He desayunado en el aeropuerto y me ha salido más caro que el fin de semana en Mallorca.” Expresiones similares a esta, con mayor o menor exageración según a qué capital europea se refieran, se encuentran en redes sociales o aguzando el oído al pasear por cualquier terminal. Algo que sucede de forma similar en las estaciones de tren de alta velocidad de las ciudades que las tienen. En estos espacios acotados, en los últimos años las ofertas de restauración se han ido igualando de igual forma en que lo ha hecho el perfil de los usuarios de trenes y aviones. Aun así, quien viaja en tren sigue siendo visto como una persona normalita. Sin embargo, al contar los pasajeros de los aeropuertos, parece que todos ellos sean turistas y gente ociosa, ignorando, a menudo perversamente, que la sociedad actual precisa de una movilidad casi inevitable.
En España, se acepta que el Gobierno central subvencione los billetes aéreos de los residentes en las islas Canarias o en las Baleares por ser su transporte más rápido hacia otras ciudades de la península. Pues ahora las realidades se han multiplicado. Estudiantes de Erasmus que después acaban trabajando en otras ciudades europeas, comerciales o técnicos de pequeñas empresas que van y vienen, hijos y nietos de pensionistas que se han vuelto a vivir al sitio de donde emigraron, usan el avión por necesidad, no por capricho.
Se echa de menos encontrar ofertas más asequibles y acordes a todos los bolsillos
En el caso más cercano de Barcelona, mientras no haya unas conexiones de tren de alta velocidad propias de la capital mediterránea que es, y por muchas casas Gomis que se quieran comprar con dinero público, el avión y el aeropuerto seguirán siendo indispensables. Por estos motivos, como mínimo en el ámbito de la Unión Europea, conviene tener presente el perfil de todos sus usuarios.
Del mismo modo que los viajeros de mayor nivel económico, antes de subir al tren o al avión, se pueden permitir relajarse en lounges o salas privadas, para el resto de públicos se echa de menos encontrar ofertas gastronómicas más asequibles y acordes a sus bolsillos. Cuando aún no existía el AVE, antes de la aparición de las compañías low cost y sus vuelos cada vez menos baratos, el viaje lento y económico se hacía en tren y quien cogía un suntuoso avión se vestía para la ocasión, algo que a las jóvenes generaciones les debe parecer una ficción. Cualquier día, una de estas parejitas de chándal Kardashian estará en Atocha o en El Prat, ella rellenando una botella con agua de las fuentes gratuitas y él abriendo su bocadillo envuelto en papel de aluminio, y se quedarán paralizados al levantar la vista. Por las escaleras automáticas verán cómo desciende una nueva Audrey Hepburn, vestida con un ceñido Givenchy negro, sus ojos detrás de unas negras Oliver Goldsmith modelo Manhattan, a la búsqueda de un croissant y un café para llevar, mientras por la megafonía suena la canción Moon River , de la película Desayuno con Diamantes .
