Los valencianos creímos haber convivido con la peor estética de la corrupción durante aquel episodio que tuvo como conseguidor del PP a un tipo de amplios bigotes y ajustados trajes, gran amigo de Francisco Camps. Sin embargo, pocos años después nos descubrimos, una vez más, como espectadores cercanos de una nueva trama pestilente de sobornos negociados, presuntamente, por un valenciano que elevó a Pedro Sánchez al poder en un trayecto que se inició en Xirivella. Suficiente para que resurja aquella sentencia injusta de la que creímos habernos librado: “La corrupción y la paella, como en Valencia en ningún lado”. Con el agravante de que, esta vez, el valenciano en cuestión ha dinamitado —con ayuda de colaboradores de bragueta abierta— el cuartel general del PSOE, con sede en Madrid. Toda una proeza que ha generado una onda expansiva capaz de llevarse por delante incluso al propio Pedro Sánchez.
El exministro José Luis Ábalos en la puerta de su vivienda tras el registro que realizó la UCO de la Guardia Civil
Que los valencianos tenemos un punto hedonista no es ningún secreto, pero ningún informe científico apunta a que tengamos integrado en el ADN el gen de la corrupción. Por eso debemos creer en casualidades y causalidades, las mismas que en el pasado extendieron, bajo mandato del PP, este cáncer político a todas las instituciones valencianas —todas— y que ahora se ha proyectado al disco duro del organigrama socialista. Esto reaviva otra máxima que, visto el panorama, cobra vigencia: “Todos los políticos son iguales”. Justo lo contrario de lo que Sánchez pretendía transmitir con su moción de censura contra Mariano Rajoy a raíz del caso Gürtel. Ahora, al menos, el nombre del escándalo tiene apellido humano: Koldo, Ábalos o Cerdán, sin ser traducido al alemán como el de Correa.
Que los valencianos tenemos un punto hedonista no es ningún secreto, pero ningún informe científico apunta a que tengamos integrado en el ADN el gen de la corrupción. Por eso debemos creer en casualidades y causalidades”
Además, la detonación del informe de la UCO coincide con la profunda crisis y el malestar que vive la sociedad valenciana por la gestión de la dana, con las críticas dirigidas hacia Carlos Mazón. Este nuevo episodio de corrupción socialista le permite al president valenciano desaparecer de los focos, al menos temporalmente. Como dice el refrán: “Las desgracias nunca vienen solas”, y entre la dana y los informes de la UCO (más aquella corrupción popular con condenas recientes como la de Eduardo Zaplana), la imagen que algunos tienen desde la periferia de la política valenciana dista mucho de ser ejemplar. Habrá que ver cómo gestiona el PSPV —una federación muy apegada a Ferraz y a Sánchez— esta situación, agravada por el modelo jacobino que el PSOE ha adoptado desde hace tiempo, pese a su supuesta apuesta por el federalismo.
En el pasado, la corrupción llevó a no pocos líderes del PP valenciano a la cárcel, mientras otros comprendieron que su tiempo había acabado, aunque no estuvieran imputados. Son los efectos colaterales. Al partido que ahora dirige Alberto Núñez Feijóo le costó casi dos legislaturas recomponerse en la Comunidad Valenciana (y en Madrid), sin lograr cerrar la fractura de un electorado que en gran parte se ha refugiado en Vox; así están las cosas. Veremos qué consecuencias tiene el caso Ábalos para el socialismo español en las próximas elecciones y en el futuro de un PSPV muy dependiente de la matriz. Lo cierto es que a los valencianos la estética de este caso ya no nos sorprende —ni los pagos a meretrices, las orgías hoteleras o el enchufismo de parejas, hijos y amantes—: ya lo vivimos en el pasado y conocemos sus consecuencias, también para nuestra reputación.
PD: En 2017, José Luís Ábalos alentó unas primarias contra el president Ximo Puig para arrebatarle la secretaria general del PSPV, con Rafa García como candidato. Visto lo sucedido después, inquieta pensar lo que habría ocurrido en la administración valenciana con una federación contralada por Ábalos.