No tendría más de 20 años el chaval. Escarbaba entre las pulseras de ese puesto de playa que igual vende flotadores que collares, que un juego de cartas, buscando la suya, la elegida. Debió coger la que no quería y entonces, dijo: “Tendré que lavarme las manos después de haber tocado esto”. No le escucharon todos, solo algunos. Ella se giró, sorprendida, miró las pulseras. Había multicolor, sin significado aparente, pero también estaban la bandera LGBTQ+ y la cinta republicana. Miró a su alrededor, buscando la provocación, o tal vez la complicidad de otros clientes. Lo repitió. “Tendré que lavarme las manos”. La chica que iba con él lo acarició, le sonrió. El descrédito lo inundó todo. Entiendo la indiferencia, pero no puedo compartir el odio.
20 años tenía y una caterva de mensajes debe inundar cada día su móvil. Enlaces a vídeos, WhatsApps de amigos, imágenes. ¿De qué hablará? Irá a clase, estará de vacaciones, la chica de la sonrisa sería su novia. Sin embargo, tocar una pulsera que no le representa enciende una traca que, me temo, nos puede prender a todos. Miren Torre Pacheco, donde el domingo fueron de apoyo policías nacionales de Valencia. En la huerta de Europa ya arde la mecha de la xenofobia, que nos puede alcanzar a todos. Informativos que abren con disturbios a pocos kilómetros de esa playa, de ese chico que odia tocar una bandera y que lo dice, lo repite en voz alta, y luego emiten una pieza, casi seguida, para explicar que hay tres millones de extranjeros cotizando en la Seguridad Social porque trabajan, viven y conviven con nosotros. Algunos te cuidarán mañana en el centro de salud.

Violentos actúan en Torre Pacheco este fin de semana
¿No les empieza a preocupar? ¿En qué nos estamos convirtiendo? Los hijos, los nietos de aquellos que se fueron a buscarse la vida, a otras provincias, a otras regiones, a otros países, reniegan de eso. Molesta el diferente. Hay chavales con palos que lucen mascarillas para ocultar sus rostros corriendo para pegar al migrante y hay quien se cita para una “cacería”, esa palabra que suena tan mal como “manada” cuando referencia a las personas y no a los animales salvajes.
Y venga las banderas. Nadie saca la de la paz, que es la que más falta hace. En Murcia, pero también en Gaza, o en Ucrania. Incluso en la carrera de San Jerónimo la podrían ondear. Mientras unos se pegan, otros se crecen y el odio va inundando donde antes tal vez hubo ignorancia, pero nunca veneno. Donde hay apatía, desconcierto. Donde falta integridad. ¡Humanidad!
¿No les empieza a preocupar? ¿En qué nos estamos convirtiendo?”
Pulseras que dividen, pero también carteles que señalan, camisetas que insultan y graffitis que condenan. Gritos, rabia. Voceros que amplían. “Malamente”. Todo el mundo quiere una patria. Qué pena que no sea la de la esperanza.