo.

¿Ama su barco?

Tengo una relación íntima con mi barco. Es solo plástico y cables y aceite, pero lo acaricio, y nos hablamos. Es una fiel amistad.

¿Qué perdió para siempre?

El miedo. El miedo es una elección. Y el estrés de tener más. Cuanto menos, mejor.

¿Qué le ha enseñado el mar sobre el ego, el poder y la humanidad?

¿Ego? Que soy totalmente insignificante. El poder verdadero es la naturaleza.

¿ Y sobre la humanidad?

En un campo de refugiados en Grecia me crucé con tres mujeres. Eran de Gaza, Sudán y Libia. Me contaron que habían sido violadas reiteradamente durante el viaje. Yo viajaba por placer, me sentí miserable.

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