Josep Pla afirmaba rotundamente en una entrevista de 1972 publicada en la revista Triunfo , suscrita por el poeta y librero José Batlló, que “lo mejor del mundo son los restaurantes”. La sentencia planiana tiene un hilo conductor permanente en su obra completa: 46 volúmenes que exigen 170 centímetros de estantería rellena , nunca mejor dicho, de prosa gastronómica. Podríamos denominar Pla a la cazuela de quién hizo de la cocina del país un tratado de política, historia y vida. Definía la sobremesa como la civilización misma alcanzando su máximo nivel de excelencia.
De hecho, cuando la Acadèmia Catalana de Gastronomia organizó en noviembre de 2019 un homenaje en recuerdo al escritor en el Motel Empordà, ocupante habitual de la mesa 26 del restaurante y de la habitación 103 del hotel, se frustró la sobremesa. El almuerzo, sensacional. Los discursos, magníficos. Pero al primer sorbo del café alguien alertó que los manifestantes que bloqueaban esos días la frontera francesa protestando por la sentencia del Procés se estaban desplazando para repetir la operación más al sur.
Josep Pla y Josep Mercader en el Motel Empordà de Figueres
La mayoría del centenar de asistentes salieron raudos de Figueres para no quedar sitiados en el Alt Empordà, lo que en absoluto era un mal plan. En pocos minutos, iniciando la sobremesa, solo permanecíamos en el comedor cuatro personas alrededor de una botella de Johnnie Walker etiqueta roja, la preferida de Pla: el patrón del Motel, Jaume Subirós; el periodista Salvador García-Arbós i el palafrugellense Joan Cortey, hijo del barbero de Pla, quién nos contó que, por su acreditado mal genio, los paisanos solían mantener con el escritor una prudente distancia.
Definía la sobremesa como la civilización misma alcanzando su máximo nivel de excelencia
Lo comprobé personalmente. Los jóvenes periodistas aspirábamos a tener acceso a alguna de los dos principales tótems locales vivos: Josep Pla i Salvador Dalí. El día de su penúltimo aniversario, marzo de 1980, se me encomendó desplazarme al Mas Pla de Llofriu por si obteníamos alguna declaración. Lo hice acompañando a Pablo García Cortés, “Pablito”, el fotógrafo de prensa más conocido de la Costa Brava y una cierta garantía de aproximación al escritor. Aquel día Pla no quiso atender a nadie ni a “unos señores venidos de Madrid” en palabras de la señora que le cuidaba. Subimos a la estancia superior pero Pla nos echó escaleras abajo con todo tipo de improperios. En todo caso, en mi currículum, lo contabilizo como un cierto diálogo con Josep Pla.
En los últimos años de la vida de Pla se coleccionaban y difundían todas sus anécdotas. Una de las mejores acaeció en un hotel de Olot en ocasión de la primera visita oficial de los Reyes a Catalunya en 1976. Todo un tratado de derecho constitucional cuando se dirigió a la reina Sofía hablándole de su cónyuge; del Conde de Barcelona aún en posesión de los derechos dinásticos y de Constantino de Gracia, desterrado y exiliado: “Señora, vigile a su suegro sino quiere que su marido acabe como el hermano de usted”.