'Mi pequeña librería' de Máximo Huerta

Damas y tramas

'Mi pequeña librería' de Máximo Huerta
Lola Carrasco
Gestora cultural y docente

Cuando era niña tenía un sueño recurrente. Abría una librería durante la noche, y podía llevarme todos los libros que deseara, sin pasar por caja. Para ser más exactos era una librería-papelería, porque esos otros tesoros que albergan las librerías como son libretas, pinturas, papel de dibujo, marcapáginas, lápices… siempre han sido para mí objetos de devoción. Mis amigas tenían sueños idénticos, pero eran tiendas de cosmética, perfumerías, ropa… Yo soñaba con un gran regalo de libros. Un enorme regalo de libros. Con los años, el sueño se transformó en un deseo, durante años, y que sigue hoy en día: me encantaría abrir una librería.

Portada libro de Máximo Huerta

Portada libro de Máximo Huerta

LVE

Los libros son mi vida, mi ocio, mi ventana al mundo, desde que empecé a pasar sus páginas y dejé volar mi imaginación. Junto con la música o la pintura, necesito poco más para ser feliz. Podría prescindir perfectamente de lo audiovisual, pero sin ellos nada sería igual.

“Mi pequeña librería” de Máximo Huerta nos cuenta la pasión de su autor por el viejo negocio de vender trocitos de vida, fantasía, relatos, poesía. ilustraciones... entretejida con la cotidianidad de la compañía y los cuidados a Clara, la madre de toquilla roja, a la que adora, enferma, y que ya conocimos en “Adiós pequeño” (premio de novela Fernando Lara, 2022). El autor, que en la corta distancia es encantador y cercano -tal cual se autorretrata en su obra-, nos regala, además, en sus páginas, ilustraciones propias, que personalizan un paso más su obra, mostrándonos un retazo más de su universo íntimo y sus otras pasiones. Su “pequeña librería”, Doña Leo (homenaje a su compañera de vida, la perrita de la que adopta el nombre), es un establecimiento con reminiscencias francesas -tal cual la imaginamos todos aquellos que soñamos con tener una-, y a través de las páginas del libro, Máximo hace un repaso por los autores y los grandes personajes de los libros de su vida, haciendo especial homenaje a la universal Carmen Martín Gaite. Leerle ha sido hacer un inventario de muchos libros junto a los que crecimos varias generaciones, aquellos por los que yo escalaba en la modesta pero abundante biblioteca de mi padre -responsable del sano vicio de la lectura-, o me esperaban las mañanas de Reyes, comenzando por Juan Ramón Jiménez y su adorable Platero, pasando por Enid Blyton y “Los Cinco”, los cuentos de Andersen, “Mujercitas” de Louisa May Alcott, Dickens, Michael Ende, Agatha Christie, y otros muchos. Estoy plenamente convencida que, todos ellos, junto con una memoria musical común con Wham! (¿quién no ha escuchado “Last Christmas”?, Brenda Lee, Elton John, The Ronettes, Sinatra o Andy Williams, nos modelaron con una forma de ver la vida, una sensibilidad común, y por eso disfrutamos tanto con la obra de Máximo Huerta.

“Mi pequeña librería” de Máximo Huerta nos cuenta la pasión de su autor por el viejo negocio de vender trocitos de vida, fantasía, relatos, poesía. ilustraciones..."

Entre sus páginas encontramos, además de un inventario de “los imprescindibles” en un establecimiento de venta de libros (y, añado yo, en cualquier biblioteca), además de un curioso epistolario con los personajes centrales de sus otras obras, que también desfilan por su pequeña librería, así como el recuerdo de su abuela Irene, de la que, claramente, ha heredado la pasión por el relato

El autor y la editorial, Lunwerg, han cuidado hasta la piel del libro, su cubierta, emulando el azul de la fachada de Doña Leo, “Azul, azul de Prusia”, dice Máximo, cubriendo las vetas de la madera del antiguo horno, con esa capa de novedad que ha supuesto esa librería en Buñol.

Como os decía, yo soñaba con tener una librería, algo parecido a la de Máximo, con esas antigüedades, las flores frescas, o la lámpara de cristales, sin pensar que el tenerla iba a necesitar tanta dedicación que, en vez de leer mis adorados libros, tendría que dedicar mi tiempo y mi esfuerzo físico y mental en encargarlos a las distribuidoras y editoriales, recibir, mover y vaciar cajas, colocarlos y sustituirlos en el espacio limitado de los estantes, organizar clubes de lectura, visitar los colegios y bibliotecas circundantes, rellenar formularios, papeles y subvenciones varias (escasas), pensar en productos de papelería y regalo, acudir a ferias y eventos, además de toda la gestión administrativa que implica ser autónomo y contar con alguien más que me echara una mano. El negocio de las librerías, muy conocido por mí de primera mano, mata cualquier romanticismo. Es loable el esfuerzo que estos hombres y mujeres hacen cada día por levantar la persiana. Si, además, llega una DANA, como la sufrida en Valencia, y te la arrasa, como ha pasado a Somnis de Paper, La Moixeranga, Passarella, Librolandia, Bufanúbols, Samaruc, La Casa de Paper o L'Esplai, entre otras, remontar es esfuerzo titánico. Por eso aprovecho estas líneas para recordaros que entre vuestra lista a Papá Noel o los Magos de Oriente, pidáis muchos libros; que pidáis “Mi pequeña librería”, especialmente de esas librerías, que tienen venta online. Ellas fueron mi vida durante unos años, en la dirección del Gremi de Llibrers de Valencia y la Fira del Llibre, y sé muy bien cuanto nos necesitan.

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