Mucho más que peluquerías

Opinión

Barcelona puede ser muchas cosas, también podría tener la capitalidad de las peluquerías; las de barrio, las franquicias, pero también las que se hacen llamar salones, con mucho gancho en la redes y que incluso generan turismo de peluquería. La diferencia está sobre todo en el precio, pero también en lo que pasa dentro de ella. Porque, aunque se pueda pensar que las peluquerías son lugares frívolos, tienen más importancia de la que parece.

Up

▲Es fácil localizar en un mapa las peluquerías de lujo. Los salones se concentran en un área muy definida de la ciudad, del paseo de Gràcia hacia arriba. Su decoración se parece a la de un restaurante de moda; mármoles oscuros, espejos dorados, cuadros enormes y personal vestido de negro. Saben que la imagen es importante, su escaparate es Instagram. Han dejado atrás los salones de alto standing de hace años, cuando el peluquero, habitualmente hombre, era una figura mediática que había conseguido la popularidad a través de la televisión. Ahora son marcas forjadas en las redes, por eso las reseñas y las influencers tienen un papel muy importante, aquí no se va por la proximidad, sino para conseguir una cabellera brillante y natural como muestran las fotos que publican en sus perfiles. Es difícil bajar de los 100 euros y fácil llegar a los 300. Pero no importa: ni el precio ni el tiempo. Que sean de lujo no quiere decir que la clienta sea única, al contrario. Aquí el rato no se pasa hablando con la del lado, es habitual ver a las mujeres, con la cabeza llena de papel de plata, trabajando delante del ordenador, pegadas al móvil o simplemente mirándose fijamente en el espejo y convenciéndose de que la inversión valdrá la pena.

Down

▼En el otro extremo, en una calle de cualquier barrio de Barcelona, en un pequeño local con dos lavacabezas no se para de hablar. Aquí, a diferencia de los salones, sí que hay una conversación pública como la que podría haber en cualquier puesto de un mercado. Todas las clientas viven cerca, se conocen y saben de sus vidas. Sobre todo la peluquera, que las ha preparado para los grandes acontecimientos de su vida, los buenos y los malos. Aquí se hace una especie de terapia colectiva que tendría que estar prescrita por la Seguridad Social. Hoy se habla de los maridos, aunque algunas ya no tengan. Se charla superando el ruido de los secadores, con la revista del corazón gastada en el regazo o mientras se espera turno. La peluquera, sola porque el negocio no da para más, enjabona el cabello a una clienta habitual. Va todas las semanas. La artrosis de los brazos le dificulta arreglarse ella misma. Cuando acabe, la peluquera llamará a la hija para que la recoja. Aquí no hay Instagram ni tratamientos en envases dorados, hay una función social impagable, aunque el ticket no será ni una tercera parte del que se paga en las peluquerías del UP. Como quede la cabeza por fuera es lo de menos, la charla, el hecho de salir de casa y el bienestar que da verse arreglada es lo más importante. El beneficio va, sobre todo, por dentro.

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