El periodista y escritor Víctor Maceda acaba de publicar Les cicatrius de València; de la fúria de l’aigua a la catarsi col·lectiva (Pòrtic), un libro en el que analiza las grandes riadas que han marcado la historia reciente de la Comunitat Valenciana —la de 1957, la de Tous en 1982 y la más reciente de 2024— y reflexiona sobre sus consecuencias políticas, sociales y territoriales. Conversamos con él sobre las lecciones que dejan estas catástrofes y sobre las cicatrices, visibles e invisibles, que todavía arrastra la sociedad valenciana. La entrevista se realizó el pasado martes.
En su libro compara las riadas de 1957, 1982 y la de 2024. En la del 57 la reacción de los servicios de emergencia fue inmediata; en la del 82, recuerdo que el ejército llegó nada más bajar el agua; pero el pasado 29 de octubre la ayuda institucional se demoró varios días. ¿Cómo se entiende esta diferencia?
Se puede explicar desde varios ángulos. En el 57 y en el 82 vivíamos en un Estado centralizado, con gobernadores civiles y diputaciones provinciales, donde las órdenes eran verticales y rápidas. Hoy tenemos un Estado autonómico: las competencias en emergencias recaen en la Generalitat, y eso implica más engranajes, más coordinación y también más lentitud. Lo que ha pasado en 2024 ha puesto en evidencia esas costuras del sistema autonómico, sobre todo cuando el Gobierno autonómico y el estatal no son del mismo signo político. En ese caso, los roces son inevitables. Y eso ha hecho que mucha gente se pregunte para qué sirven tantas instituciones si, al final, la reacción es lenta. Yo creo que, desgraciadamente, el modelo autonómico ha salido tocado de esta crisis.
Pero más allá de la magnitud de la catástrofe, lo que está en cuestión es la gestión.
Exacto. La gestión también ha sido enorme, porque la catástrofe lo fue. En 90 kilómetros, desde Utiel hasta la Albufera, se hundieron puentes, se abrieron carreteras, se destrozaron vías de tren, se arrastraron coches enteros que acabaron formando diques improvisados. Mucha gente esperaba ver al ejército al día siguiente en su pueblo, pero no es tan sencillo: quien debía coordinar y pedir esa ayuda era la Generalitat. No se trataba de que el Gobierno central enviara automáticamente a los militares, sino de que el Gobierno autonómico hiciera la solicitud y se activara el dispositivo.
Mucha gente esperaba ver al ejército al día siguiente en su pueblo, pero no es tan sencillo: quien debía coordinar y pedir esa ayuda era la Generalitat”
Esa lentitud ha generado malestar. Y, como señala en el libro, ha beneficiado a quienes cuestionan el sistema autonómico.
Los grandes beneficiados han sido los discursos ultras y la extrema derecha que ponen a todos los políticos en el mismo saco. Ahora mismo hay un descontento generalizado con los dos grandes partidos, y eso alimenta la idea de que “todos son iguales” y que hacen falta medidas expeditivas. Es un terreno fértil para discursos incendiarios. Lo veremos en las próximas elecciones: municipales, autonómicas y estatales.
Portada del libro de Víctor Maceda
En la primera parte del libro analiza la riada de 1957. Entonces, pese a ser un régimen sin libertades, hubo una reacción local fuerte contra la falta de respuesta del Gobierno central. Existía una sociedad civil con medios, empresarios y un alcalde que plantaron cara. ¿Qué diferencia encuentra respecto a hoy?
Esa es una de las partes que más me interesaba rescatar. En 1957, en plena dictadura franquista, hubo personajes que decidieron poner por delante los intereses de la ciudad a sus propios cargos. El alcalde, Tomás Trénor, era un aristócrata conservador, muy vinculado al régimen, pero que se plantó públicamente cuando comprobó que el Gobierno de Madrid no enviaba los fondos prometidos. Martí Domínguez, director de Las Provincias, también levantó la voz desde las páginas del diario, que en aquel momento funcionó casi como un órgano de agitación cívica. Y empresarios como Joaquín Maldonado se sumaron a esa presión.
