La aceleración de todo

Veles e bens

La aceleración de todo
Felip Bens
Escritor y periodista

No hace mucho volví a ver “Interstellar”, por tercera o cuarta vez desde su estreno hace once años. Cuando Cooper y Amelia bajan a explorar el planeta de Miller, saben que, por cada hora que pase, transcurrirán siete años en la Tierra. Para ellos, la misión (estéril, para más inri) es un rato, pero al llegar a la nave nodriza han transcurrido 23 años. Que el tiempo es relativo, ya lo explicó Einstein, debidamente, en 1915, aunque parece que fue ayer. Y Virgilio, en sus “Geórgicas”, veinte siglos antes, ya observó que se nos escapa entre los dedos: “Tempus fugit”. Irreparablemente. Diríase que ahora mismo, delante de nuestras narices, la historia está avanzando de forma exponencial. Y es algo que se percibe, sobre todo, en los pequeños detalles. Nos quedamos sin luz y no tenemos una radio de pilas a mano, cuando apenas hace cuarenta años las radios estaban encendidas en todas las casas, a todas horas. Buscamos un ebanista para reparar una puerta de mobila y es imposible encontrarlo, aunque hace cuarenta años uno buenísimo tenía el taller dos calles más allá de tu casa. Nos proponen cambiar la puerta. Será más barato, más sencillo, dicen. Hace cuarenta años jugábamos al fútbol los sábados en la playa, junto a los muros de la piscina del viejo balneario de Las Arenas, en el Cabanyal, y nos buscaban los pescadores para que les ayudáramos a sacar las barcas al mar. El otro día vi con tristeza las pocas que quedan, desguazadas por el salitre y sin que nadie ya las cuide. Los viejos amigos ya ni siquiera quedan en ellas para almorzar y rememorar viejos tiempos. La mayoría han muerto y nadie saldrá al mar en barca desde esta orilla nunca jamás, algo que había sucedido ininterrumpidamente desde hacía siglos, algo que fue incluso la fuente de sustento primordial de toda la Valencia marítima, lo que marcó su historia y su identidad de una forma decisiva. Hace cuarenta años un viejo que no sabía hablar castellano recosía redes al sol, con un cigarrillo cayéndole de la comisura de los labios. Hoy, en aquella misma puerta, una pareja de piel lechosa, cargada de maletas, escucha las instrucciones de alguien en inglés.

Barques en el Cabanyal, fa 25 anys

Barques en el Cabanyal, fa 25 anys

Francisco José Vicent

La aceleración de todo está sucediendo ante nuestros ojos. El punto no es que el mundo esté cambiando. En realidad, el mundo siempre está cambiando. Lo llamativo es, por un lado, la velocidad a la que cambia, que está provocando que desaparezcan para siempre cosas que habían sido fundamentales durante generaciones. Por otra parte, somos nosotros quienes estamos asistiendo a cambios de una magnitud tal que probablemente no se habían dado nunca, al menos en la historia moderna de la Humanidad. Y no sé si estamos preparados para encajarlo. He puesto tres ejemplos de nuestra vida cotidiana, pero la profundidad de las transformaciones de nuestro mundo es sensacional, en todos los ámbitos: social, económico, cultural, político, ético… Todos sabemos que estamos en un camino sin retorno. Nadie está demasiado seguro de adónde nos lleva.

El otro día vi con tristeza las pocas que quedan, desguazadas por el salitre y sin que nadie ya las cuide. Los viejos amigos ya ni siquiera quedan en ellas para almorzar y rememorar viejos tiempos”

Les voy a hacer “spoiler”, así que dejen de leer y márchense a un videoclub (de los que llenaban nuestras ciudades hace cuarenta años) a alquilar “Interstellar”. No digan que no les avise: en la obra maestra de Cristopher Nolan, Cooper vuelve a la Tierra y visita a su vieja hija moribunda en el hospital (que era una niña cuando se embarcó en la Endurance). En el emotivo reencuentro (una vida para ella; unos años para él), amenizado por la música de Hans Zimmer, un estelar (si me permiten la redundancia) Matthew McConaughey (Cooper) le pregunta qué puede hacer con su vida, incapaz de entender el mundo en el que ha aterrizado. Su hija le pide (le ordena, más bien) que busque a Anne Hathaway (Amelia), la única que ha quedado, como él, atrapada en aquel particular pliegue del tiempo. Quizá nuestra generación, la de aquellos que tenemos entre 40 y 60 años, quede también fuera del tiempo, como una transición, un ejército de tarados incapaces de comprender por qué todo se ha acelerado de esta manera, justo en este maldito momento. Sin tiempo apenas para una pausa.

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