Laura y Marc abrieron un restaurante en Paüls hace tres meses. Lo 9 cafè nou, se llama. El lunes, día de descanso para la restauración, bajaron a la ciudad. Compras, encargos, papeleo..., sus cosas. Su hijo les llamó para informarles de un incendio cerca del pueblo, pero no era ni el primero ni el segundo y siempre suelen ser conatos que los bomberos apagan en un santiamén. No en esta ocasión, así que llevan desde entonces en un hotel de Tortosa porque el lunes ya no les dejaron volver a casa. Como la suya, el Baix Ebre está estos días lleno de pequeñas historias humanas. Todas con nombres y apellidos.
Genís es el hijo de este matrimonio que está pasando una nerviosa luna de miel en la capital de la comarca. Se está preparando para opositar a mosso y el domingo recibió la grata visita de su novia, que tenía previsto irse el lunes por la mañana. No pudo ser: los suegros tenían vetado subir y a ella no le permitían bajar. Cuenta este aspirante a policía que la noche del lunes al martes fue “especialmente difícil”. “De día ves el humo y también las llamas, pero no impactan tanto con la luz del sol. Pero de noche pierdes la perspectiva y solo ves fuego”. Se da el caso, además, de que Paüls está sobre una loma, con lo que todas las casas gozan de una vista estupenda.
El incendio de noche visto desde Paüls
Cuenta Gabriel que a su abuelo, de 90 años, no le han querido contar muchos detalles sobre el fuego. La casa de los iaios, explica, es de las pocas que no tienen una visión muy nítida del valle y de los barrancos, así que para evitar que pensara que sus tierras podían quedar calcinadas, decidió maquillarle la realidad. Una versión nostrada de la genial película Good bye Lenin.
Laura se queja con amargura del “abandono de los bosques” y de la desaparición del pastoreo que mantenía el monte limpio. “Todo el trabajo que antes hacían los animales ahora no lo hace nadie, así que el problema ya no son tanto las causas del fuego, si no las consecuencias. Porque con cualquier pequeña cosa se nos puede quemar todo”. Marc asiente con la voz y añade que también se han perdido los cultivos. “Los pueblos están en medio de polvorines”.
Daniel atiende desde su casa en el Pinell de Brai. El incendio le pilló el lunes en su negocio de l’Aldover, uno de los municipios más afectados por las llamas. Decidió marcharse ya de noche, poco antes de que cerraran las carreteras. “Pasé un poco de miedo porque a esa hora ya había fuego en los dos lados de la calzada, pero así me quedaba más tranquilo, porque ahí no tenía dónde quedarme a dormir”. Ayer respiraba más reposado, aunque un poco contrariado, pues el cambio en la dirección del viento colocó su pueblo en el punto de mira del incendio. Confinado, pero con el ruido de fondo de su bebé, no parece para nada arrepentido.
Un hotel de Xerta lleva dos días dando de comer a un grupo de ciclistas maños que han quedado aislados
Con todo el jaleo de las pinturas de Sijena, lo sucedido estos días en una pequeña hospedería de Xerta es una llamada a la concordia entre catalanes y aragoneses. En este municipio del Baix Ebre recibe en el hotel Casa Ceremines, de siete habitaciones, Gabriel Blanch. El lunes llegaron en bicicleta dos matrimonios maños que están de paso en una ruta de cicloturismo. Otro grupo de huéspedes que iban en coche sí pudieron marcharse por la carretera que va a Móra d’Ebre, pero los excursionistas tuvieron que quedarse.
Y así llevan dos días, “improvisando comida y cena, como una familia”, porque todos los bares y restaurantes están cerrados. Guillem coincide con Genís en que la noche fue lo más difícil –“parecía Sodoma y Gomorra”, detalla–, y preguntado sobre si en algún momento han pasado miedo, tira de fina ironía: “Tenemos el río Ebro; y todos sabemos nadar”.
