La soledad es la ausencia.
De compañía, de diálogo, de otra presencia que no sea la propia. Soledad también es la línea y lo es color cuando se revelan en su esencia desde la abstracción, sin pretenciosas comitivas de ornamentos o mimetismos narrativos distractores que nos priven del placer del abandono del bullicio de la realidad, por unos momentos siquiera.

De seda azul medianoche” (Soledad Sevilla, 2018) en la exposición Ritmos, tramas, varibles, IVAM
Solos ante el arte por el arte, ante la emoción, el golpe sensorial, sin distracciones mundanas. No es necesaria la razón, la lógica ni la comprensión. Contemplar, sumergirse, son los verbos correctos para experimentar en el sentimiento de la línea y del color. Sin caer en el error del infinitivo buscar, porque ni tan solo encontraremos séquitos teóricos que proclamen reivindicaciones políticas o sociales. Al menos no en el arte de Soledad Sevilla (València, 1944), un arte autónomo, una imagen que te sacude emocionalmente.
Soledad, es también algo que la artista declara condición imprescindible para trabajar en sus proyectos, que nunca abandonan su cabeza; de hecho, confiesa que no ha dejado de pintar ni un solo día de su vida desde que empezó. Y no le ha funcionado nada mal esto de la soledad, en absoluto: es una de las grandes de nuestro país, ganadora del equivalente al Nobel en arte, el Premio Velázquez de Artes Plásticas en 2020, entre otros muchos méritos como una beca en la Harvard University, el Premio Nacional de Artes Plásticas en 1993, la Medalla de Oro de las Bellas Artes en 2007 o su nombramiento como miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de València desde 2022.
Soledad, es también algo que la artista declara condición imprescindible para trabajar en sus proyectos, que nunca abandonan su cabeza; de hecho, confiesa que no ha dejado de pintar ni un solo día de su vida desde que empezó”
Su obra pictórica es de una factura sorprendente en la cercanía, al descubrir lo concienzudo, minucioso y prolijo de su pincelada estableciéndose un admirable contraste con el resultado final del gran formato de sus lienzos; que suelen ser un prólogo o un epílogo de sus instalaciones, una modalidad artística en la que fue pionera en España, concibiendo de forma innovadora relaciones entre la geometría, la luz, el espacio y los materiales. En éstas, busca capturar lo efímero y fugaz, como la luz, que materializa con haces de hilos que se proyectan como tal. Con su instalación en el vestíbulo del IVAM, “Donde estaba la línea”, experimenta con la luz dialogando con la arquitectura y se establece una simbiosis mágica con la intervención “Aire Magenta”, de Inma Femenía.
En la planta superior, tras recorrer el sugerente ambiente de estas instalaciones, se encuentra su exposición retrospectiva. En “Ritmos, tramas, variables” (hasta el 12 de octubre), consigue que conceptos y elementos propios de la geometría más pura pasen por su filtro y transmuten en poesía.
La raigambre matemática y geométrica de su obra se encuentra en la influencia de su asistencia al Seminario de Generación Automática de Formas Plásticas (1969-1971), dentro de los seminarios SAGAF en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid -edificio con un estilo sobrio y rítmico acorde con el contenido, obra del reconocido arquitecto Miguel Fisac-. La donación por parte de IBM de un ordenador (primera supercomputadora del estado español, la IBM7090), fue el revulsivo de una iniciativa pionera en España: la experimentación con la aplicación de la computación en la creatividad (¡la IA nació en los 60!), dentro de ámbitos de conocimiento diversos como el arte, la arquitectura, la medicina, la música o la lingüística. La transversalidad de estos seminarios fue un importante catalizador de cambios, ya que se incrementó la permeabilidad entre arte y ciencia, impulsando el arte español hacia la vanguardia, así como la teoría de la estética computacional, generándose nuevos paradigmas creativos.
Y allí estaba Soledad Sevilla. Sola, o casi, como mujer. Entre hombres que la consideraban en su mayoría una simple aficionada, pero también entre otros como Eusebio Sempere, con quien entabló una entrañable y profunda amistad que le ha llevado a homenajear la obra del acreditado artista alicantino en algunas de sus piezas.
Pintando sin descanso, con un hijo sobre cada rodilla, incluso sintiéndose culpable por dedicar tiempo a su trabajo y no a la casa o la crianza -así estaba mandado-, siempre ha sido tenaz, como atestigua la gran envergadura de su trabajo, y ha sabido llevar como bandera la impasibilidad ante los obstáculos del machismo. Más propio de su época pero que, asegura, aunque no se verbaliza todavía existe y se hace notar en desigualdades como las oportunidades o la cotización de obras de arte del mismo nivel.
El Centro de Cálculo marcó definitivamente a Soledad Sevilla, pero percibió carencias como la necesidad del factor emocional. Lo introdujo, dotando a su obra, como ella misma define, de un carácter paradójico: se afirma la creación mental en la marcada abstracción geométrica, pero ésta se abandona a una finalidad puramente sensual. “Con la utilización reiterativa de la línea intento crear un ambiente mágico, móvil y envolvente, lleno de luz y penumbra, que sea en gran manera un espacio ficticio”, un espacio de soledad y poesía, con matices interpretativos infinitos; un viaje estival sin algarabías, entre colores y líneas de horizonte también infinitas.