Padres modernitos

Opinión

Padres modernitos
Fermín Villar
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Los entornos escolares de Barcelona son un espacio propicio para la práctica de absurdas reflexiones antropológicas, ahora que se está debatiendo, una vez más, la modificación de la ordenanza del civismo. A casi todo el mundo le transmite alegría caminar por delante de un colegio y encontrarse con esos locos bajitos en edades iniciales, aunque vayan acompañados de personas mayores.

Los afortunados occidentales tenemos en los maltratados centros educativos, esos en los que ahora muchos vecinos han descubierto que hay vida sonora, un primer lugar de socialización. La muestra es que, cada día, a la escuela se llega más o menos solo y se sale, principalmente, en grupo. Si se pasa cerca de un colegio de primaria a la hora de la salida hay corrillos de recogedores hablando de aburridos temas para arreglar el mundo y, a la vez, entre gritos, corredizas, meriendas y algún que otro llanto, hay pequeños sueños y fantasías de futuro inmediato. Si, por el contrario, se ve a la infancia llegar por la mañana, la situación cambia. Pies arrastrados, bostezos, también alguna canción a dos o tres voces, y padres y madres, y alguna pareja de abuelos, como escoltas hacia la primera preparación del futuro.

Adultos que ahora son aún niños se rebelarán contra las influencias recibidas en su pasado

Al prestar atención a algunos de los acompañantes adultos, una cierta esperanza en el futuro revive en nuestro interior. Esa madre que lleva al niño en una sorprendente bicicleta y se salta el semáforo de peatones en rojo; ese papi que entra en la panadería con sus dos hijas sentadas en el cochecito ante el que el resto de clientela tiene que hacerse a un lado; o ese grupito de padres y madres que, a la salida de la escuela, les dan tizas de colores a sus herederos para no limitarles la creatividad y, contra todo egoísmo doméstico, que puedan decorar la acera públicamente. Después ya será el personal del servicio municipal de limpieza quien demuestre que el arte supremo ha de ser efímero.

Varios niñas con mochilas a la salida del colegio Pia Balmes, que la nueva normativa del Govern convertirán en espacio libre de humo, a 23 de septiembre de 2022, en Barcelona, Catalunya (España). La nueva normativa consiste en convertir entradas y salidas de centros escolares, terrazas y paradas de autobús, en ‘espacios libres de humo’. Además, la medida responde al estancamiento en la bajada de personas fumadoras. Además, la Generalitat tiene previsto ofrecer a partir de enero de 2023 sustitutivos gratuitos de nicotina a las personas con rentas inferiores a 18.000 euros que quieran dejar de fumar.

Varias niñas con mochilas a la salida del colegio  

David Zorrakino - Europa Press

Si toda generación debe contradecir a la anterior a la suya, si filosóficamente hay que matar al padre, y también a la madre, quizá estamos asistiendo a la formación de un nuevo orden del civismo futuro. Adultos que ahora son aún niños se rebelarán contra las influencias recibidas en su pasado, lo cual significará edificios de Ciutat Vella sin vasallos de Banksy en sus paredes; conductores de scooter que se limitarán a circular por el lejano asfalto o familias que, cuando también tengan su descendencia, la llevarán a un restaurante sin atacar el volumen ambiental ni los oídos del resto de comensales. Y todos, al llegar a casa, cantarán el estribillo de una canción de Joan Manuel Serrat que escuchaban sus abuelos: “que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca”. Seamos positivos porque quizá estemos ante un futuro cívico y brillante, aunque debamos esperar veinte o veinticinco años para ver el resultado.

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