La diferencia con hoy es clara: en aquel momento había gente dispuesta a jugarse el cuello. Y lo hicieron a sabiendas de que podían perderlo, como de hecho ocurrió: Domínguez fue destituido, el alcalde acabó fuera del cargo y muchos de esos empresarios fueron castigados. Hoy, en cambio, la prioridad de algunos dirigentes ha sido salvar su sillón y eludir responsabilidades ante la indignación ciudadana.
¿Qué importancia tuvo esa reacción de la sociedad civil en 1957?
Muchísima. Pensemos que estábamos en una dictadura. No había libertades, no había oposición política organizada. Que un alcalde franquista, un director de periódico afín al régimen y empresarios vinculados al poder económico se atrevieran a señalar al Gobierno central fue casi un acto de rebeldía. Lo hicieron porque el desastre había dejado a València en una situación desesperada: alcantarillas colapsadas, toneladas de barro, barrios enteros arrasados, miles de personas sin casa. Madrid había prometido 300 millones de pesetas en ayudas, y ocho meses después no había llegado ni un céntimo. Esa presión local fue la que desbloqueó una parte de los fondos, aunque con represalias inmediatas contra quienes habían encabezado la protesta.
Esa sociedad civil, pese a estar limitada por la dictadura, demostró tener conciencia de su dignidad y de los intereses colectivos”
Lo interesante es que no se trató de un gran movimiento organizado, sino de individuos muy significados que actuaron de forma más o menos coordinada. Y aun así marcaron una diferencia. Esa sociedad civil, pese a estar limitada por la dictadura, demostró tener conciencia de su dignidad y de los intereses colectivos.
Hoy resulta más fácil criticar al Estado. En 1957 hacerlo era casi un acto contracultural.
Exacto. Hoy cualquiera puede pedir inversiones o denunciar un agravio. Entonces hacerlo desde dentro del régimen era muy arriesgado. Por eso tiene tanto valor el gesto de gente como Martí Domínguez o Maldonado. No eran demócratas en el sentido que entendemos hoy, pero defendieron a su ciudad por encima de su obediencia al régimen. Y eso explica por qué la riada del 57 está tan presente en la memoria valenciana: no solo fue una catástrofe natural, también un momento de afirmación cívica.
El puente de El Campanar en Valencia inundado todavía el 18 de octubre de 1957
También recuerda la llamada “riada dels gitanets” de 1949, un precedente hoy casi olvidado.
En el cauce del Turia vivían miles de personas en barracas, en condiciones deplorables, muchas de ellas de etnia gitana. En 1949 una crecida arrasó aquellas chabolas y murieron unas cuarenta personas. Es un episodio que ha quedado en el olvido, pero que anticipa lo que vendría en 1957. Hoy todavía puede visitarse una exposición en el cauce, a la altura de Campanar, que recuerda cómo vivía esa gente en el río.
La riada del 57 transformó para siempre la fisonomía de València. ¿La de 2024 tendrá también consecuencias estructurales?
No se puede deshacer lo ya hecho en infraestructuras, viviendas o centros comerciales en l’Horta Sud, que es la comarca más densamente poblada del País Valencià. Pero sí es probable que se reconduzcan los barrancos del Poyo y de la Saleta hacia el nuevo cauce del Turia, que ha demostrado su capacidad. Más allá de proyectos como cinturones verdes, la solución real pasa por grandes obras hidráulicas. No olvidemos que en 1957 València tenía medio millón de habitantes, y hoy en la comarca de l’Horta Sud vive la misma cantidad de personas. Esa población merece vivir con seguridad.
Más allá de proyectos como cinturones verdes, la solución real pasa por grandes obras hidráulicas”
Un año después, las administraciones se han centrado en reparar lo dañado, pero nadie plantea nuevas obras preventivas.
