El calor tórrido abre la puerta a un refugio climático también de noche en Barcelona

Modelo de ciudad

El ayuntamiento asume que las altas temperaturas “obligarán a cambiar las políticas públicas”

Biblioteca Joan Maragall , en Sant Gervasi de Cassoles , refugio climático

Un joven se relaja con el móvil, el martes, en la biblioteca Joan Maragall de Sant Gervasi 

Ana Jiménez

Barcelona dispone de un termómetro infalible para los días de calor infernal. Basta con fijarse en la gente que va en moto. Si en los semáforos se detienen en las sombras de los plátanos o de los edificios, aunque la penumbra esté a siete metros del paso de peatones, eso es síntoma de que la ciudad atraviesa por un momento de bochorno bíblico. Llevan así casi dos semanas, con el mercurio más cerca de los 40 que de los 30 grados. Para estas jornadas de inclemente canícula, la ciudad puso en marcha el plan de refugios climáticos en 2020. Cinco años después ya son más de 400 los lugares que, de un modo u otro, brindan un espacio de temperatura de confort: ni la de pleno sol con el asfalto pastoso y los toboganes de metal preparados para freír unos huevos con beicon, ni el clima polar de muchas tiendas franquicia. Pueden ser bibliotecas, complejos deportivos, parques públicos, espacios culturales, escuelas, piscinas o equipamientos municipales. Los más populares son, además del comercio de proximidad, las bibliotecas y los parques urbanos, pero en general, por desconocimiento o porque los más vulnerables se resguardan en casa, las guaridas contra el crudo estío aún son un recurso poco conocido. Son, sin embargo, punta de lanza de un modelo de ciudad que ya no puede dejar el calor de lado.

Sonia Frias (bendito apellido para abordar este asunto) es la gerente de Servicios Urbanos del Ayuntamiento. En conversación con este diario, distingue “la marca refugio climático del hecho de que la ciudadanía sepa que existen espacios públicos refrigerados”, que al fin y al cabo, señala, es lo más importante. Asume que el calor “como nuevo vector ambiental es un fenómeno que ha venido para quedarse”, cosa que obligará a “modificar las políticas públicas”. Recuerda que ha pasado antes con las escuelas, que se están refrigerando y ya nadie lo discute, y sucederá con los horarios de los refugios climáticos. “Abrirlos durante más horas o incluso de noche son cosas que tienen que formar parte del debate”, sostiene Frias. Lo mismo aplica para los mercados que aún no están climatizados. “¿Tenemos que modificar las cosas? Seguro. ¿Lo cambiaremos todo en un día? No?”, resume esta experta.

Lo que viene

“¿Hay que cambiar las cosas? Seguro. ¿Lo haremos en un día? No”, resume la gerente de Servicios Urbanos, Sonia Frias

En la biblioteca Joan Maragall, en Sant Gervasi, una quincena de personas leen periódicos y revistas en la planta baja. Sobre todo son hombres de una cierta edad. Uno de los trabajadores explica que muchos son repetidores, personas del barrio que han incorporado a su rutina este rato de repaso pormenorizado de los titulares del día. “En las últimas semanas se ha notado que entra más gente, pero no de manera exagerada”, sostiene. Un rato de observación basta para distinguir al veterano del neófito. Carmina, vecina de la cercana calle Bigai, se pasa muy de vez en cuando. “Vengo del mercado, pero la subida de Castanyer casi me mata, por eso he decidido entrar”. Se sienta en una silla, aparca el carro de la compra y saca un abanico. Recupera el aliento y practica un arte muy poco popular en estos tiempos de rabiosa actividad: no hacer nada. Es una de las virtudes poco comentadas y menos valoradas de los refugios climáticos, el hecho de que, con la excusa de huir del calor, uno puede permitirse el lujo de quedarse embobado; inerte. La misma historia se repite en la biblioteca Gabriel García Márquez, en Sant Martí, donde los trabajadores tampoco han notado cambios sustanciales. “Sí vemos gente que viene solo a pasar un rato más fresco, pero son una minoría”, advierten.

Dos turistas se resguardan del calor, en un improvisado refugio climático en Glóries, el martes

Dos turistas se resguardan del calor, en un improvisado refugio climático en Glóries, el martes 

Àlex Garcia

Los que sí sacan partido de estos espacios son las personas sin hogar. A pesar de que el protocolo de las bibliotecas veta la entrada con grandes macutos, hay una lógica excepción no escrita con quien llega con toda su vida en la espalda. “Vienen a cargar el móvil, a veces se animan a leer algo. Pero sobre todo, lo que buscan es un rato de seguridad y descanso. Aquí saben que no les pasará nada”, resume el trabajador de esta estupenda biblioteca de la zona alta.

En la mañana de cata de refugios climáticos, este diario también pasa por el Turó Park, la Tamarita o el jardín de la plaza Sagrada Família. Forman parte del medio centenar de parques que se incluyen en la infinita lista de lugares en los que resguardarse de la ola de calor. Qué duda cabe de que la sombra de los árboles ayuda, pero ni mucho menos brinda al paseante una estancia confortable en estos días de sevillana Barcelona. La cosa da para estar, pero en ningún caso para pacer largo rato.

Naturaleza insuficiente

Los parques también son refugios climáticos, pero con estas temperaturas no hay sombra de árbol que valga

Distinto es el caso del Disseny Hub Barcelona, en Glòries, donde el fresquito sobrevive a pesar de los altos techos. Una de las empleadas dice que apenas han recibido visitantes acalorados estos días. Señala un punto del mostrador en el que guardan unos vasitos por si alguien pide un poco de agua.

Enfrente del Dhub está la parada de Glòries del Tram. Un nuevo intercambiador con la L1 del metro, pero hay un problema con el sol: la marquesina es pequeña y el techo es de un cristal opaco que regala una sombra muy tímida. Un calor de mil demonios. Como resultado, la mayoría de viajeros se resguardan bajo la sombra de la enorme grapadora arquitectónica. Un poco más allá está el nuevo parque de Glòries, el epicentro de la Canòpia presentada hace 11 años en el ocaso del mandato del alcalde Xavier Trias. Sirve lo expuesto sobre los parques y la ola de calor, pero aquí se añade un factor novedad que vale la pena reseñar. La flamante zona de juegos infantiles pide algo más de sombra, sobre todo en la zona de toboganes. Y luego está la fuente ornamental (lean, por favor, el tema de la parte superior), que sigue usándose como parque acuático. No hay duda de que el calor ya es inherente al modelo de ciudad. Otra cosa es que la intención política case con los usos ciudadanos.

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