A 15 minutos del Pilar de Zaragoza, bajo el puente de la Almozara que cruza el río Ebro, decenas de personas duermen al raso cada noche. Por el suelo, colchones, mantas, sillas, cartones y ropas atestiguan desde hace meses su presencia. Sus dueños, gran parte migrantes jóvenes, charlan en pequeños grupos o miran el móvil mientras van y vienen para matar las horas. Es una situación dura, más aún con la llegada del intenso frío, que disgusta a los vecinos y tensa las costuras de unos servicios asistenciales cada vez más demandados.
Estamos desbordados”, reconoce Javier Muñoz, presidente de la coordinadora para personas sin hogar en Zaragoza, que integra a nueve asociaciones. Según cuenta, los “máximos históricos” de gente en la calle registrados hace que las organizaciones no den abasto e incluso hayan establecido topes a su ayuda, como las 150 cenas y 90 desayunos de máximo que ahora ofrece la fundación San Blas, con la que coopera. “Llegamos hasta donde llegamos, nunca nos habíamos visto en una como esta”, certifica.
Las entidades sociales reclaman a la Administración mayor agilidad y que facilite la inserción laboral
Los integrantes de la coordinadora coinciden en señalar que el perfil de sintecho en la ciudad ha evolucionado en muy poco tiempo. Al tradicional hombre español con problemas de salud mental y/o adicciones se le ha sumado el del joven africano sin papeles (marroquí, argelino, senegalés y caboverdiano, sobre todo) y el de personas que, aún trabajando, no puede acceder a una vivienda por su bajo sueldo y la falta de alojamiento asequible. “Son muchos perfiles diferentes, y eso explica el aumento de usuarios”, añade.
Los últimos datos oficiales refuerzan esa percepción. En el recuento que el Ayuntamiento y Cruz Roja hicieron el pasado 26 de noviembre encontraron a 266 personas durmiendo a la intemperie (un 60% más que en el 2023, fecha del último conteo), de las que un 80% eran migrantes. A ellos se añaden quienes esa noche ocuparon parte de las más de 400 plazas destinadas a alojar a personas sin recursos –incluidas las del albergue municipal, que ha abierto dos pabellones extra por el frío– y las 150 personas que viven en chabolas y otras infraviviendas. Son datos inferiores a la media de otras grandes ciudades nacionales, pero que reflejan una realidad preocupante.
“Toda España vive un repunte del sinhogarismo”, asegura a este diario Mariana Orós, concejal de Políticas Sociales. Entre los principales motivos, la popular cita la crisis del coste de la vida, sobre todo de la vivienda, y la “nula gestión” del Gobierno central en materia migratoria que, a su parecer, se “desentiende” de los llegados por vía irregular y les deja en la calle “sin financiar a las administraciones que tienen que dar respuesta”. “La inmigración es una oportunidad, pero debe ser ordenada, legal y vinculada a la integración y al empleo”, añade
Por su parte, Muñoz rechaza participar en la guerra partidista –“solo sirve para que la gente sufra”, apunta–, pero reconoce que hay un “cuello de botella” en los procedimientos administrativos, incluidas las solicitudes de asilo, por lo que pide mayor coordinación institucional y “agilizar” los trámites, con más personal si es necesario.
Además, llama a repensar un sistema que mantiene a los migrantes simpapeles hasta dos años “en un limbo” a la espera de obtener el arraigo y poder acceder a un empleo, tiempo en el que corren el riesgo de contraer problemas mentales o adicciones. “Sin papeles ni empleo, muchos se hunden en unos meses ¿No sería mejor que les dejen trabajar, pagar impuestos e integrarse?”, apunta.
Con el frío invernal apretando fuerte, ahora las entidades trabajan en crear una base de datos compartida que evite duplicidades y optimice el uso de sus medios. Por su parte, el Consistorio sigue ampliando sus recursos habitacionales (65 nuevas plazas entre el albergue municipal y el centro El Refugio) y los programas de acompañamiento, donde espera integrar a parte de los desalojados esta semana por problemas de “salubridad” de otro campamento en un parque del centro. Una medida aplaudida por unos –incluidos muchos vecinos de la zona– y tachada de “cosmética” por la oposición, pero que en ningún caso soluciona los problemas de fondo.


