El Carmel no olvida el desastre del 2005 pero quiere, por fin, pasar página
Barcelona
Veinte años después del hundimiento del túnel del metro el barrio reclama mejoras de calado
Rosa en su terraza que da al lugar en el que se produjo el socavón. A la derecha, pisos públicos en construcción
Tal día como hoy de hace veinte años el pánico se apoderó de todo un barrio de Barcelona. El colapso de un túnel en construcción –una cola de maniobras de prolongación de la L5–, en el Carmel, engulló un garaje. No hubo muertos ni heridos. Los vecinos habían avisado de temblores y ruidos y dos días antes hubo un desprendimiento que aconsejó desalojar dos fincas. El temor a que la tierra se tragase más edificios puso a todos en alerta; a los residentes pero también a las administraciones que no las tenían todas consigo sobre lo que podría pasar. Se sacó de sus hogares a más de 1.200 personas de casi un centenar de bloques. Algunas no pudieron regresar hasta dos años después. El desastre provocó una crisis social y política de grandes dimensiones.
Aquel suceso sigue en la memoria de muchos afectados. Otros tantos no lo vivieron porque llegaron después al barrio. Así, no son pocos que no saben que aquello pasó. La voluntad de pasar página de una vez por todas y centrarse en la resolución de los problemas que hoy tiene el Carmel, parecidos a los de otros barrios un tanto periféricos y con rentas bajas, es ampliamente compartida.
Juan Murillo y Dolores Díaz tuvieron que dejar sus casas tras el hundimiento
La asociación vecinal lamenta que desde aquel suceso no ha habido grandes inversiones en el barrio
Dolores Díaz, de 71 años, vecina de la calle Sigüenza, a muy pocos metros del lugar del hundimiento, en el que se abrió un cráter de 35 metros de profundidad y de 20 de diámetro, al que todos llamaron el socavón, no olvida el suceso. Ella y su familia pasaron cuatro meses en un hotel de de Balmes. Dormían allí pero por el día volvían al Carmel para ver qué pasaba con su casa. Pese a lo mal que lo pasó, hoy valora que, al margen de quien fuese el responsable del desastre, la atención que recibieron de las administraciones fue buena. Le hicieron muchos arreglos en su casa y en todo el edificio (grietas, terrados, escaleras y fachadas nuevas...). “A muchos les dio miedo el regreso”, continúa, y el entonces alcalde, Joan Clos, durmió en uno de los pisos de su escalera “para demostrar que no pasaba nada, que podíamos estar tranquilos”.
El relato detallado de lo que ocurrió aquel 27 de enero del 2005 y los siguientes días, semanas y meses, lo hace Dolores a preguntas del periodista. De lo contrario, no hablaría del tema. “Lo solemos evitar –reconoce–, ha pasado ya mucho tiempo”. En cambio, Rosa, que vive en el más grande todos los bloques de la que se conoció como zona cero , la de los desalojos, es de las prefieren no hablar, aunque amablemente abre las puertas de su ático para fotografiar el lugar donde apareció el socavón desde su terraza. E incluso acepta salir en la instantánea. En ese lugar, además del primer inmueble que se hundió, se derribaron otros cuatro. El solar resultante se convirtió en una pequeña placita provisional en la que se pusieron juegos infantiles. Hace poco más de un año se cerró para que el Incasòl construya un bloque de pisos públicos, cuyas obras están ya muy avanzadas. También habrá un equipamiento. El pequeño espacio que quedará libre no dará para mucho.
Daniel Escuin en los bajos del bloque de la calle Conca de Tremp, frente a la ‘zona cero’, donde residía cuando se produjo el siniestro
Los afectados por el socavón suelen evitar el tema y muchos vecinos que llegaron después desconocen lo que pasó
Juan Murillo vive en otro ático, justo al lado del de Rosa. Estuvo 18 meses fuera de casa. “Pero no quise ir a un hotel –puntualiza–, alquilé un piso, creo que fui el primero que lo hizo”. Valora las obras que hicieron en el edificio, al que le pusieron ascensor, aunque recuerda que arreglaron mal su terraza. “Fue una chapuza, cuando llovía se inundaba y al final tuve que encargarme yo”, lamenta. “¡Ah! –agrega– y nos prometieron, está en un contrato, unas placas solares que nunca pusieron”. A medida que avanza en sus explicaciones y entra en detalles personales, este hombre de 79 años se emociona. “Menudo disgusto pasé –prosigue–. Cuando lo recuerdo me pongo malo”.
Como se estaba mudando a un piso cercano, Daniel Escuin no tuvo que ir a un hotel. Aquellos gélidos días del inicio del 2005 –una ola de frío recorrió media España– vivía justo enfrente del garaje que la tierra engulló, en Conca de Tremp. Su madre regentaba un muy frecuentado bar de Llobregós, en la misma manzana del siniestro. Tuvo que cerrarlo dos años, hasta que se reparó todo el bloque. Otros 70 comercios de la zona cero bajaron la persiana. Y cerca de 200 de los alrededores también sufrieron las consecuencias del desastre. “Fue muy duro –recuerda–. Cuando pudimos reabrir tuvimos que comenzar de nuevo. Muchos clientes se habían marchado del barrio y ya no volvieron”. El hundimiento del túnel también sepultó muchas economías.
