Vimbodí i Poblet, un pueblo en 800 fotos
Historia
Unas ochenta familias ceden sus fotos familiares antiguas para contribuir al álbum colectivo editado por el fotógrafo y activista cultural Pep Potau
Una de las imágenes del libro, en un bar del municipio
Un hallazgo casual, una caja repleta de fotografías en plena calle, junto a otros objetos y muebles de un piso que se estaba vaciando, se cruzaron en el camino de Josep Maria Potau. Todo aquello iba directo al contenedor. Él podía identificar en esa caja muchas de las imágenes... calles y vecinos del pueblo en blanco y negro. ¿Cuántas fotografías se habrán perdido a lo largo de los años?, se preguntó Potau. A la postre, no habrán sido tantas. Salvó aquella caja y muchas más. Casi ochenta familias de Vimbodí i Poblet han cedido sus álbumes familiares para contribuir a preservar la memoria colectiva de este municipio de la Conca de Barberà.
El resultado de este ejercicio de generosidad compartida es el último libro de la Col·lecció El Bagul de Cossetània, Vimbodí i Poblet. Imatges en blanc i negre d’un passat compartit . En él pueden contemplarse una selección de 800 de las más de 2.250 fotografías cedidas por 78 familias de este pueblo de apenas mil habitantes. La historia viva de Vimbodí i Poblet desde finales del siglo XIX hasta los años sesenta del siglo pasado.
“Siempre me ha gustado la fotografía y vi que aquellas tenían un valor histórico, eran de principios del siglo pasado. Les dije a los operarios que estaban vaciando la casa –en realidad se lo inventó– que el Ayuntamiento recogía fotos antiguas y les pedí que me dejaran llevarles aquella caja”, explica Potau, que además de vecino del pueblo y coordinador del libro es ingeniero industrial jubilado. Dicho y hecho. Potau se reunió con el alcalde, Joan Canela, y la concejal Rosa Palau. “Les propuse que pidieran a la gente que trajeran sus fotos antiguas y que yo voluntariamente las copiaría y se las devolveríamos”. Y le dieron todo el apoyo.
De eso hace seis años. Las familias se fueron animando y una cosa llevó a la otra. Primero se hizo una exposición de 50 fotografías que fue un éxito en el pueblo. De ahí nació una página de Facebook y ahora el libro. Para el que ya es el álbum oficial de Vimbodí i Poblet, Potau tuvo que seleccionar 800 imágenes. “Escogí las que tenían información histórica, las que aún siendo personales, trascendían la anécdota”, explica.
Un grupo de mujeres posan a cámara en Vimbodí
La variedad de miradas que aúna el libro es uno de sus principales valores, a lo que hay que añadir la singularidad de un pueblo que tiene en su municipio el monasterio de Poblet, con las correspondientes visitas institucionales de reyes, presidentes y muchas otras autoridades.
El libro incluye los recuerdos de los más veteranos del pueblo
Más allá del trabajo de escanear todas y cada una de las fotografías, Potau las distribuyó por temáticas. Le salieron doce: actividades culturales, enseñanza, deportes, trabajos (además de la agricultura, la fabricación de vidrio tuvo un importantísimo peso), las fiestas, la gente, la historia, lugares, el monasterio o la religión. Y más allá de la imagen, Potau pidió a historiadores, periodistas y profesores del pueblo si podían colaborar para introducir cada uno de los apartados. Un ejercicio con el que las fotografías trascienden el instante. Enric Alfonso, Antoni López Tovar, Alfons Alsamora, Ferran Espada, Teresa Duch, Josep Dolcet o Jan Ibarz son algunos de los que firman los textos. Además de poner en contexto histórico las fotografías, hacen de puente entre el pasado y el presente.
Con el álbum ya convertido en un documento vivo de la historia de Vimbodí i Poblet –con imágenes y textos–, un último colofón: el testimonio de los más veteranos del pueblo. Los recuerdos de los últimos de una generación que mantienen los recuerdos de sus mayores, de antes de la Guerra Civil, que ellos vivieron de niños y que ahora, en pleno siglo XXI, rememoran. Como el de Josep Sumalla, ya fallecido, que a los 91 años relata que “antes de la guerra había gente de misa y payeses descreídos. Por la noche no se cerraban las puertas de la calle” y recuerda que “mi padre, que era payés, nos llevó a toda la familia a ver la Exposición Internacional de Barcelona”. O Ramón Solé Palau, que comenzó como aprendiz en el horno de vidrio cuando tenía 14 años. O Maria Rosa Llaveria, que a los 92 años relata que “mossèn Magí nos castigaba si íbamos al cine o al baile y nos avergonzaba en la escuela”.