Un anfiteatro de cactus y plantas suculentas recibe al visitante. Amplio catálogo de vegetal puntiagudo que florece con mínima agua y que aquí recubre las paredes del enorme pozo en el que desemboca la L1 del metro. Jardín de inmersión, se llama. ¿Un aviso? Es el paso intermedio entre bajo tierra y la incursión al nuevo parque de Glòries. Dos escaleras indican el camino para alcanzar la plaza. En frente, las mecánicas, que solo suben (las de bajada ahora no funcionan), y, a la izquierda, las que nunca fallan.
Peldaño a peldaño, uno emerge al nuevo espacio. Arriba, algunos avanzan con paso firme. Otros necesitan unos segundos para activar el radar. Derecha. Izquierda. A ver... ¿Dónde está todo? La vuelta de 360 grados no tiene pérdida. Siempre asoma la torre. A falta de otros, es el gran punto de referencia con el que encajar el resto. Tranvías y Disseny Hub Barcelona a la espalda. Inmersión.
El mapa de Google no ha digerido la nueva plaza, aún muestra un descampado de tierra. ¿Hacia el ágora Berta Cáceres o hacia el nodo lúdico? Ganan los niños. Hacia el área de juego infantil. Sofisticación lúdica, nivel Londres o Berlín. El cartel, aquí sí, enumera las propuestas que podremos encontrar en esta Barcelona jugable: subirse, deslizarse, explorar, sentir vértigo, esconderse, expresarse, correr y rodar, encontrarse y relajarse. Una pareja de papás, un par de familias extranjeras, progenitores entregados a sus niños... De pronto, irrumpen una docena de bros , adolescentes con degradado que han soplado más de 12 velas y que se organizan para un escondite. Luego, se tumban en el columpio de red y algunos exploran la “mecedora inclusiva” cuando aparece el agente de la Guardia Urbana. “¿Veis lo que pone aquí?”. Para niños de 3 a 12 años. Los chicos se reagrupan y, al poco, se van.
Pasamos por el nodo fresco y el espacio juventud, con mesas de pingpong que a media mañana dos asiáticos maduros ponen a prueba. Qué nivel.
“La parte nueva no es tan permeable, tiene más asfalto y menos verde, en verano lo vamos a notar”, dice Roger a su medio centenar de alumnos de primero de jardinería de la Escola Deia. Han venido de excursión. “Es una visita muy necesaria, no saben ni lo que es un geranio”, lamenta.
El vehículo de la Guardia Urbana está aparcado bajo el umbráculo. Es una mañana cualquiera entre semana. Gente mayor apea sus sillas eléctricas frente a los bancos recién instalados. Una docena de perros brincan en el área reservada para ellos. Los dos chiringuitos funcionan a medio gas, “cuando salen del colegio y los fines de semana, no paramos...”, aseguran.
En fin de semana, todo se multiplica. El nodo fresco, a rebosar de niños. Colas en los juegos infantiles, bicicletas, corredores... La plaza de las Glòries, así bautizada en 1863 en recuerdo a”las glorias cívicas y militares de Catalunya”, se consolida como la batalla ganada al coche. Una victoria de escala humana.