La prolongación de la L5, con parada en el Carmel, se puso en servicio en el 2010
El gobierno municipal aspira a que la zona deje de ser periferia y se convierta en una nueva centralidad
Cuando su madre se jubiló, Daniel, que hoy tiene 49 años, se quedó el bar y lo convirtió en una hamburguesería. El año pasado la traspasó porque tenía ganas de cambiar de ocupación. Pero sigue en el Carmel, orgulloso de su barrio. “Nací aquí, siempre he vivido aquí y no pienso moverme”, afirma con gran seguridad.
La presidenta de asociación de vecinos, Montse Montero, es de los que piensa que no se puede olvidar lo que ocurrió en el 2005, pero que ya se tiene de dejar hablar de ello. “Que si el décimo aniversario, el 15.º, ahora los 20 años... ¡Mejor dejémoslo estar!”, exclama. Ella reconoce que tras el desastre, que sumió el Carmel en una depresión colectiva, hubo una fuerte inversión pública que trató de levantar el ánimo. Entre indemnizaciones –se extendieron por primera vez los daños morales–, pago de alojamientos y obras, la Generalitat –responsable de la ampliación de la L5– puso casi un centenar de millones de euros en el barrio. Más de la mitad procedió de las aseguradoras de las constructoras y de la propia Administración. “Desde entonces no se ha hecho una inversión importante, ya va siendo hora de que se acuerden de nosotros”, insiste esta líder vecinal que tiene una larga de lista de deberes. “Las calles están en mal estado –detalla–, con baches y obstáculos que dificultan la movilidad de las personas, sobre todo las mayores y más aún con las pendientes que hay; los equipamientos son pocos, pequeños y están en los márgenes del barrio, no tenemos ninguno en el centro, especialmente para los jóvenes; tenemos un problema con las plazas, con gente que se las apropia; y, claro, hay muchísimo incivismo, por ejemplo con los perros, urge trabajar este tema, comenzando por la educación...”
Vecinos esperan en bus en la calle Sigüenza
El desastre del 2005 propició un cambio legislativo que extremó la seguridad de la ejecución de túneles
El gobierno municipal reconoce que ya toca hacer algo en Carmel de un cierto volumen, dar un salto de escala. “Tenemos que seguir con el urbanismo y las actuaciones sociales de proximidad, como la redignificación de las plazas”, explica Lluís Rabell, concejal de Horta-Guinardó. “Queremos que sean espacios de encuentro –agrega– y dejen atrás ciertos estigmas”. La plaza Pastrana ha quedado marcada como lugar habitual de grupos que consumen alcohol y ha sido escenario de peleas. La mejora del espacio público, con especial atención a las escaleras –hay muchos tramos no mecánicos– o a la retirada de postes de la luz es otra línea de acción. Pero, destaca el edil, que también es el responsable del Pla de Barris, lo más relevante va a a ser la reforma de la rambla del Carmel. “No será un lifting –avanza– sino una auténtica revolución urbanística. Tendrá un papel muy distinto al de hasta ahora para el barrio, el distrito y el conjunto de la ciudad”.
La idea es configurar un gran eje ciudadano que conecte con la Ronda de Dalt, en la que se está cubriendo un nuevo tramo, y el polo de salud de Vall d’Hebron. Antes, se pondrá al día el túnel de la Rovira, una obra que arrancó en noviembre con una duración de algo más de un año. Y, en este plan, la nueva rambla debe ser el gran catalizador. Aunque es consciente de que hará falta mucho tiempo, Rabell imagina un Carmel “que no sólo sea un barrio digno, sino envidiado, que pase de ser periferia a nueva centralidad”.
El metro llegó al Carmel en el 2010, cinco años después del hundimiento de la cola de maniobras, y puso por fin el barrio en el mapa de Barcelona, dando respuesta a una vieja reivindicación vecinal. Hoy muchos no lo tienen en cuenta porque no se imaginan vivir lejos de una estación del suburbano. Un cúmulo de factores provocó el desastre, entre ellos la aparición de una falla que no se había detectado antes y la falta de rigor en los controles de la obra. Dos altos cargos de la entonces Conselleria de Política Territorial dimitieron.
Esta y otras obras similares que se hacían en el 2005 –la más grande ya era la L9– se pararon a raíz del siniestro. Además de la controversia política que generó –al poco el president de aquel tiempo, el socialista Pasqual Maragall, acusó a CiU de cobrar el 3% en comisiones– provocó una revisión de los proyectos de túneles y la adopción de una nueva normativa. Manel Nadal, secretario de Mobilitat hace 20 años y ahora de nuevo en el cargo, recuerda que “con la ley de Obra Pública se extremaron los controles y la información”. Entre otros aspectos, detalla, se obligó a pasar los proyectos por una auditoría técnica de otra empresa y se creó la figura del responsable de seguimiento y control. Desde entonces también se monitorizan los edificios que están sobre futuras galerías (recuérdese la polémica del trazado del AVE junto a la Sagrada Família). “Antes del Carmel –destaca el número dos de Territori– se aceptaban afectaciones leves de las casas, después sólo las inapreciables o muy leves”. Asimismo, se constituyó un consejo asesor de túneles. “En el 2005 –concluye– en Catalunya teníamos unos estándares de seguridad similares a los del resto de Europa, después nos pusimos por delante”.