Todo va a salir bien

La imagen de cientos de niños y niñas llorando desconsolados a la salida del estadio de la mano de padres y abuelos se quedó grabada en la retina de los veintitrés mil asistentes al Ciutat de València. A escasos segundos de invadir el césped para celebrar el ansiado ascenso a Primera, un gol de penalti del Alavés, señalado por el VAR en el descuento de la prórroga, privaba al Levante UD de la gloria y lo hundía en un hoyo deportivo y económico de consecuencias imprevisibles.

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Los jugadores del Levante, Andrés Fernández (i) y José Luis Morales, celebran el ascenso a Primera División tras ganar al Burgos 

Santi Otero / EFE

El desenlace más cruel posible cobró forma aquella medianoche macabra de hace dos años. En esas lágrimas han vivido anclados muchos granotas hasta el domingo, cuando un pequeño mago llamado Carlos Álvarez, también en el tiempo suplementario, puso la pelota en la escuadra de una portería de Burgos con la varita que tiene por pie izquierdo. Al tocar la red, un llanto incontenible rebrotó en los ojos de miles de niños que cada quince días no han dejado de acudir al campo con la memoria fresca de aquel penalti y la sensación de que el destino podía mostrarles de nuevo su cara más desalmada. La Segunda española es de una competitividad extrema, sin apenas descanso, una selva donde la aristocracia que un día fue —los Zaragoza, Deportivo de la Coruña, Racing de Santander, Sporting de Gijón, Oviedo, Málaga y tantos otros— se bate en una selección natural no apta para cardíacos.

Dispuesto a exorcizar demonios y fantasmas se presentó hace un año en València un currante del fútbol, Julián Calero”

Dispuesto a exorcizar demonios y fantasmas se presentó hace un año en València un currante del fútbol, Julián Calero, con plaza de funcionario en la policía local de Madrid. Su dogma de cinco palabras, “todo va a salir bien”, hechizó a una afición descreída, abonada al fatalismo. Viendo siempre el vaso medio lleno en lugar de semivacío, su discurso rebosante de vitalismo recordaba la necesidad de tomarse el deporte como puro divertimento, apartándose de cualquier angustia existencial y haciendo añicos ese yunque de la adversidad en que está forjado el Levante.

Haber vivido in situ los atentados de la estación de Atocha afianzó, a buen seguro, esa capacidad para desdramatizar las cosas, ese carácter alegre. Cuando surgieron dudas sobre el equipo, proclamó que en el fútbol había demasiados “agoreros” y que quería tenerlos «lejos». “Hay mucha gente que está deseando que pasen cosas malas para sacar pecho”, proclamó un frío lunes de febrero por la noche, tras la derrota de su equipo contra un desahuciado Racing de Ferrol.

Este domingo, en pleno éxtasis, Calero volvía a anteponer lo sentimental a lo visceral, lo humano a lo pasional. Dedicaba la victoria, por encima de todo, a las víctimas de la dana. El particular 11M valenciano. Las lágrimas de los afectados eran mucho más dolorosas que las de los niños granotas por el penalti de hace un par de años. Mientras cicatrizaba una herida, él nos mostraba la otra. La que de verdad importa. 

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