La vivienda como utopía

Ricardo Bofill, junto a su hermana Anna Bofill, bautizó con el nombre de Walden al edificio de viviendas que alzó en Sant Just en referencia a la obra de Henry David Thoreau, en la que el autor estadounidense narra los años en los que vivió solo, cultivando los alimentos, junto a un lago en una cabaña autoconstruida. El libro describe una vida en libertad y en contacto con la naturaleza que Bofill quiso transportar a los terrenos que la cementera Sanson, ubicada en Collserola, tenía junto a la N-340. Un lugar bastante inhóspito y, en ese momento, fronterizo y en tierra de nadie. 

Interior del edificio Walden 7, de Ricardo Bofill, en Sant Just Desvern

Interior del edificio Walden 7, de Ricardo Bofill, en Sant Just Desvern

Àlex Garcia

Allí pretendía alzar una serie de inmuebles autosuficientes con viviendas modulares de 28 metros cuadrados que se combinan en vertical u horizontal, salpicados de espacios comunes y de balcones interiores de vivos colores. Al final solo se construyó una primera fase de los edificios proyectados y rápidamente ese inmueble de formas extrañas, ventanas curvas, y de ladrillo rojo se convirtió en uno de los referentes residenciales de Europa. Decidió construir junto al Walden, su estudio de arquitectura, utilizando parte del recinto fabril de la Sanson. 

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Eran los años 70, tiempos de desarrollismo y de construcción de nuevos barrios de altos edificios para albergar a la creciente población del área metropolitana. Los municipios del entorno de Barcelona crecían a lo alto a golpe de hormigón y en pisos convencionales.  Sin embargo, Bofill fue de los primeros en concebir, algo que ahora está muy de moda, empezó a diseñar viviendas de diferentes tamaños para hogares de todos los estilos. ¿Les suena? Este podría ser perfectamente el cartel publicitario de una nueva promoción de viviendas actuales.

Interior del edificio Walden 7 del arquitecto Ricardo Bofill

Interior del edificio Walden 7 del arquitecto Ricardo Bofill

Àlex Garcia

Pero no solo eso, el arquitecto barcelonés puso el acento en la vida comunitaria de sus 1.000 habitantes, ahora que resulta difícil recordar el nombre del vecino que reside en el piso contiguo. En definitiva, en diseñar un edificio como si se tratase de un pueblo urbano que pocos de sus residentes quieren abandonar. Eso sí, para vivir allí hay que ser “waldemita”, es una forma de vida.

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