Olvidarse de la dana

El ser humano posee una extraordinaria capacidad adaptativa ante las adversidades, característica que históricamente ha permitido la supervivencia de nuestra especie frente a diversos tipos de crisis. Una de las facetas menos evidentes, pero más relevantes de esta adaptabilidad reside en el funcionamiento de nuestra memoria, especialmente en su tendencia natural al olvido selectivo de sucesos negativos. Este fenómeno, conocido técnicamente como sesgo de memoria selectiva, es un mecanismo psicológico mediante el cual nuestra mente tiende a minimizar o incluso olvidar las experiencias traumáticas o negativas con el paso del tiempo. Tal proceso no solo facilita la recuperación emocional tras eventos adversos, sino que también puede alterar la percepción objetiva del riesgo, generando un efecto paradójico que dificulta la preparación adecuada para futuros eventos similares.

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 Ayudas Retirada de lodos en el garaje de una finca de Catarroja. © Miguel Lorenzo

© Miguel Lorenzo / Colaboradores

Diversos estudios en psicología cognitiva han demostrado que la memoria humana no es una representación fiel y objetiva de los hechos, sino que está altamente influenciada por emociones, expectativas y contextos sociales. Así, frente a catástrofes naturales o emergencias como inundaciones, terremotos o las conocidas DANAs (Depresión Aislada en Niveles Altos), es común observar cómo, pasado un tiempo relativamente corto, la percepción pública del riesgo se atenúa considerablemente. Este debilitamiento en la percepción del peligro facilita la aparición de críticas hacia las medidas preventivas tomadas por los gobiernos e instituciones públicas cuando se repiten advertencias o acciones de protección, que son consideradas excesivas o exageradas por la ciudadanía, en gran medida debido a esta propensión psicológica al olvido selectivo.

Diversos estudios en psicología cognitiva han demostrado que la memoria humana no es una representación fiel y objetiva de los hechos"

En este contexto, el reciente episodio de la última DANA ,de tan solo hace unos días, que ha afectado significativamente a la Comunidad Valenciana ha servido para ejemplificar claramente esta problemática. Ante la previsión científica y técnica de posibles efectos devastadores, el gobierno valenciano decidió implementar una serie de medidas preventivas de carácter contundente, tales como el cierre temporal de colegios, universidades, centros de atención médica no esenciales y otros servicios públicos. Estas decisiones han suscitado críticas por parte de ciertos sectores de la población, que consideran que las medidas adoptadas son desproporcionadas y alarmistas, argumentando que generan una alarma innecesaria o un perjuicio económico y social excesivo.

Sin embargo, una evaluación técnica, objetiva y responsable de estas acciones preventivas pone de manifiesto la relevancia y adecuación de estas. Las autoridades valencianas han fundamentado su actuación en experiencias previas, evidencias científicas disponibles y recomendaciones específicas emitidas por los organismos de protección civil, basadas en modelos meteorológicos altamente precisos que anticipan la posibilidad de eventos climáticos extremos.

El principio fundamental detrás de esta estrategia preventiva es simple pero esencial: anticiparse al riesgo para minimizar daños. Numerosos ejemplos históricos recientes han demostrado que la falta de precaución o la insuficiencia en la adopción de medidas preventivas pueden conducir a tragedias humanas y económicas muy superiores al coste temporal y puntual de las restricciones implementadas.

En efecto, el coste económico y social derivado del cierre preventivo de actividades públicas y servicios esenciales es significativamente inferior al coste que podría implicar la falta de preparación frente a un evento meteorológico extremo. La protección de vidas humanas y la minimización de daños materiales y estructurales no solo justifican plenamente estas medidas, sino que constituyen un deber ético y político de cualquier gobierno responsable.

Es imprescindible comprender que la prevención no es una cuestión de exageración o dramatización, sino de responsabilidad colectiva. Este tipo de decisiones deben ser valoradas positivamente por la sociedad, entendiendo que su objetivo último es proteger a la ciudadanía y garantizar la resiliencia comunitaria frente a fenómenos climáticos que, lamentablemente, son cada vez más frecuentes y severos debido al cambio climático global.

Por otro lado, la crítica social hacia estas decisiones preventivas debe abordarse desde un enfoque informativo y educativo, haciendo énfasis en la divulgación científica y la concienciación ciudadana sobre la importancia crucial de anticiparse al riesgo. Es necesario reforzar en la memoria colectiva la importancia de estas medidas preventivas para que la población mantenga una percepción ajustada del riesgo real y constante de estas situaciones.

Finalmente, aunque el sesgo de memoria selectiva tiende a diluir rápidamente el recuerdo colectivo de las tragedias, eventos como las DANAs deben servir como recordatorio permanente de la vulnerabilidad humana ante las fuerzas naturales. Reconocer y comprender este fenómeno psicológico es el primer paso para superarlo. De esta manera, se fortalecerá una cultura de prevención en la que tanto ciudadanos como instituciones trabajen conjuntamente por la seguridad colectiva, alejados de críticas superficiales y promoviendo un compromiso auténtico con la protección y bienestar común. Es por ello por lo que defender sin fisuras las medidas preventivas adoptadas por el actual gobierno valenciano no solo es necesario, sino una responsabilidad ineludible frente al riesgo climático que nos afecta a todos.

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