Mi tienda por tu Airbnb

Si tú me has entendido

Cuando éramos pequeños descubrir las novedades de “Deportes Barberá” era una de las atracciones del barrio. Su escaparate iba cambiando temporada tras temporada con aquellas zapatillas con cámara de aire que se pusieron tan de moda, las mejores camisetas de fútbol o el chándal –esa prenda…- más caro. Porque ahí estaba la atracción de aquel aparador inalcanzable para muchos, en el precio casi de lujo para una barriada de gente trabajadora.

Éramos espectadores en aquel teatro del pequeño comercio deportivo, con Reebok y Nike como estrellas invitadas. Pero de aquella tienda estrella de una época ya no queda nada, solo el grafiti de un futbolista pintarrajeado en la persiana, que bajaron hace ya mucho tiempo. Temo cada día que paso que alguien la suba para colocar una puerta translúcida y una ventana similar, entre el estanco y la joyería, para que entren y salgan señores turistas que deambulan muchas veces arrastrando la maleta de ruedas mientras se estampan con la farola por llevar abierta la aplicación de Google Maps en su teléfono inteligente.

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Varios turistas transitan por el centro de la ciudad con sus maletas de cabina 

Biel Aliño / EFE

Porque cada vez más nuestros barrios ya no nos pertenecen. Me da toda la sensación que los estamos vendiendo, así en plural, por ese afán avaricioso que nos persigue por mucho que corra nuestra sensatez. Él siempre parece ir más rápido. Lo digo y lo repito: el piso a 900 euros lo sube el que es como tú pero tiene una propiedad más con la que mercadear, no solo el fondo buitre. Y el bajo cerrado desde hace años que ahora se reabre para publicitarse con suerte en Airbnb está empujando los precios inmobiliarios de una demarcación a la que le siguen faltando equipamientos, parques y hasta centro de salud.

Me da toda la sensación que los estamos vendiendo, así en plural, por ese afán avaricioso que nos persigue por mucho que corra nuestra sensatez"

Estamos en la semana de Fitur, la del turismo, los viajes, los sueños en avión a la espera de ese daiquiri, y nos sigue faltando una reflexión sobre qué somos y dónde queremos ir. Que València es bonita, adecuada para jubilarse e ideal para teletrabajar ya lo sabíamos nosotros, pero ahora que lo han descubierto tantos en vez de subirles los precios y salvaguardar cuánto somos, se los aumentamos al vecino y nos despojamos de nuestra esencia al mejor postor. 

Yo no quiero mocadorà todo el año, como vi el otro día en Santa Catalina, igual que no me como las naranjas en agosto ni quemamos las Fallas, para que las vean los turistas, en el mes de julio. Si hay cosas a las que no renunciamos, que consideramos sagradas, ¿por qué no protegemos nuestros barrios, a nuestra gente, nuestra esencia? ¿No es sagrado lo que nos hace diferentes, únicos? Estoy en un bucle y no sé salir, pero cada vez que cierra un negocio local e intuyo una puerta, nos veo más cerca de donde no quisiera estar.

En el mapa del “vale todo” sin que nada valga la pena. Y ahí no quisiera llegar.

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