Muchos granotes no van a serigrafiarse nunca el nombre de un futbolista en su camiseta. “Los jugadores pasan, el escudo queda”, dicen. Y es que los clubes de fútbol modestos son, a menudo, trampolines hacia el éxito en otras latitudes, para jugadores y técnicos. “Somos profesionales y elegimos lo mejor”, se justifican, pero todos sabemos con qué hormigón emocional está forjado el fútbol. Y pocos son capaces de encontrar un equilibrio entre la fidelidad a un club (el respeto, al menos) y los propios intereses. Esos, de hecho, quedan para siempre en la memoria de la hinchada. En la València blaugrana tenemos el caso de Juan Puig, que rechazó ofertas hasta que se retiró, en 1940. O el de Agustí Dolz, idéntico, recordado 80 años después de colgar las botas. También el de Toni Calpe, que regresó en Tercera, después de ganar la Copa de Europa. La lista sería extensa, pero estos tres casos son emblemáticos.

La afición del Levante celebrando el lunes el ascenso a Primera
También hay decisiones equivocadas, donde el equilibrio estalló por los aires y quedaron al descubierto los pies de barro de quien parecía un gigante. Les falta “finezza”. A raudales, según casos. Un club humilde como el Llevant no se puede permitir futbolistas que no atesoren los únicos valores con los que es capaz de competir frente a equipos que lucen títulos.
En este sentido, el Llevant UD es uno antes de las declaraciones de Vicent Iborra, con la camiseta aún puesta del Olympiacos, con el que acababa de levantar la Conference League, y es otro ahora. Ya se lo había dicho el día anterior a Rafa Esteve para Superdeporte: “Quiero ser campeón y volver al Levante”. La inyección de autoestima que representa un hecho como aquel es esencial para el crecimiento y la fidelización del levantinismo, tan tocado por los avatares de una historia cargada de yunques y adversidades. Más aún cuando es evidente que el liderazgo de Iborra, más allá de su participación sobre el césped, es una de las claves del sexto ascenso a Primera.
Bien sabe el máximo accionista, Pepe Danvila, que en Burgos, con el extasiómetro que reventó Álvarez en el 98’, el Llevant escaló unos cuantos escalones de golpe en su plan de viabilidad. Y probablemente también sabe que desaprovechar esta ocasión sería un suicidio, en el momento de mayor crecimiento social, pese a todos los pesares.
La piedra angular de todo ello es la filosofía deportiva levantina, errática hasta la fecha, pese al éxito de este equipo plagado de talento, un milagro puntual que no siempre sucederá. No hay nadie mejor que Héctor Rodas, conocedor de la idiosincrasia del Llevant, para diseñar, junto a los dirigentes del club, esa estrategia de futuro, a medio y largo plazo. En ella, la cantera debe ser un puntal decisivo, si atendemos a una verdad incontestable: ha sido el bastión económico y futbolístico de los últimos años.
En un contexto en que los clubes poderosos asaltan de forma impune la escuela de los humildes, es fundamental apostar por la proximidad (reactivar la ciudad deportiva de Natzaret) y por el encaje, con todas las consecuencias, en esa filosofía deportiva. Una vez definida, habrá que decidir qué profesionales pueden y deben liderar ese proceso. No parece que confeccionar proyectos puntuales, sin un plan estratégico, sea la mejor opción para consolidarse en Primera, como demuestran cada año unos cuantos recién ascendidos.
A la hora de trazar esa filosofía deportiva hay que preguntarse qué valor queremos que tenga el símbolo del retorno de Iborra y si deseamos que el futuro del club se cimiente sobre futbolistas así, capaces de fidelizar y enamorar con su ejemplo. También hay que valorar qué importancia damos al compromiso con el escudo y la responsabilidad, esenciales en clubes de éxito sin gruesos talonarios.
Podemos ser un club con valores del que estar orgullosos. De verdad, más allá de relatos estériles y tribuneros. En todos los ámbitos”
Podemos ser un club con valores del que estar orgullosos. De verdad, más allá de relatos estériles y tribuneros. En todos los ámbitos. De hecho, es nuestra naturaleza tender a ello, aunque sea “a espentes i redolons”. Sólo hay que echar un vistazo a Orriols para entender nuestro enorme potencial. Pero Danvila debe entender que la parcela deportiva es esencial para explotarlo.
Sin una filosofía deportiva bien definida, sin un plan estratégico que ataque con éxito la parcela más esencial del fútbol, seremos un barco a la deriva, el equipo de montaña rusa que hemos sido las últimas dos décadas. Seguramente estuvo bien, dadas las circunstancias, pero creo que debemos ir un paso más allá, y sumar, a la exigencia, la estabilidad. O flotaremos, más o menos, hasta que nos alcance el próximo temporal. Es el momento de hacernos fuertes en nuestros valores. Puig, Dolz, Calpe, Iborra… Los jóvenes granotes, los que lloraron en el Plantío y en Valencia, quieren serigrafiar sus camisetas, sin temor a ser traicionados. Iborra nos marca el camino. Todo ha cambiado en el Llevant, después de aquella declaración de amor eterno, al final de aquel Olympiacos-Fiorentina.