Guillermo Francella,actor, director teatral y productor:

“A mí me llena el alma provocar la inmediatez de la carcajada”

Cuento con 70 años de edad. Mi lugar de nacimiento y residencia actual es Buenos Aires. Me encuentro separado desde hace un año, luego de 36 años de matrimonio. Tengo dos descendientes: Nicolás, de 35 años, y Johanna, de 32, quienes se dedican a la actuación. En ocasiones, colaboran en mis proyectos. Percibo una tensión generalizada a nivel mundial. No me identifico con la situación actual, que percibo como conflictiva. Me considero católico. (Foto: Xavier Cervera)

Nació el día de San Valentín.

Sí, y me crié en un ambiente de mucho afecto. Tuve padres y abuelos excepcionales. Éramos una familia muy cohesionada. Mi hermano, que era mayor que yo, falleció. Ya no queda ninguno de ellos, y a pesar de la edad, la sensación de orfandad persiste.

Fue querido.

Sí, y lo amé profundamente. Más tarde, con mi esposa, Marynés, construimos una familia dichosa. Sin embargo, después de 36 años casados, nos separamos; Marynés requería una mayor cantidad de afecto.

¿Tenía que compartirlo con el cine?

Es verdad, adoro mi trabajo. De pequeño, el neorrealismo italiano me impactó profundamente. Nombres como Monicelli, De Sica, Fellini, Dino Risi. Y aquel grupo de cinco: Gassman, Marcello, Sordi, Tognazzi, Manfredi.

¿Existe el gen argentino?

Sí, somos apasionados, familiares, solidarios. Cultivamos la amistad y somos buenos compañeros. Algunos son un poco chantas, otros más abiertos, pero la pasión nos une a todos.

¿Por qué se psicoanalizan tanto?

Muchos, en efecto. Recientemente, se siente como un requisito. No estoy de acuerdo con esa perspectiva. Con frecuencia he escuchado: “Ese... Es que, pobre, nunca se ha psicoanalizado”, como si fuera algo inusual.

¿Hace 16 papeles en Homo argentum?

Les sugerí a los productores de la serie El encargado un estilo que siempre me cautivó del neorrealismo italiano: escenas cortas con humor, sarcasmo y comentario social, enfocadas aquí en el fenómeno argentino. Les encantó.

¿Cada personaje es un prototipo?

Pienso que son situaciones universales: los padres que desean que su hijo de 40 años, que aún vive con ellos, se independice, el viudo que percibe la codicia de sus hijos por el patrimonio, el progenitor que se despide de su hija que emigra para trabajar en el extranjero… Eso, sin duda, es muy característico de nuestra cultura.

En Argentina, Homo argentum ha creado polémica.

En Argentina todo se interpreta en clave política y se armó mucho ruido. Pero nosotros hicimos una sátira, nada más. Siempre pasa igual, con El encargado –en España lo llamáis el conserje o portero–, el sindicato emitió un comunicado quejándose. Como si la ficción no pudiera exagerar.

¿Estereotipos con humor?

Sí, desde el cineasta de izquierda hasta el cambista callejero, pero sin connotaciones negativas ni inclinaciones políticas.

¿Qué ha entendido del ser humano?

Parece que la plenitud jamás se alcanza. Siempre hay una carencia. Seres frustrados.

¿Cómo le sentó la fama?

Durante 28 años fui anónimo. Luego llegó la fama y todo se transformó. Me convertí en una persona más reservada, más atenta a mi entorno. Anteriormente, era muy sociable y no me preocupaba lo que pensaran los demás, y dejé de ser tan fiestero.

¿Consigue pasar desapercibido?

Como aficionado al fútbol, cuando deseo asistir a un estadio, me coloco una máscara y me muevo entre la multitud con normalidad, sin pronunciar palabra; por supuesto, mi voz también me delata.

¿Popularidad masiva?

Sí, desde el abuelo hasta el nieto, la mujer al hombre, el niño al joven. Pienso que está relacionado con lo que creo, la gente se siente identificada, se divierte, se conmueve, y eso fomenta la conexión.

Es usted como de la familia.

En ocasiones, mientras hablo por teléfono, me solicitan una firma. Les indico que esperen un instante y ellos responden que tienen prisa, que cuelgue. O al ingresar a un sitio, oigo a una dama decirme: “¡Se saluda!”, y yo le contesto: “¡Ay, perdón!”.

¿Qué escogería, anonimato o fama?

Me sentí realizado en ambas esferas. En una conseguí una aclamación generalizada, un afecto inmenso y una seguridad total. Y en el anonimato, me sentía más combativo.

Empezó a trabajar acabada la secundaria.

Mi padre desempeñaba tres ocupaciones: era empleado de banco, instructor de educación física y preparador de halterofilia. Jamás carecimos de lo esencial, aunque los recursos económicos eran limitados. Yo me dediqué a vender indumentaria, pólizas de seguro y bienes raíces. Paralelamente, cursaba estudios de actuación. Posteriormente, surgió la ocasión.

La comedia parece su género preferido.

Sí, he dedicado gran parte de mi existencia a la comedia, y percibo que posee un efecto sanador, como un bálsamo para el espíritu. Sirve para aliviar, aunque sea momentáneamente, las adversidades. Me resulta gratificante generar la risa espontánea e inmediata.

¿Es usted un hombre de buen carácter?

Disfruto enormemente de la vida, me encanta salir, reír y practicar deportes.

¿Siempre ha apostado por el humor?

El humor lo es todo. Me da una sensación de plenitud. Ver a alguien reír por algo que he hecho o dicho es como tocar el cielo.

No se ha desviado de ese camino.

Porque también me hace bien a mí. Me gusta ser espontáneo, auténtico.

¿Es de los que se ríen solos?

Sí, y solo hablo por la calle. Me pongo auriculares que no conecto a nada para aparentar. No tengo redes sociales, pero observo o imagino cosas que me resultan graciosas y me río a carcajadas. Me conmuevo con facilidad.

¿Qué le queda por hacer?

Ser abuelo.

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