Es cierto. Hoy todo se orienta a reconstruir, pero más tarde o más temprano habrá que pensar en grandes obras de prevención. No puede volver a repetirse una catástrofe como la de 2024. Aunque es verdad que fue la concatenación de factores meteorológicos muy difíciles de repetir, las administraciones deben actuar como si fuera posible.
En el libro señala que la catástrofe no fue solo meteorológica: se construyó sobre espacios inundables, se urbanizó sin control. ¿Cómo encaja esto con que hoy se sigan aprobando hoteles a 200 metros de la playa?
Es un sinsentido. El mismo 29 de octubre, mientras caía la lluvia torrencial, se aprobaba una recalificación urbanística en la costa. Y quien defendía esa medida en las Corts era la portavoz adjunta del PP, Laura Chulià, que fue alcaldesa de Benetússer, uno de los municipios más afectados. Es una muestra de cómo Vox está condicionando la agenda del PP. Están situando discursos que no son propios de un partido de centro-derecha europeo, discursos que flirtean con el negacionismo climático. Negar la evidencia no es el camino, y esa es una de las lecciones que deberíamos sacar.
Vecino de Paiporta limpiando calles tras la DANA
Vamos a la valoración global. ¿Han estado las instituciones a la altura?
El Gobierno valenciano no. La consellera de Justicia e Interior era la única en su puesto, pero ella misma reconoció que no tenía formación en emergencias. No se convocó el CECOPI a tiempo y se perdió un día entero sin decisiones clave. Del Gobierno español diría dos cosas. Primero: marcó demasiado la frontera de competencias, como para no “salvar” a la Generalitat, y eso es infame, porque lo paga la ciudadanía. Segundo: aunque ha invertido miles de millones en reconstrucción, no ha sabido comunicarlo. La percepción ciudadana es que “Madrid no está ni se le espera”, y eso deja el campo libre a Mazón para capitalizar la reconstrucción.
El Gobierno valenciano no estuvo a la altura”
Durante la pandemia hubo comparecencias conjuntas diarias. Aquí no ha existido ni una rueda de prensa compartida entre Moncloa y la Generalitat.
Es incomprensible. Ni reuniones conjuntas, ni comparecencias, ni un espacio de trabajo común. Pedro Sánchez no quiso sentarse con Mazón y Mazón tampoco buscó una relación fluida con Moncloa. Se ha actuado con lógica de cálculo electoral, y eso alimenta la idea de que todo es politiquería barata. Al final, lo que percibe el ciudadano es que se priorizan los intereses partidistas sobre las necesidades reales de la gente.
Su libro anterior, El despertar valencià, respiraba optimismo. Este es todo lo contrario, muy pesimista.
Creo que la izquierda valenciana hoy tendría muy difícil recuperar el Gobierno. El PSOE aparece como corresponsable de la mala gestión, aunque en un grado distinto al PP. Y Compromís ha perdido meses encerrado en debates internos, como el de El Ventorro, sin levantar la voz en Madrid. En 1957 lo hicieron desde la derecha regionalista, y eso les honra. Que Compromís haya tardado ocho o nueve meses en reaccionar indica que algo falla.
Mazón siempre arrastrará la mancha de su ausencia el 29 de octubre. Eso no se lo perdonará la gente”
¿Puede Carlos Mazón superar políticamente esta crisis y repetir como candidato?
En cualquier otro lugar sería impensable, pero en València es posible. Mazón siempre arrastrará la mancha de su ausencia el 29 de octubre. Eso no se lo perdonará la gente. Pero desde Paiporta el PP ha reposicionado el relato: contra Sánchez hay tanta o más inquina que contra Mazón. Y eso puede permitirle seguir. En la Comunitat Valenciana hemos visto cosas peores. No descarto en absoluto que vuelva a ser candidato y que incluso pueda ganar.
¿Aprenderemos de esta tragedia?
Esta catástrofe nos ha situado en las portadas del mundo. Sería intolerable que se repitiese y, por lo tanto, habrá que adoptar medidas de prevención mucho más allá de la simple reconstrucción. Ese es el gran reto que tenemos por delante.
