El coleccionista sin apego
Este filántropo y coleccionista de arte holandés, criado en una casa donde colgaban exquisitas obras del siglo XVI, pasó su adolescencia, por gusto, sentado en los museos conversando con los cuadros; no es de extrañar que su manera de coleccionar sea igual de singular: no quiere obras para tenerlas en casa o en una tienda, él lo que quiere es compartir con los demás las cosas que le entusiasman. A través de la Fundación Han Nefkens, las obras, que realiza financiando a los videoartistas elegidos por unanimidad entre varios museos, viajan por museos de toda Europa. En estos momentos está trabajando para conectar instituciones españolas (Macba, Reina Sofía, Tàpies, Miró y Picasso) con otras instituciones artísticas internacionales, y traer el mundo a España, pero también llevar España a Asia, EE.UU., Europa...
¿Cuando despertó su amor por el arte?
Cuando tenía ocho años bajé al salón de casa donde había cuadros del siglo XVI que habían estado ahí toda mi vida, pero quizás por la forma en que entró la luz…
¿De repente vio la maravilla?
Sí, y desde entonces me aficioné a ir a museos yo solo. Pasaba horas mirando un cuadro en el Boijmans de Rotterdam, hablaba con la señora del cuadro, ¡me parecía tan real!
¿Su discapacidad le hizo más sensible?
Nací sin la mano izquierda y con la derecha al cincuenta por ciento. Mucha gente cree que eso me llevó a sufrir bullying .
¿Y?
Yo tenía 11 años, caminaba hacia la escuela, había nevado y las calles estaban congeladas. Los dos chicos más machos de la clase vinieron a por mí: “Queremos acompañarte para asegurarnos de que no te vas a caer”.
No debería, ¡pero es sorprendente!
Sí, una imagen muy bonita que te da confianza en el mundo. Pero yo me sentía solo, lo mío no era el fútbol sino el arte.
¿Qué busca?
El motor que me inspira es conectar a los artistas con los museos del mundo, y a los artistas y a los museos entre ellos y con el público, así palié mi soledad.
¿Cómo acabó viviendo en México?
Me fui a estudiar un curso de escritura creativa, conocí a Felipe con 24 años y me quedé. Trabajaba para la radio holandesa.
¿Era feliz?
Allí descubrí el calor de la gente y la conexión profunda de la comunidad. Pero cuando me diagnosticaron VIH a los 33 años, tuvimos que ir a EE.UU. Me dijeron que me quedaba un año o dos de vida y decidí volver a Europa. El sida entonces no tenía cura, siempre pienso la suerte que tuve al poder tener acceso a las medicinas que iban surgiendo.
Ha vivido amenazado por la muerte.
Aprendí que cada día cuenta y que nos adaptamos a todo. Y aunque no seas creyente, llegué a un tipo de acuerdo con esas fuerzas que, aunque sabes que no existen, tú pides.
¿Y qué pidió?
Deme dos años. Y luego: “Perdone que sea tan insistente, pero quizás me puede dar un año más”. Han pasado 38 años.
Padeció una infección cerebral grave.
En el 2002 estuve a punto de morir. Me costó tres años recuperarme, perdí el habla y la movilidad. La plasticidad del cerebro es brutal. Pero no hubiera sobrevivido sin Felipe.
¿Qué ha aprendido del amor?
El amor incondicional que me ha dado Felipe me ha otorgado seguridad en mí mismo y la posibilidad de vivir plenamente.
¿Cuándo decidió dedicarse al videoarte?
En 1999 entré en una exposición en París de la videoartista Pipilotti Rist y me sentí parte de su instalación. Era muy sensual.
¿De qué iba?
Ella, desnuda, estaba sobre el pasto, con música, casi podías oler lo que veías. Y me dije: “Yo quiero formar parte de este mundo”.
¿Qué es lo que tenía claro?
Que lo privado fuera público. Compartir con otras personas lo que a mí me gustaba. Las obras que yo compraba se iban directamente a un museo en Holanda como préstamo o como donación, así empecé.
¿Y cómo siguió?
Después de unos años me di cuenta de que incluso a artistas muy conocidos les faltaba financiación. Entonces, en lugar de comprar obras empecé a producirlas con los artistas, conjuntamente con el museo.
El videoarte es un arte difícil.
Sí, porque exige tiempo. No es como los vídeos de TikTok de 45 segundos. El videoarte es un poema, y una película es un libro.
¿La IA lo ha transformado?
Sobre todo en Asia, pero es solo un medio, sigue habiendo una narrativa.
¿De dónde saca el dinero para esto?
Es dinero familiar. Mi padre era arquitecto, murió a los 100 años y trabajó hasta los 96.
Ha escrito dos libros sobre su experiencia con la enfermedad y la muerte.
Uno trata sobre mi hermano, que murió de sida. Convivimos los dos con la enfermedad, sin compartirlo, él murió y yo no.
Triste.
Y en el libro sobre mi encefalitis, cuento mi recuperación en la que el arte fue esencial. Cuando llegamos a Barcelona después de tres meses en el hospital no habíamos podido desembalar las cajas y le dije a Felipe: “Yo lo único que quiero ver son mis obras de arte”.
…
Yo estaba muy mal, apenas hablaba y no recordaba nada, salvo mis obras y los autores. El cerebro es extraño. Para mí, el arte es vida.
¿Cómo explicar qué es el arte?
En una exhibición en Bangkok, una persona me preguntó: “¿Cómo miras al arte?”. “Con mi corazón” le dije. Con él puedes diferenciar entre lo que vale la pena y lo que no. Una obra es buena si el artista tiene algo que decir y si ha encontrado la forma de decirlo.
