Les planteo un acertijo con total respeto hacia mis convecinos del sur y sin ánimo de menoscabo. Si un invidente se decide a viajar por Catalunya ¿cómo sabrá que ya ha llegado a las Terres del Ebre? Sencillamente porque por aquí abajo la gente no habla, sino que grita. Alzamos la voz en casa, en el trabajo, en las tiendas, en los bares, en los restaurantes, al aire libre, en el mercado y en toda interacción humana sea en público o en privado. Llevamos en el ADN amplificar los decibelios. No somos conscientes de ello porque es nuestro habitual proceder. Pero a los foráneos, en especial si provienen de Barcelona o Girona, entre el singular acento catalán y el volumen del habla, les parece haber aterrizado en un poblado de enérgicos indisciplinados.
A ello le podemos sumar nuestra particular manera de saludar. Obviamos las fórmulas habituales de “hola” o “adiós” y optamos por otras más escuetas y bruscas; un ligero balanceo de cabeza, arqueo de cejas y soltamos cualquier “vinga”, “au”, “eic” o “xeic”. Y encima somos exageradamente pamplineros. Siempre aderezando la conversación con epítetos sobresalientes –“guapet”, “bonico” o “llustrós”– rallando incluso el paroxismo. Nos gustan las jotas, pero no las baturras, sino las del Ebro de toda la vida. Esas enriquecidas con improvisadas estrofas de los discípulos del Canalero y que enseñan a bailar en Lo Planter. Apreciamos la cultura tradicional y los cánticos populares, como los recopilados por Quico, el Célio, el noi i el mut de Ferreries. En una de sus primeras actuaciones en Barcelona al aire libre, en concreto en la Barceloneta, el público los miraba estupefactos como diciendo: “Pero a esta pandilla, ¿de dónde la han sacado?”. Fue fácil distinguir entre el público a los de la diáspora ebrense. Eran los únicos que reían, aplaudían o entonaban el estribillo: “De Roquetes vinc…”.
Para nosotros no hay fronteras mentales o geográficas; en Vinaròs o Calaceite nos sentimos como en casa
Somos mundanos en su doble acepción. Nos encanta disfrutar de los placeres de la vida social y la campechanía. Y para nosotros no existen las fronteras mentales o geográficas. En Vinaròs, Benicarló, Morella, Valderrobres o Calaceite nos sentimos como en casa. Pero no porque allí también hablen catalán, sino porque un día nos cortaron con el mismo patrón.
Lo de las vaquillas y los correbous es otro cantar y va por municipios. Pero en algunos, como Amposta, Camarles o la Ràpita, gran parte de su dispendio en fiestas va destinado a estos aclamados festejos. O sea, entre 40.000 y 60.000 euros. En el Baix Ebre o el Montsià los correbous son intocables, incluso en municipios gobernados por la izquierda. Tanto que, en Amposta, con mayoría absoluta de ERC, han modificado el presupuesto para destinar 850.000 euros a un supuesto centro de interpretación de los toros que, al final, consistirá en un toril y un espacio para las peñas taurinas. O al menos, eso ha asegurado el señor alcalde.
En fin. Somos así de peculiares.