¿Conoces algún fontanero que me pueda hacer unos trabajos? ¿Sabéis de algún electricista que tenga tiempo para mirarse unas cosas en casa?” Dos preguntas simples que se han vuelto habituales en nuestro día a día y que explican una realidad social que conecta con el actual debate sobre los autónomos. El sector de los oficios refleja actualmente la poca atención recibida durante los años de la democratización del acceso a la universidad. Sin exageración alguna, hoy en día es más difícil encontrar un buen carpintero que un buen abogado.
Esto es también consecuencia de tantísimos profesionales por cuenta propia que se han ido desprendiendo de sus empleados porque los grandes encargos no compensan los costos laborales de tener personal. Cuando alguna pequeña empresa hace la cuenta de la vieja resulta que con menor volumen de facturación, pero sin asalariados, se gana igual o más que con mayores contratos y trabajadores en plantilla. Y se libra uno de algo que demasiados agentes sociales desconocen: la presión del día quince de cada mes al empezar a pensar en las nóminas de tu gente. Añádase a esto los impuestos trimestrales y el cierre de ejercicio que, a menudo, conlleva la reflexión “vale la pena seguir así?”
No piensen tanto en su futuro y preocúpense más de su presente
La polémica surgida estos días por el posible aumento de cotización de los autónomos ha demostrado que, para según quién, este colectivo no es más que un atractivo barril donde hacer tributar a los pececitos mientras los tiburones nadan hacia Panamá. Se ha querido vender la paternalista moto sin ruedas de que se les subía la cotización pensando en su pensión de jubilación. Pues no piensen tanto en su futuro y preocúpense más de su presente. Empezando por agilizar los trámites con la administración o las devoluciones dinerarias, que deberían tener los mismos plazos de resolución que tienen los contribuyentes cuando les toca pagar. O haciendo más atractivos los inicios a los menores de 30 que debutan como empresarios y no tienen ni idea del laberinto normativo y fiscal en el que se aventuran.
En un país en el que demasiados universitarios aspiran a ser funcionarios, los jóvenes que tienen la osadía de montar un pequeño negocio y ganar dinero no pueden ser tratados fiscalmente como grandes empresas consolidadas. La clave está en su edad: cuanta más liquidez tengan, más correrá el dinero y más tributará indirectamente.
Tampoco se pueden perder tres semanas cada primavera justificando gastos, algo incomprensible viviendo en una época de agilidad digital. El realismo en todas partes va a la baja, pero debemos perseguirlo ya que hay demasiadas voces que viven en su mundo de marfil alejado del día a día de los mortales. Generalizar diciendo que todos los autónomos ganan mucho dinero es igual de injusto que recomendarle a tu hijo que, si quiere una profesión ideal, sin problemas económicos y con garantía de estabilidad laboral, se haga líder sindical.

