El PP piensa en Verde

Desde la periferia

El PP piensa en Verde
Periodista

El Partido Popular parece haber aceptado el peaje del marco discursivo que George Lakoff convirtió en advertencia y en título: no pienses en un elefante. En España, el elefante tiene hoy un chaleco verde con una equis. Cuando Vox impone la semántica —los temas, los tonos, los enemigos y el imaginario moral—, el PP entra en el campo del adversario, con sus reglas y su graderío. Feijóo “piensa en verde” cuando intenta replicar, acotar o amortiguar esa agenda; y al “pensar en verde” deja de “pensar en azul”. Lo que en el laboratorio de la comunicación se presenta como simple encuadre, en la política real se convierte en carburante identitario para el competidor más radical: cuanto más se valida su terreno, más se fertiliza su crecimiento.

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, llega a una rueda de prensa, posterior a la reunión del Comité de Dirección del PP, en el Hotel NH Collection Palacio de Aranjuez, a 1 de septiembre de 2025, en Aranjuez, Madrid (España). Durante la comparecencia, Feijóo, ha expresado su rechazo a la condonación de la deuda autonómica que aprobará el Consejo de Ministros de mañana, y ha criticado la reunión de mañana entre el presidente de la Generalitat de Cataluña y el presidente de Junts en Bruselas.

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo

Carlos Luján - Europa Press / Europa Press

El síntoma es retórico antes que numérico. El PP ha incorporado un léxico hiperbólico —la estética del exabrupto— que no le era propio. La frase de Miguel Tellado augurando que “se empezará a cavar la fosa” del Gobierno es un caso de manual: metáfora necrológica, imaginario de derrota existencial del rival, y una música de fondo que remite a una política de trincheras. Ese tipo de registro no amplía el centro: galvaniza a los ya convencidos… y lubrica el relato original del que bebió. No extraña que el episodio desatara una oleada de reproches institucionales y la exigencia de una rectificación pública, porque la frontera entre contundencia y demolición simbólica es, en democracia, una línea roja de higiene cívica.

Pero el marco no sólo se oye: también se mide. El último barómetro de 40dB. para El País y la SER certifica lo que muchos intuían: Vox alcanza su mejor estimación desde las generales (17,4%) y el PP cae a su peor registro (30,7%) desde 2023. La transferencia de voto discurre, sobre todo, de los populares hacia Vox; y el ascenso se concentra entre hombres y electores jóvenes, precisamente donde el frame “orden-identidad-castigo” encuentra más eco algorítmico. Feijóo lidera, sí, pero cada mes que acepta discutir el país en el tablero semántico de Abascal, estrecha su propio margen. La pregunta estratégica no es si se puede gobernar con Vox, sino si se puede ganar mimetizando su vector moral. La evidencia reciente sugiere que no.

Lakoff explicó que el marco no es un eslogan: es una visión moral del mundo. Si uno entra a debatir en él —aunque sea para negarlo— lo refuerza. Al repetir “no somos como Vox”, el PP pronuncia el nombre de Vox, lo trae al discurso y acepta su gramática: seguridad como identidad, corrupción como destino del adversario, patria como valla. La respuesta correcta no es “negar el elefante”, sino cambiar de animal: proponer otra fábula, otra familia moral, otros héroes. Porque lo esencial de un marco discursivo es que contenga ideas propias (de lo contrario, como suele recordar Beatriz Gallardo Paúls, se entra en la hipocognición, el discurso vacío y dependiente de la voz ajena).

Al no hacerlo (y cuesta creer que los asesores de comunicación no lo entiendan así), el PP corre el riesgo de reproducir la trayectoria de tantas derechas democráticas europeas devoradas por su flanco ultraderechista: la francesa, que vio cómo la normalización del discurso acabó convirtiendo a la Agrupación Nacional en la aspiración hegemónica; la italiana, donde Hermanos de Italia consolidó su primacía y Meloni salió reforzada incluso en la europea de 2024; la belga, con Vlaams Belang empujando todo el tablero a la derecha; o la neerlandesa, donde el PVV de Wilders lidera la intención de voto camino de nuevas urnas. Lo mismo podría decirse respecto al movimiento MAGA y los republicanos estadounidenses. Porque la lección es simple: cuando la derecha liberal compite en “autenticidad dura” con el original, pierde el alma y el mercado.

El caso alemán introduce otra alarma. Durante 2025 varias encuestas han colocado a la AfD a la par —o por delante, según series concretas— de la CDU/CSU. No es casualidad: cada vez que el centro-derecha adopta el léxico y las prioridades de la extrema derecha, ésta se presenta como la versión “sin filtros” y cobra la prima de autenticidad. El centro-derecha puede gobernar con discursos de seguridad y reforma; lo que no puede es renunciar a su propio vocabulario. Si lo hace, el votante escogerá el original, no la copia.

La comunicación no opera en el vacío; hoy la modulan los algoritmos. El “marco” de la derecha extrema tiene ventajas competitivas: es simple, emocional, visualizable y punitivo. Se viraliza mejor que las apelaciones institucionales. De ahí que la tentación de “endurecer el tono” sea enorme. Pero confundir alcance con persuasión es la trampa. En España, el PP necesita un marco que no sea defensivo ni reactivo: uno que traduzca orden en Estado de derecho (no en hostilidad), reformas en eficacia (no en demolición), patriotismo en convivencia (no en sospecha). Eso exige disciplina semántica y paciencia: renunciar a la espuma del día para reconstruir la confianza del mañana.

La comunicación no opera en el vacío; hoy la modulan los algoritmos. El “marco” de la derecha extrema tiene ventajas competitivas: es simple, emocional, visualizable y punitivo”

También la izquierda debería tomar nota. Una parte de su discurso ha oscilado al compás de la agenda forzada por la ultraderecha y sus agitadores digitales: responde a provocaciones, sobreactúa en el tono, y termina comunicando sobre inmigración o identidad con los términos del adversario. Cuando la izquierda acepta discutir “cuánta amenaza” suponen los inmigrantes, ya perdió el marco: ha pasado de hablar de derechos y oportunidades a administrar miedos. Hay otra vía: re-encuadrar desde la seguridad cotidiana (empleo, vivienda, servicios públicos), un patriotismo cívico inclusivo y una digitalidad que no renuncie a la complejidad, pero la haga contable y humana.

Volvamos al PP. La salida no está en subir un decibelio más, ni en nombrar portavoces que confundan contundencia con caricatura. Está en recuperar una sintaxis propia que no abandone el escenario democrático: moderación firme, reformas verificables, instituciones sobrias y una ética del lenguaje que no confunda adversario con enemigo. Sólo así podrá “pensar en azul” sin pedir permiso al verde; sólo así dejará de regalar a Vox el monopolio de lo auténtico. Hay, sí, un coste inmediato: quizá algún titular menos brillante y algún clip menos viral, tener que recurrir más al argumento que al zasca. Pero hay un beneficio estratégico: que el votante de centro no sienta que la copia grita más que el original, y que el electorado joven identifique en la derecha democrática una promesa de futuro y no una estética del resentimiento.

En política, uno no sólo elige políticas: elige el relato en el que existir. Lakoff lo formuló con pedagogía quirúrgica: cambia el marco y cambiarás el mundo que la gente ve. Mientras el PP siga discutiendo España en el espejo de Vox, su reflejo será cada vez más verde. Si quiere volver a gobernar, quizá la pregunta no es “qué decir sobre el elefante”, sino qué nuevo animal —y qué nuevo color— merece hoy el país.

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