Barcelona ha sido siempre pionera. En tiempos de pasado, al carecer Catalunya de administración, las mejores generaciones de catalanes emprendieron hospitales, universidades, el mutualismo, el Liceo o el Palau y tantos otros referentes de excelencia. En el transporte, nuestra ciudad fue de la más avanzadas y hasta Ildefons Cerdá rubricó el primer estudio de movilidad urbana.
El día 19 de este mes, el pleno del Ayuntamiento deberá posicionarse sobre la iniciativa ciudadana avalada por casi 4.500 firmas para que el Museo del Transporte recaiga en Montjuïc, en el actual Palau de Comunicacions i Transports, que linda con las avenidas Maria Cristina y Paral·lel. Sus 16.000 m2permitirían acoger lo más valioso y sentido del patrimonio del transporte. Ahora se deteriora, pierde y es víctima de los incívicos grafiteros en un polvoriento y húmedo subsuelo en el Triangle Ferroviari de la Verneda.
Es una propuesta sensata y muy ciudadana que no va en detrimento del apoyo a la Fira
El museo exhibiría unidades históricas del metro, autobuses, tranvías o trolebuses, vehículos de bomberos, policiales, sanitarios, taxis, de obras y servicios municipales, los carruajes y cortejos de Pompas Fúnebres e incluso algunas de las cabinas que sobrevolaban la ciudad, el Funicular y el Aéreo, o la tradicional Golondrina que navegaba por el puerto. Tiene a su favor que la montaña ha de ser la de los museos.
Es una propuesta sensata y muy ciudadana, aunque hay quien pueda creer que el museo iría en detrimento del necesario apoyo a la Fira. No comparto esta última percepción. Siempre he respaldado a esta institución y cuanto sea preciso para su promoción, crecimiento, sus necesarias dotaciones económicas públicas y su transformación en curso. Las consecutivas ampliaciones en el recinto de l’Hospitalet y su redistribución en el de Montjuic le permitirán ganar superficie en el primero y volumetría en el segundo. Incluso museo y Fira podrían compartir algunos usos (salas de exposiciones o de reuniones).
La Fira, la de proximidad, sigue en la montaña mágica, pero con otra configuración y es “Barcelona, Ciudad de Ferias y Congresos”. Al efecto, el Ayuntamiento redactó, y la Generalitat aprobó hace dos años, una modificación del Plan General Metropolitano y tiene en trámite los de Mejora Urbana que la desarrollan. La ciudad ganará medio millar de viviendas sociales, un polideportivo, un CAP y el MNAC se expandirá en el pabellón ferial de Maria Eugènia. La Fira obtendrá más techo terciario, oficinas, en el Palau del Vestit, el pabellón de la Metalúrgica se restaurará y uno nuevo de dos plantas se levantará en el espacio ahora ocupado por el Palau de Congressos que se trasladará al actual de Alfonso XIII.
A la par, prosiguen las ampliaciones en Fira L’Hospitalet con el pabellón 0 y debe instarse la inmediata renovación a Fira, cien años después, de la concesión pública que fina este 31 de diciembre.
Tras fallidos intentos de emplazar el Museo del Transporte en las Cotxeres de Sants, la Estació del Nord y en la de França, en el Born o en Fabra i Coats u otros, hay una nueva oportunidad. Si es realidad en el Covent Garden londinense o en distintas capitales europeas, ¿por qué no nosotros? El patrimonio de todos no ha de ser ni el pasado olvidado ni el presente languideciente ser su destino final. Tiene un origen y una estación o parada obligada. El Museo del Transporte, a Montjuïc.

