Feliz si el otro es desgraciado
Nos sentimos felices o desgraciados no por lo que logramos, sino por el resultado de compararnos con lo que logran los demás. Duke lo aprendió de Gilbert en Harvard, pero también de lo que sentía y observaba en los demás jugadores. Y es que un juego de suma cero, como el póquer, donde ganas lo que otros pierden, es ideal para observar a los demás y observarnos. Y aumentar así nuestra objetividad hasta reconocer el mérito de los demás cuando lo merecen y admitir en la derrota o en la victoria que algunas de nuestras decisiones fueron peores que las suyas. Así empezaremos a mejorarlas. Ganar la partida definitiva será comprobar que nunca ganamos o perdemos del todo si admitimos nuestros errores pese a haber ganado, y si aprendemos de ellos pese a haber perdido.
Qué enseña el póquer de la vida?
Que la vida es póquer, y no ajedrez. En ajedrez el azar no es decisivo: gana el mejor jugador; en cambio en el póquer, como en la vida, un novato cualquiera, usted, puede ganarme a mí, campeona de la serie mundial.
Ni se me ocurre intentarlo.
Por eso en la vida, como en el póquer, le resultará más útil la teoría de juegos de Von Neumann, Morgenstein; las del Nobel Nash...
Nash, el de Una mente maravillosa: lo entrevisté aquí... Y poco después murió.
¿Ve? En la vida, como en el póquer, hay que tomar decisiones ante cartas ocultas y el azar convierte la mejor en peor y la peor en mejor. Y esa es la primera lección...
¿En la vida puedo tomar la mejor decisión en cada momento y aun así perder?
En la vida, el póquer y la teoría de juegos tomamos decisiones con información incompleta y resultado abierto, así que si la incertidumbre lo decide, tu mejor decisión puede hacerte perder. ¡Pero estaba bien tomada!
Perder no significa que fuera mala.
¡Exacto! En la vida puedes tomar la mejor decisión en cada momento y sin embargo obtener un mal resultado. Pasa en la vida y el póquer. En ajedrez eso es imposible.
¿Pero aun así hay que saber tomarla?
Porque nuestra existencia al cabo depende de la suma de nuestras decisiones, que son las que le dan sentido, sea cual sea el resultado que nos imponga la incertidumbre.
Si algo nos sale bien, la tentación es pensar que es porque somos listos.
En cambio, si la suerte nos favorece, una mala decisión puede darnos un buen resultado. La inteligencia consiste en discernir tras cada resultado –bueno o malo– entre lo que ha decidido la suerte y lo que es mérito de nuestro buen criterio. ¿Aprende ahora algo?
Estoy en ello.
Bien, porque la mejor respuesta a casi cualquier pregunta es “no estoy seguro”.
Es la actitud popperiana y sabia.
Correcto: Popper y Nash no querían ser el tipo que sabe, sino el tipo que aprende.
Aquí siempre preguntamos.
No esté seguro ni de eso. Solo si admite la ignorancia previa, aprenderá. Yo quiero aprender. Y la primera lección es que nuestro cerebro ha evolucionado para acertar solo
después de equivocarse. Pero solo puedes aprender si antes reconoces tu error y con él, tu ignorancia.
¿Preferimos cualquier falsa seguridad a suspender el juicio?
Y, luego, al saber el resultado, caemos en la falacia retrospectiva del Nobel Kahneman, ese “ya sabía yo” de los idiotas cuando ven el resultado.
Prometo no decir nunca “Ya sabía yo”.
Y si ha salido bien, es por nuestra sabia decisión; si ha salido mal, es culpa de la suerte.
Y quien nos gana es un idiota con suerte.
Además, nos duele más perder de lo que nos gusta ganar. Perder 50 dólares nos hace sentir mal en el mismo grado que ganar 100 nos hace sentir bien. Al juzgar una decisión hay que luchar contra esos sesgos cognitivos; porque cada vez necesitarás más suerte para que no arruinen tu vida.
¿La vida es una sucesión de apuestas?
En gran medida, sí; pero si no asumes al hacerlas que siempre hay riesgo e información que no tienes y desenlaces inesperados, te equivocarás más cada vez más veces.
¿Por qué odiamos la incertidumbre?
Hemos evolucionado para odiarla, porque consume más energía asumir la propia ignorancia y suspender el juicio que autoengañarnos con la falsa seguridad de una mentira.
Las redes sociales viven de eso.
Y nuestras creencias –aun falsas– determinan nuestras decisiones posteriores. Pulitzer, Hearst y Ciudadano Kane de Orson Welles, que ganó el Oscar al retratarlo, dominaron ese arte de la desinformación: mezclar verdades con mentiras, la esencia del póquer.
¿El póquer es mentiroso por naturaleza?
Como las personas inteligentes, cuya desgracia es que también lo son para mentirse: cuan más listo eres, más fácil te resulta tunear una narrativa que adapte lo sucedido a tus creencias. Si lo duda, fíjese en los políticos.
¿Qué nos aconseja para evitarlo?
Para enfrentarse a sus sesgos cognitivos, intente –los jugadores lo hacemos– evaluar en porcentaje cierto el riesgo de cada decisión con resultado incierto que tome.
Bien.
Ponga números a sus decisiones. Le sorprenderá cómo mejoran.
¿Por qué ayudan a tomarlas?
Porque también descubren que nunca acertamos o fallamos del todo. Es la lección de humildad definitiva. Conformémonos con no fallar siempre y con acertar a veces.
Gracias.
Por cierto, Ciudadano Kane no ganó el Oscar a la mejor película. Es lo que le decía: usted dude de todo lo que aprende y tal vez así vaya mejorando en el póquer y en la vida. Yo sigo intentándolo.
