Cableado para el caos
Es un personaje reconocido por su impacto histórico en el hardcore, las letras de Flanagan son las más duras, cuenta lo que vive. En su infancia, los abusos que sufrió le llevaron a las drogas, a las peleas con otros grupos punk, a mucha violencia. Empezó a actuar en bandas como batería a los 10 años. Luego creó su propio grupo, el legendario Cro-Mags, con su música y sus letras, y triunfó. “La rabia, ese lugar del que tanto me ha costado salir, me dio el reconocimiento”, comenta irónico. Publicó su autobiografía, Hard-Core: Life of my own (una vida propia) en el 2016, donde describe cómo el punk, la violencia urbana, el mosh pit y la supervivencia se mezclaban en su vida cotidiana. Y acaba de presentar en el In-Edit el magnífico documental sobre su vida: Wired for chaos (Cableado para el caos), donde también nos explica qué le salvó la vida.
¿Qué recuerda del niño que fue?
Tengo la sensación de que nací en clubs musicales nocturnos. Mi madre era stripper. No crecí con otros niños alrededor. Hice mi primera gira como batería a los 10 años.
¿Quién le enseñó a sobrevivir?
Tuve que apañármelas solo. Mi madre era una hippy que hacía dedo cuando yo era un bebé. Vivimos muchas situaciones peligrosas, pero en los 60 la mentalidad era otra.
¿Con adultos extremos todo el rato?
Sí, esa era mi vida normal, acompañaba a mi madre a su trabajo de stripper. Crecí demasiado rápido. De los 11 a los 30 años fue todo muy difícil. Dejé mi casa a los 14 años.
¿Y dónde vivía?
En la calle, incluso cuando íbamos de gira. Y cuando la violencia se convierte en algo normal para ti, es cuando las cosas se ponen feas.
¿Cuál fue su noche más dura?
Muchas mujeres abusaron de mí, pero la noche en que un hombre me violó fue la más difícil. No sabía cómo procesar aquello. Tenía 10 años, sabía lo que ocurría y eso me llevó al límite, se convirtió en una rabia feroz que degeneró en las drogas y la violencia.
Creó su propia banda.
Fue la manera de expresarme, era mi propia voz, mi diario de bitácora. Yo escribo sobre la verdad que siento, vivo y veo.
El grupo triunfó, pero siguió de okupa.
Como les pasa a tantos músicos, la industria no nos trata bien. Ser actor o músico es como ser una prostituta, estás ahí para divertir a la gente, te usan y te tiran.
¿Empezó pronto con las drogas?
A los 15 años ya me pinchaba, buscaba las drogas más duras, era una manera de enterrar mis recuerdos.
Otra banda de punk casi le mata.
Ocurrió en un concierto. Me apuñalaron. Necesité 40 puntos, pero yo envié tres al hospital. Eran siete. Gané tres a uno.
...
Cuando escribí mi biografía la gente me decía: “¡Cuánta violencia!”, y había eliminado más del doble. Mi vida es una secuencia continua de sexo, drogas, violencia y música.
¿No tenía elección?
La rabia que sentía debido a mis experiencias fue algo que me protegió y me permitió avanzar: no se atrevían conmigo, yo era una fiera; pero también se convirtió en un problema porque no puedes pasar toda tu vida enfadado y a punto de estallar.
Doloroso.
Lo plasmé en un álbum en el que narro mi vida. Tuvo mucho éxito. Y fíjate, ahora recibo premios por esa rabia, ese lugar del que tanto me ha costado salir.
Pese a ello se hizo cargo de su bebé.
Sí, hoy una joven; hablé con ella la semana pasada. Su madre la abandonó y la crie durante tres años hasta que los abuelos pidieron la custodia. Eran buena gente y tenían dinero, podían hacer más que yo por ella.
¿El punk fue su salvación o su condena?
Mi salvación. La crudeza de mis letras era lo que llevaba dentro y pude sacarlo.
¿Cuándo empezó a cambiar?
Empezar a cuidar de aquel bebé fue un gran cambio, porque dejé de ser el centro de atención de mí mismo. Luego, cuando conocí a Julia y nacieron nuestros hijos, y antes, cuando empecé con el jiu-jitsu a los 30 años.
¿Qué le enseñó el jiu-jitsu?
Disciplina, concentración, a cuidarme. Me gusta el ejercicio, es bueno para mi mente y para mi cuerpo. Empecé jiu-jitsu para calmar mi violencia y me quedé porque hay mucho amor: la comunidad, mi maestro...
No debió ser fácil abandonar la ira.
Mi maestro, Oreste Renzo Gracie, es una de las personas que más han influido en mi vida. Fue uno de los pocos que estuvieron a mi lado cuando estuve mal, muy mal. Él y Laura, mi mujer. Y esto nunca lo olvidaré.
¿Usted quería morir?
Vivía de manera muy arriesgada, siempre estaba echando los dados para ver si acababa. Ahora quiero vivir y es horroroso haberme dado cuenta a los 60, ¡hubiera podido vivir tantos años buenos antes! Creo que he estado cabreado casi 50 años.
La rabia es mala compañera.
No me daba cuenta que era adicto a la rabia. Cualquier emoción deja ir químicos en tu cuerpo. Necesitaba esa rabia para sentirme normal.
¿Y cómo se la ha quitado de encima?
Cuando me di cuenta, trabajé sobre ello, y durante el rodaje del documental empecé terapia porque sabía que iba a hablar de cosas difíciles y quería encararlas bien. Ahora puedo identificar la rabia y calmarme.
¿Desde dónde compone ahora?
Lo vivido no se desvanece, pero ahora hay esperanza al final del túnel. Aprecio las cosas de manera distinta, tengo la sensación de vivir un despertar espiritual.
Regáleme un aprendizaje profundo.
Aunque las cosas parezcan horrorosas hoy, no sabes qué deparará el futuro. No puedes rendirte.
