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La queja continua

Opinión

Fermín Villar Expresidente de Amics de la Rambla

Esta semana se han cumplido cincuenta años de la muerte del dictador Francisco Franco y, con su desaparición, se iniciaba un largo camino hacia la consecución de muchas de las libertades de las que disfrutamos hoy en día. Uno de los derechos menos valorados por las generaciones democráticas es el de la queja continua, en especial hacia nuestros gobernantes, en todas sus distintas categorías y administraciones. Es innegable que en muchísimas ocasiones las quejas son más que merecidas y, generalmente en número similar, son igual de ignoradas. Es también evidente que el ejercicio de la función pública conlleva el tener que aceptar desacuerdos y protestas. Pero lo que hace medio siglo era casi impensable, hoy es en ocasiones repetitivo y cansino.

Las obras de La Rambla a la altura de la esquina de la calle Ferran

Mané Espinosa / Propias

La vorágine de obras públicas que se están llevando a cabo en Barcelona es un filón para señalar, criticar y, como en tantas otras situaciones humanas, pasar de la observación al juicio y de la sospecha a la ofensa, cuando no al insulto. A veces la pequeña queja, inmediata y totalmente estéril, es la de esos jubilados, siempre hombres, que se apostan sobre las vallas protectoras de los trabajos y valoran la mezcla y calidad de los materiales empleados o las técnicas de ejecución.

Lo que hace medio siglo era casi impensable, hoy es en ocasiones repetitivo y cansino

El siguiente nivel ya es más realista y tiene que ver con la afectación que le puede generar a cada cual una caseta de industriales frente al escaparate de su tienda o pasarse un par de días sin algún suministro básico y sin que la compañía correspondiente avise con la suficiente antelación.

Y después viene la gestión interesada de la denuncia. Ya sea por una fijación personal o por intereses sectoriales. Una de las principales actuaciones que está en marcha en la ciudad es la reforma de la Rambla, a buen seguro, la obra más largamente debatida y que el actual gobierno de Jaume Collboni, por fin, se ha tomado como prioritaria. La idea de ordenar la Rambla nace en los tiempos del alcalde Xavier Trias y la regidora Mercè Homs, cuando se le dio carta blanca a un equipo de excelentes técnicas del distrito de Ciutat Vella y se sentaron las bases de los trabajos futuros. 

En 2016, ya con Ada Colau como alcaldesa, el plenario municipal aprobó el Plan Especial y se convocó un concurso que acabaría definiendo el actual proyecto presentado en 2018. En todas estas fases, hubo exposiciones previas, periodos de pública consulta y la posibilidad de presentar alegaciones. Y aun así, esta semana, a falta de quince meses para concluir los trabajos, hemos visto cómo, desde ámbitos totalmente opuestos, hay quien no se leyó el proyecto en su día y patalea ahora por lo que no supo reclamar a tiempo. Las quejas, dependiendo en qué dirección vayan y según el interlocutor que las recibe, pueden dar para mucho. Hasta el punto de que hay quien a veces las utiliza para escribir columnas quincenales con mayor o menor acierto