Alicante y el valenciano

Diario de València

Alicante y el valenciano
Periodista

No es casualidad que el himno de Alicante, aquel que habla de “palmeres” junto al mar y de “xiques airoses”, esté escrito en valenciano. Tampoco lo es que les Fogueres de Sant Joan, la fiesta grande de la ciudad, se celebren con versos en esta lengua. Ni que el Raval Roig, el Postiguet o el Tossal lleven nombres que huelen a tierra húmeda y salitre, en valenciano. Alicante es, ha sido y será valenciana, por más que el PP local que lidera Luís Barcala, condicionado por Vox, se empeñe en reescribir la historia de esta ciudad y de su sociología con la tinta gruesa del revisionismo y del involucionismo político.

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El alcalde de Alicante, Luis Barcala

Ana Escobar / EFE

Lo ocurrido en el pleno del Ayuntamiento que lidera Luís Barcala el pasado jueves es un nuevo capítulo de esa guerra cultural que la derecha extrema ha declarado contra todo lo que suene a identidad propia, a cultura no uniformizada, a diversidad lingüística. Bajo el pretexto de “adecuarse a la realidad” y de acusar a todo aquel que habla valenciano de “catalanista”, el PP y Vox han aprobado una declaración para instar a les Corts a que Alicante sea considerada zona de predominio castellano. Un movimiento calculado, un guiño a la peor tradición del nacionalismo español, que ve en el valenciano no una riqueza, sino un estorbo que debe eliminarse.

Lo ocurrido en el pleno del Ayuntamiento el pasado jueves es un nuevo capítulo de esa guerra cultural que la derecha extrema ha declarado contra todo lo que suene a identidad propia y en la que el PP sigue cediendo”

Resulta grotesco que se hable de “realidad lingüística” como si el valenciano fuese una imposición artificial, cuando en realidad es la lengua que durante siglos ha moldeado la toponimia, la literatura popular, las canciones y la memoria de esta tierra alicantina. Que ahora se esgriman datos sobre el uso del 010 —como si un servicio telefónico fuese la vara de medir la vitalidad de una lengua— no es más que una excusa burda. El valenciano no necesita justificarse ante nadie: está en los versos de Enric Valor, en las albaes de las comarcas del sur, en los carteles de las calles del centro histórico. Está, aunque a algunos les escueza, en el ADN de Alicante. Tanto como el castellano.

Lo grave no es solo el desprecio hacia una lengua que, según el Estatut d’Autonomia, es propia de los valencianos y debe ser protegida. Lo grave es que el PP, una vez más, se pliegue al discurso de Vox, renunciando a cualquier atisbo de sensibilidad cultural para alimentar una batalla que solo busca dividir, fracturar, polarizar a los valencianos. Primero fueron los recortes a la promoción del valenciano en los presupuestos de la Generalitat para 2025 y la reducción, casi hasta la inanición, del dinero de la Academia Valenciana de la Llengua. AVL. Ahora, arrecia este intento de redefinir Alicante como una isla castellanohablante en un territorio donde el valenciano es, por ley y por historia, lengua propia.

Cuando Mari Carmen de España (PP) acusa a las asociaciones culturales de “engordar los bolsillos” con el valenciano, no está defendiendo a nadie: está repitiendo el mantra de Vox, que reduce cualquier política de normalización lingüística a un supuesto “adoctrinamiento”. Cuando Vox habla de “libertad”, en realidad habla de borrar, de anular a una de las dos almas de la identidad valenciana: la castellana y la valenciana. Porque su libertad es la del monolingüismo, la del olvido programático, la de un país plano, sin matices, sin raíces propias. Es la negación misma de una lengua que no es de trincheras, es una lengua de vida. Y lo saben hasta los que hoy la atacan: por eso se molestan en legislar contra ella, en arrinconarla, en fingir que es algo ajeno.

Detrás de esta declaración acordada en la corporación municipal hay algo más profundo que la simple estrategia política. Hay miedo. Miedo a que lo valenciano —y, por extensión, lo diverso, lo autóctono, lo no sometido— sea algo más que un folclore inofensivo. Miedo a que la gente recuerde que las lenguas no son solo herramientas de comunicación, sino vehículos de identidad. Miedo, en definitiva, a que Alicante siga siendo lo que siempre ha sido: una ciudad valenciana donde el castellano y el valenciano conviven en paz.

Se equivoca, una vez más, el PP en su cesión. El valenciano no puede ni debe ser material de negociación, no podemos negociar con lo que somos. No es una moneda de cambio para pactar ajustes presupuestarios, ni un arma arrojadiza, ni un capricho de nacionalistas. Es nuestra lengua, tanto como el castellano. Y defender ambas lenguas no es un acto político, es un acto de justicia histórica y cultural. Alicante merece algo mejor que dar la espalda a su propia historia. Merece que la quieran entera, con su mar, su palmeras y sus dos lenguas oficiales, sin intentar castigar a ninguna. 

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