Paula Bonet, pintora y escritora valenciana (Vila-real, 1980), recibió la Medalla al Mérito Cultural de la Generalitat Valenciana en 2018. Sin embargo, muchos años atrás a este reconocimiento, decidió trasladar su vida a Barcelona impulsada por un sentimiento de amor-rechazo hacia su tierra. Quizás por no haber visto reconocido su trabajo a tiempo, “hiciese lo que hiciese”. Quizás por ambientes y vivencias que le llevaron a experimentar ese tipo de sentimiento que, reconozcámoslo, todos hemos soportado alguna vez hacia nuestra ciudad, hacia el hecho de formar parte de un lugar que tanto puede ofrecer, pero a la vez restar. Y avergonzar, como viene ocurriendo desde octubre del pasado año.
Cierto es que a Bonet se le adivina enseguida una naturaleza inquieta, viajando para formarse desde el inicio a otras ciudades: Valencia, Santiago de Chile, Nueva York y Urbino. También exponer y trabajar le han llevado a recorrer mundo. Es una huida que apunta al hallazgo del camino de vuelta y reconciliación con València partir de su encuentro fortuito con la obra de Rafael Chirbes, a quien ella misma define como un autor que “pinta con palabras”, con el resultado de una obra muy pictórica, muy plástica, que celebra la luz de esta tierra, su gastronomía, sus cañaverales, la juventud y la carne. Un autor que, dice, le ha devuelto el amor por una tierra que, teniendo voces tan potentes como la de Chirbes, “prefirió mirar hacia otro lado y ensalzar lo complaciente, lo inofensivo, el envoltorio con castillos de fuegos artificiales y mascletà”.

Portada del “libro-diálogo” entre las pinturas de Paula Bonet y el texto de Rafael Chirbes, El año que nevó en Valencia (2025).
Paula descubre y se descubre con Chirbes. Se comprende a sí misma. Sus libros le desvelan que comparten emociones y vivencias, separadas por el tiempo, pero unidas por un fuerte nexo común, el de las “palabras pintadas” y el de aquellas pinturas íntimas que solo es posible gestar tras un intenso affaire con textos que bucean por interiores recónditos, aunque tengan una primera apariencia de simplicidad.
Paula descubre y se descubre con Chirbes. Se comprende a sí misma”
Es lo que le ocurre a la pintora con sus propios textos. Y lo que le sucedió con la lectura de El año que nevó en Valencia. Un “librito” de aspecto liviano, en cuanto a extensión y también contenido, pero que se le reveló como todo lo contrario. Y entonces Bonet decidió “hablar” con Chirbes, haciéndolo como mejor sabe, estableciendo un diálogo entre pintura y escritura. No sabía entonces que Chirbes antes de morir había expresado su deseo de ver este libro ilustrado. El resultado no es un simple libro ilustrado, ni tampoco un catálogo de obras de arte acompañado de unos textos. Es un diálogo, un binomio ente la fuerza expresiva y la sensibilidad evocadora que comparten ambos, yendo más allá de la ilustración, es una extensión del propio texto: crea atmósferas.
Paula no solo pinta, crea espacios donde podemos ubicar visualmente esa reflexión velada a la que nos está invitando constantemente Chirbes. Crea una suerte de lugares similares a los predilectos del escritor -también viajero incansable-, “las ciudades hojaldre”. Son aquellas que acumulan muchas capas superpuestas, conformando una atractiva complejidad formada por las capas de la sociedad, la economía, la historia, la cultura, integrando múltiples realidades. Una complejidad que, como el hojaldre, está condenada a la dificultad de separar las distintas láminas a la par que a la fragilidad.
Bonet crea una suerte de lugares similares a los predilectos del escritor -también viajero incansable-, 'las ciudades hojaldre'”
Decía Rafael Chirbes que las ciudades son el resultado de un proyecto colectivo de varias generaciones -de varias capas- y viajar a ellas responde a la fascinación del hombre de querer mirar fuera, ver y vivir mundos y vidas ajenos.
Paula Bonet traslada al lienzo ese “hojaldre”, donde podemos viajar por vidas ajenas, que descubrimos no tan distintas a las nuestras; conocer, entender a través de ellas nuestras propias capas internas. Lo hace al estilo Lita Cabellut (actualmente en Fundación Bancaja València), aunque las dos gozan de una marcada personalidad que las distingue. Ambas articulan su obra en la exploración de las capas más íntimas del ser humano, en su complejidad y fragilidad. Con la superposición de capas: texturas, veladuras, empastes, luces y sombras o barridos, nos descubren las múltiples identidades y realidades del ser.
Con esta obra total, Paula Bonet curas heridas y se reconcilia con el pasado”
Las pinturas originales se podrán ver en el piso de València donde Paula vivió y pintó en el pasado, mientras se escucha el texto en audiolibro. Estarán expuestas de forma amontonada -por capas-, como lo están los protagonistas en el pisito del relato de Chirbes.
La nieve en forma de capa o veladura blanca aparece como el factor común de todos los lienzos, dejando entrever asuntos más mundanos o carnales: como una metáfora de que los hechos extraordinarios y efímeros, como una nevada en València sobre el mar (o, en su caso, el descubrimiento y la lectura de un autor excepcional), nunca podrán borrar la realidad más cotidiana o el recuerdo de aquello que nos marcó, aunque quizás nos permitan verlos a través de otra luz o tamiz.
Con esta obra total, Paula Bonet curas heridas y se reconcilia con el pasado. Es una opción a considerar en los próximos días si visitamos la Feria del Libro de València, y si estamos de acuerdo con Jorge Luis Borges al definir el libro como el instrumento del hombre que es la extensión de la memoria y de la imaginación.