El primer domingo de julio, a 1.200 metros y a 20 grados, cumplí 56 en el inspirador Pirineo oscense. La víspera habíamos ascendido a los Ibones de Ordicuso y pude comprobar que mis hijos de 8 y 7 años ya se mueven por la montaña con más pericia en las piernas que nosotros. No parece gran cosa cumplir 56, pero lo cierto es que ese punto de atravesar ya la mitad de los 50, sin ambages, invita a pensar en los 60, que era la esperanza de vida que teníamos en los años 50. Y, por tanto, inevitablemente, en el tramo final del viaje. Y a su vez en cómo ha cambiado el mundo desde que yo empecé a descubrirlo con ojos curiosos y despiertos, en 1969. Y por supuesto, cada día nos esforzamos por comprender los cambios que se suceden.

Pirineo oscense
26 años es un suspiro, desde una perspectiva histórica. Mi hijo mayor, del que me separa ese cuarto de siglo, forma parte de una generación que entiende el mundo de una forma poco lógica para mí. En poco tiempo he pasado de cuidarlo y educarlo a ser consciente de que no comprendo sus pulsiones vitales. Creo que no exagero.
Ya quedaron atrás las fotos en papel, y hasta la asunción de que perdemos las fotos digitales cuando cambiamos de móvil y de que nuestra historia gráfica, si acaso, sobrevivirá en las redes sociales. Hace años que los libros que llenaban las casas inundan los contenedores de papel. La semana pasada «Superdeporte» dejó de salir en papel después de treinta años. Es el primer periódico de mi ámbito que nació en papel y ya no se imprime. Es la primera cabecera en papel donde publiqué columnas de fútbol, la misma donde hace nada glosé el ascenso levantino en Burgos. Me ha impresionado que desapareciera de los pocos quioscos que resisten. Rasqué un poco. Vendía entre 1.500 y 2.000 ejemplares diarios. «Las Provincias» y «Levante-EMV», que llegaron a colocar docenas de miles de en nuestras casas, apenas tiran ahora unos 5.000, y los que más venden de ámbito estatal, «El País» y «La Vanguardia», rondan los 50.000. Parece evidente que se está perdiendo la prensa en papel, un artefacto irrepetible, como antes sucedió con las máquinas de escribir o la correspondencia. En el momento en que toda la prensa sea solo digital, se acabó también lo de consultar la hemeroteca.
Aunque cueste de aceptar, lo digital es efímero, algo que estamos asumiendo a la carrera, abocándonos sin cuartel a un mundo de cosas efímeras”
Aunque cueste de aceptar, lo digital es efímero, algo que estamos asumiendo a la carrera, abocándonos sin cuartel a un mundo de cosas efímeras. Me cuesta de entender y de asimilar, a mis 56. Seguro que nuestros padres y nuestros abuelos asistieron con la misma perplejidad a los cambios de su tiempo. Estos, sin embargo, son los nuestros. Los que nos desvelan y los que nos duelen.
Jamás pensé que asistiría a la muerte del rock y la tenemos a la vuelta de la esquina. Ni a un genocidio. Y ahí está, a diario.
Quizás incluso escribamos ya solo para los nostálgicos de otro tiempo, pienso a menudo. Por preservar una práctica en desuso. Para otros que no comprenden.
Quizás ni eso. Quizás para nadie.